Días pasados se publicó la noticia de la posible venta del edificio de la CGT generando cierta sorpresa en propios y ajenos. El peronismo, y la central obrera, ha sido un activo generador de símbolos emblemáticos y luego su celoso custodio, en especial, aquellos referidos a sus líderes y a sus años fundantes. De allí la extrañeza de deshacerse de uno de sus sitios más significativos, testigo de décadas de importantes hechos políticos y, sobreviviente, incluso, de las múltiples destrucciones operadas durante el gobierno de Pedro E. Aramburu.
La sede de la CGT situada en la calle Azopardo e Independencia se inauguró la mañana del 18 de octubre de 1950, en un festivo día no laborable denominado San Perón, ritual peronista que se cumplía desde 1945. La Fundación Eva Perón donó el terreno y la construcción del edificio que fue realizada en tiempo récord. Un gran cartel en su torre superior: “Perón cumple- Evita dignifica, en permanente homenaje a las figuras señeras de la Revolución” se divisaba desde lejos. Esa parte de la ciudad se estaba transformando en un polo de poder de evitista puesto que en el espacio colindante, donde hoy funciona la Facultad de Ingeniería de la UBA, avanzaba a paso agigantado la construcción de la monumental sede de la Fundación Eva Perón cuya fachada incluía una serie de esculturas en mármol, al mejor estilo vaticano, con diferentes representaciones sobre el peronismo. Ambos edificios, juntos y hermanados, eran el reflejo de la unión simbiótica que unía a Eva Perón con la central obrera que desde un inicio estimuló la construcción de su poder político con claros beneficios para ambas partes.
El gobierno completo con miembros de todos los poderes del estado, del Partido Peronista y el Partido Peronista Femenino acudió a la inauguración de la nueva sede. Los discursos como era de esperar estuvieron a cargo de Perón, Eva Perón y José Espejo, el secretario general de la CGT. Este último señaló que “cada ladrillo y cada partícula del edificio estaba saturado (sic) con el espíritu de Perón y de Eva Perón”. El presidente, luego de explicar el lugar del movimiento obrero en el peronismo, señaló que “por esta casa desfilarán los más calificados dirigentes del movimiento obrero argentino”. Mientras, Evita bautizó al edificio como la “cuna del justicialismo porque su llama no se extinguirá mientras siga latiendo en un pecho el corazón descamisado”.
Cuando murió Eva Perón, el edificio de la calle Azopardo se vistió de flores para recibirla en la última etapa del funeral al tiempo que la CGT se hizo cargo de su cuerpo pasando por alto el deseo de los familiares y del mismo Perón. José Espejo afirmaba que la voluntad póstuma de Evita había sido descansar en la sede de la central obrera. Espejo junto al secretariado de la CGT recibió el féretro con un discurso que perfectamente podría haber redactado alguno de los sacerdotes cercanos, diciendo: “ante sus reliquias veneradas inclinarán sus frentes los obreros para decir sus plegarias de gratitud...los trabajadores viviremos en perpetua adoración de tus reliquias… los seis millones de obreros convertidos en apóstoles dedicados a tu credo…. esta casa que era la casa de los trabajadores se ha convertido en el más augusto de los sagrarios de la humanidad”. Lo remató diciendo que la CGT sería un Santo Sepulcro cívico, símbolo de su “transfiguración eterna”. No era un tema menor donde reposarían sus restos, en un momento donde el peronismo ya la había proclamado mártir y santa. La CGT se convirtió en la guardiana de sus “reliquias” y la sede en un espacio privilegiado de peregrinación permanente de gentes provenientes de todo el país, en esa suerte de culto que se le brindaba a Evita y que la central obrera promovió desde un inicio.
La CGT dispuso de un piso especial para que el doctor Pedro Ara continuara con los procedimientos para el embalsamamiento de Evita. Una vez finalizado, su cuerpo permaneció bajo una gran campana de cristal mientras se planeaba el monumento dedicado a su memoria. La jugada para ganar la posesión del cuerpo le sirvió a la CGT para lograr un dominio sobre la herencia simbólica que dejaba Eva Perón, al tiempo que este fortalecimiento ayudaría a obtener una mayor autonomía y actuaría como herramienta de negociación importante. El cuerpo de Evita permaneció allí, en la calle Azopardo, hasta que el gobierno de Aramburu decidió secuestrarlo y ocultarlo por muchos años.
Si hay algo que siempre supo el peronismo es el valor de sus símbolos, para quienes nos dedicamos a estudiarlo las consecuencias de perderlos sería comenzar, también, a perder su historia.
CB