EEUU: los demócratas quieren un cambio a los 45' del segundo tiempo

29 de junio de 2024 20:43 h

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“Estoy aterrorizada y aburrida”, apuntó una comentarista de The Spectator antes de que terminara el debate televisado por la CNN desde Atlanta. “¿Qué votante en el mundo piensa que Joe Biden puede ser el presidente de EEUU?”, anotaba un blogger del New York Times consumados los 90 minutos durante los cuales 70 millones de televisores norteamericanos habían estado encendidos. El semanario británico desea que gane el ex presidente y candidato presidencial republicano y el diario neoyorquino querría que en las elecciones del martes 5 de noviembre la victoria fuera del presidente y candidato presidencial demócrata. A cada lado del Atlántico, sin embargo, una y otro registraban un ánimo que el desengaño y la decepción tomaban por asalto.

El debate presidencial de la noche del jueves 27 de junio fue penoso. Hay una rara unanimidad de opinión, sólo quebrada por las voces de demócratas en pánico que admiten que fue cataclísmico. Dos tercios del electorado, según los sondeos, declara que Biden, que extraviaba la ilación y la voz en las respuestas,  perdió por nocaut. Esos dos tercios aseguran que no cambiarán el voto que ya tenían decidido. Si votan: en la democracia perfecta la participación electoral no es obligatoria.  

Narciso y los negros

EEUU es la democracia electoral más perfecta del mundo. La democracia perfecta consiste en poder elegir entre Donald Trump y Joe Biden. Entre dos candidatos. Los mismos que cuatro años atrás, con cuatro años más de vida. Entre un ex presidente y su sucesor el actual presidente. Uno de los dos va a ganar la primera reelección de su vida. Si gana Biden, se queda cuatro años más en la Casa Blanca; si gana Trump, regresa a la Casa Blanca que abandonó en 2021 y que su rival derrotado deberá abandonar en enero de 2025.

Al debate llegaban un multimillonario pagado de sí mismo pero con problemas personales de cash, que se jactó de sus triunfos en las canchas de golf de las que es dueño, y que dijo que con su programa económico la inflación bajará. El desafío de Donald Trump era mostrarse contenido, racional, coherente. Disciplinado. Como alguien que se ha preparado para el debate, como un buen estudiante que ha hecho los deberes. En una palabra: presidenciable. Hay que decir que no fracasó.

El presidente Joe Biden, a sus 81 años, y como no dejó de decirlo en el debate, es sólo 3 años menor que su contrincante. También esta precisión jugó a favor de Trump. El demócrata confirmó la percepción de que es un hombre débil, frágil, incoherente y senil. Este católico  que es un vibrante apologista del aborto universal, sacó poco partido en una materia en la cual Trump deliberadamente se muestra ambiguo. Acusó al republicano de racista, y está seguro de que contará con el voto negro. Contar con el hispano es sólo un desideratum, a pesar de la furiosa tirada de Trump contra la migración, su único momento de genuino paroxismo truculento en este pasado debate.

Chances

El Chicago Tribune, el New York Times publicaron editoriales exhortando a Biden a bajar su candidatura. Y rogando a la Convención Demócrata que se reunirá a mediados de agosto que escoja un candidato viable para las elecciones presidenciales que se celebrarán la primera semana de noviembre. Aun desde posiciones conservadoras, como la muy elocuente de Andrew Sullivan, se reivindica un movimiento radical de renovación y cambio.

Es una opción. Pero no un remedio para el mal del cual son responsables quienes se reunirán en Chicago. ¿Cómo ganar un solo voto más para el Partido que permitió que el desastre del debate ocurriera? O no sabían que iba a ocurrir, o estaban paralizados para impedirlo, o pensaron que el electorado no se iba a dar cuenta del deterioro del candidato: no hay alternativa imaginable que los favorezca ni un poco. La dirección ha tomado una dirección previsible y razonable. Insistir en que el peligro para la democracia occidental que significa el golpista Trump de nuevo en el gobierno, que hay que movilizarse y hacer todo lo posible para luchar contra la dictadura. Incluso, votar por Biden en noviembre.

Bajo los ojos de Occidente

En la mañana del viernes que siguió a la debatida noche del jueves en Georgia, la Corte Suprema se pronunció en el Distrito de Columbia sobre la exactitud del significado de un exiguo punto de legislación. En la práctica, y en esta coyuntura, la decisión clarificatoria acarrea sin embargo unas muy grandes ventajas políticas para los republicanos.

Con un fallo mayoritario redactadp por su presidente el católico John Roberts, apoyado por 6 sobre 9 integrantes de la Corte, el máximo tribunal de EEUU ratificó en el caso Fischer versus United States que la turba trumpista que el miércoles 6 de enero de 2021 había irrumpido grosera y tumultuosa en el Capitolio de Washington y expresara violenta pero abiertamente su desprecio por el vencedor Joe Biden mientras la Asamblea Legislativa ratificaba la victoria demócrata en la elección de noviembre de 2020 había sido justamente condenada por estos hechos. En cambio, sentenció la Corte, habían sido injustamente acusados por el Ministerio Público e injustamente sentenciados por el crimen de una intentona golpista que buscó abolir el congreso, cancelar la democracia republicana, y sustituirla por una dictadura al mando nada menos que del instigador inmediato y directo de esa interrupción, el propio. Los severos fallos de los tribunales inferiores serán revisados, y las largas penas de prisión significativamente aliviadas.   

El 8 de enero de 2023 una turbamulta de centenares de bolsonaristas armados con piedras y palos rompió en Brasilia los vidrios de tres obras maestras de la arquitectura modernista del siglo XX las sedes de los tres Poderes del Estado, en una capital federal vacía ese día domingo, una semana después de la asunción de Lula. No habían pasado minutos desde que las primeras imágenes viralizadas de ese picnic alegraban las pantallas brasileñas en un fin de semana sin fútbol, que ya se había instalado la interpretación, vigente en el oficialismo, de que se trataba de una estudiada imitación simiesca del 6 de enero de dos años antes en Washington. Si es así, ¿revisará ahora el Supremo Tribunal Federal (STF) brasileño los cargos de golpismo y gravísimos delitos contra la democracia formulados con celeridad contra los participantes en aquellas irrupciones ilegales y en aquellos daños de la propiedad pública? Parece difícil. Además, la Corte Suprema de Brasil enfrenta estas semanas, como la de Chile, gravísisimas acusaciones con pruebas flagrantes pero bastane fehacientes en contra de algunas líneas internas integradas por varias de las máximas justicias del país, entrelazadas por sus amores en sórdidas, clandestinas, lucrativas guirnaldas de intereses en conflicto con el interés público.

La línea de la sombra

Absolutamente irrealizable parecía que alguien le hiciera sombra a Donald Trump. Y por unas horas Joe Biden lo consiguió. Por unas horas, los medios y las redes se olvidaron de un ex presidente y no tuvieron más remedio que hablar del Presidente de EEUU. Sí, la  prensa mainstream respetó su rutina y volvió a llamar ‘mentiras’ a las opiniones del candidato republicano. Pero todo eso pasó a un segundo y alejado plano. Porque en un paréntesis detestable de forzada lucidez tuvieron que ocuparse de la mentira que habían repetido el minuto en que empezó el debate y que ya estamos oyendo de nuevo no tantas horas después. Que Joe Biden está gozando al máximo de la plenitud de sus poderes físicos y mentales. A tal punto, que no sólo puede ser presidente otra vez, sino que puede completar su mandato y seguir siendo presidente hasta enero de 2025. Esto era falso. Pueden cambiar de tema. Pero ya no pueden negar la evidencia.  

Aun en el Washington Post reconocieron que la verdad brilló mucho antes de consumados los 90 minutos del debate presidencial nocturno televisado por la CNN desde Atlanta. En realidad, desde el primer minuto. Todas y cada una de las reglas de este debate estival (hay otro programado para septiembre) habían sido fijadas por la campaña demócrata. También la cadena CNN, los periodistas moderadores. Micrófonos apagados apenas concluidos los turnos de cada candidato rival. Pantallas partidas. Estudio vacío. Sin público presente. Porque las hinchadas republicanas, se sabe, son muy vulgares, gritan mucho, se ríen mucho, aplauden demasiado fuerte; serían capaces, incluso, de burlarse en vivo de una persona mayor que tartamudea, titubea, desvaría, pierde el hilo, se queda callada, entra en contacto con el cosmos a la vista de todos y todas. Prohibición  de chequeo de datos en tiempo real para que los moderadores pudieran repreguntar. Biden podía decir: En el interior de Saturno hay un ratón comiendo queso, y los periodistas, con la mejor onda del mundo, respondían, Thank you, President Biden!   

Todas las reglas diseñadas por la campaña demócrata, todas aceptadas por la campaña republicana. Y sin embargo, también en el Washington Post lo vieron. Desde el primer minuto en que lo enfocaron a él solo y le encendieron el micrófono, Biden no parecía el de los spots de campaña demócrata. Lucía exactamente idéntico al de los spots republicanos. Esos ultra editados e hiper intervenidos, esos montajes de citas fuera de contexto, de imágenes y audios recortados, esos mensajes que son fake news, deep fakes, elaboraciones maliciosas de una pérfida inteligencia artificial desbridada. Después de la noche del jueves, esa descripción parece menos inadecuada o inaplicable a la propaganda demócrata.

AGB