Ruido ambiente

Esperando a La Niña

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Cuando, después de una sequía larga,

plata y oscuridad al fin corrieron

por los montes, la llama seca e indiferente

del ojo de mi mente parpadeó,

pero siguió encendida.

Denise Levertov, “El mundo cerrado”

Se anuncia para fin de año la inminente llegada de “La Niña” a la Argentina como si fuera el personaje principal de una película de terror. No es para menos: “La Niña” es un fenómeno climático que enfría el agua del Océano Pacifico ecuatorial y tiene efectos en todo el mundo. Entre ellos, genera menos precipitaciones en el sur de Sudamérica. Es un fenómeno disruptivo y recurrente que existe desde hace miles de años, pero últimamente impacta de forma más severa, más intensa. Desde 1950 “La Niña” visitó la Argentina 8 veces. Según el Servicio Meteorológico Nacional, el evento de sequía del bienio 2020-2022 fue uno de los más secos de los últimos 60 años. La falta de lluvias dejó cicatrices profundas en todas las regiones del país durante ese período. 

Abril de 2022. En el puerto de Rosario, la altura del río Paraná es de 40 centímetros, el nivel más bajo en 50 años. Se complican las exportaciones agrícolas. Los buques que parten del principal polo agroexportador argentino deben reducir su carga hasta en 10.000 toneladas para no encallar, un 20 a 30% menos que el volumen habitual. El tránsito en el río se demora, ya que los pilotos deben maniobrar con mayor precaución en los pasos críticos. Además, se retrasa entre 10 y 15 días la llegada de barcazas con soja desde Paraguay, donde el río también alcanzó su nivel más bajo en 50 años debido a la sequía extrema. Esta bajante afectó tanto la carga máxima de los buques como las operaciones portuarias del Gran Rosario, epicentro de la agroindustria argentina, y tuvo un costo de 243 millones de dólares solo en el primer cuatrimestre de 2020.

Mayo de 2022. La sequía en el norte del país generó graves dificultades para el acceso al agua en las provincias de Chaco y Salta, las comunidades indígenas y rurales son las más afectadas. El monte chaqueño vivió una crisis hídrica que obligó a sus habitantes a recorrer hasta 20 kilómetros para encontrar un pozo con agua. En la región del río Pilcomayo, con precipitaciones que no superaron los 100 milímetros en todo el año, las fuentes de agua y las reservas de pastura para los animales quedaron devastadas. Unas 12.000 familias campesinas se enfrentaron a la emergencia agropecuaria. Las poblaciones que tienen una economía de subsistencia se encontraron con la pobreza.

Agosto de 2022. El campo argentino atraviesa un período extremadamente duro. La sequía afecta transversalmente la producción agropecuaria: los cultivos extensivos de soja, trigo, girasol y maíz de la zona central del país se pierden o tienen rindes bajísimos, las vacas enflaquecen o mueren porque no tienen pasto. La peor parte se la llevan las producciones intensivas y regionales: la citricultura del noroeste es una de las más dañadas. El fenómeno de La Niña, que persistió durante tres años consecutivos, provocó grandes pérdidas económicas y productivas. La agricultura, ganadería, caza y silvicultura registraron una caída anual promedio del 20%, con un pico del 40% en el segundo trimestre que es el de mayor actividad.

Esto es sólo un puñado de postales de una sequía. Cualquiera que elijamos refleja un mismo patrón: un efecto devastador para la sociedad y la economía. Pero la sequía de 2020-2022 era algo que esperábamos: no podíamos evitarla, pero sí la esperábamos. Los modelos climáticos ya lo habían anticipado: un evento intenso de La Niña estaba en puerta y complicaría la disponibilidad hídrica en el sur de Sudamérica. No son ciencias adivinatorias, son ciencias exactas y naturales: los eventos climáticos extremos se pueden prever. El cambio climático ya no es una teoría lejana o una advertencia en un informe. Es real, está aquí. Y sabemos que no se detendrá solo. Si seguimos en este camino, los eventos extremos serán más intensos, más frecuentes.

¿Vendrá La Niña a fin de año? ¿Habrá una nueva sequía que ponga en alerta a las comunidades, a las ciudades y a la economía? Lo más probable es que sí. Y no será la última que visite la Argentina y el hemisferio Sur. Los titulares de los diarios con desastres ambientales continuarán multiplicándose, como sucede con los titulares de economía de la larga crisis argentina: el riesgo país convive cada vez más frecuentemente con los incendios, las sequías y las inundaciones. Son las señales del desequilibrio climático. Aquí también ambiente y economía avanzan (o retroceden) en sintonía. 

Hay algo que puede marcar la diferencia en esta crisis: los datos y el monitoreo. Contar con información detallada permite implementar iniciativas como el manejo integrado de cuencas, la construcción de infraestructuras hídricas sostenibles y la creación de sistemas de alerta temprana. Anticiparse a condiciones extremas y optimizar la gestión de recursos hídricos en tiempo real puede garantizar el acceso al agua y proteger las actividades agropecuarias. Sin información precisa, no hay adaptación posible. Sólo con datos podemos prepararnos para un futuro cada vez más hostil. Para Argentina, es una prioridad identificar y trabajar en la adaptación a las consecuencias que tendrá el cambio climático sobre su territorio y sus poblaciones. 

Convertir las postales de crisis en historias de mitigación y adaptación es el desafío. Hay ejemplos que apuntan en esa dirección y no están lejos de casa. En Brasil, donde las sequías son particularmente severas, se han implementado mejoras en la gestión del agua a través de sistemas de almacenamiento y riego más eficientes, que optimizan el uso de los recursos hídricos durante los periodos de escasez. Además, la reducción de la deforestación y la restauración de tierras degradadas han contribuido a aumentar la capacidad de los suelos para retener agua y mitigar los efectos de la sequía. En Argentina, el desarrollo de cultivos resistentes a la sequía como el trigo HB4 también representa una salida de adaptación. Esta variedad es capaz de mantener rendimientos más altos en situaciones de estrés hídrico, lo que no solo beneficia a los agricultores en regiones afectadas por la falta de agua, sino que también contribuye a una gestión más sostenible de los recursos hídricos. 

Es hora de formular una agenda climática que exprese las necesidades de nuestro tiempo. Que distinga las urgencias y sitúe el conocimiento y la evidencia en el centro de la conversación pública. Comprender nuestras vulnerabilidades para trazar un panorama más certero. Evitar que el debate se contamine con información imprecisa o fuera de contexto. Contribuir a una toma de decisiones más informada y eficaz. Transformar los datos en relatos cargados de sentidos y sentires, reflejos de la realidad. Que sean una herramienta de emancipación hacia un futuro más resiliente y justo para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los habitantes del planeta Tierra.

La autora es científica de datos en Fundar