En la última marcha del Orgullo flameó de nuevo ese cartel que diseñó Néstor Perlongher en los años 70 para las primeras irrupciones públicas del Frente de Liberación Homosexual: “Para que reine en el pueblo el amor y la igualdad”, consigna tomada de la marcha peronista. En este mes de noviembre también se abrió la tercera temporada de la obra “Pena negra”, armada en base al triple relato Evita vive y algunos poemas perlongherianos. Por estas y otras razones podría estar justificada la leyenda “nacional y popular” de que su autor habría adherido al peronismo en aquellos años. Pero la operación del poeta y provocador nacido en Avellaneda que también fue mi amigo era otra.
Un libro que se publicó este año documenta con múltiples fuentes la atípica aproximación de Perlongher a los grandes mitos argentinos: Un pensamiento literario de la sexualidad, de Javier Gasparri, analiza y destaca en detalle el discurso anti identitario, la lengua sexo-política, las polémicas, los poemas, las ficciones y otras formas de esa escritura apátrida, renuente a toda tentación de dogmatismo estatal y de identidad nacional. Espantado por el autoritarismo y el paternalismo gubernamental del programa de Perón, Perlongher fue seducido sin embargo por la promiscuidad orgiástica de la pasión de masas movilizadas en la calle. Escribió en un documento inédito: “Sugiero pensar que, con el peronismo, los obreros ganaron el centro y se encontraron allí con los homosexuales… El peronismo parece tener, con todo, algo de fiesta. El erotismo que nace de ese encuentro de clases es potente. La relación de la marica de clase media con el chongo villero no sólo llenó lamentaciones… sino también saunas”.
Sobre Eva Duarte de Perón, esa “figura argentina devenida mitológica y organizada sobre una pasión bipolar (amor-odio)”, dice Gasparri que Perlongher no se sitúa en ninguno de los dos polos sino que más bien los ataca con la misma violencia, construyendo una Evita que “no es la santa venerada por el sueño peronista y en cambio sí es la yegua, pero una yegua gozosa que ya desarticuló el sueño antiperonista”. Debe recordarse aquí que la publicación de Evita vive en El Porteño en 1989 provocó la ira de concejales justicialistas que pidieron el secuestro de esa revista en la ciudad de Buenos Aires por considerar al relato “injuriante” y un “atentado al pudor”. Escrito en 1975, al mismo tiempo que Perlongher organizaba protestas contra la ley de restricción al uso de anticonceptivos que en esos años proponía Perón, así como contra los edictos policiales instalados en el primer gobierno peronista de 1946, ese triple cuento profano se basó en la literalidad de la consigna “Evita vive”: ella era un espectro inmortal, bajaba del cielo al subsuelo del Bajo y a los hoteles de inquilinos pobres para revolcarse en orgías, inyectarse con drogas, prometer un rescate de lotes de marihuana, interpelar a un comisario al que conocía tan íntimamente que podía descubrirle una verruga en el hombro y chupársela en público, y arengar al pueblo diciendo “grasitas míos, Evita va a volver por todos los barrios para que no les hagan nada a sus descamisados”. La risa de Perlongher es la risa blasfema, aunque no precisamente gorila, que descoloca tanto al relato militante tradicional como a la pacatería y la represión conservadora: en su escritura, el mito popular de Eva es descentrado, arrojado y arrastrado hacia los márgenes para terminar de nuevo elevado ya no como santa sino como una promiscua semidiosa lumpen.
Era una operación literaria y sexual. En otros textos Perlongher criticó la utilización de ese mito por algunas izquierdas “con la ilusión de tomar por asalto el ominoso aparato de la burocracia peronista. Los encantos de ese atajo son tan seductores como macabros sus resultados… Trátase de sumarse a un movimiento más o menos populista como tentativa de llegar, por un atajo, a la revolución. El triste saldo del entrismo de la izquierda en el peronismo ilustra sobre las producciones de este ensamble”. Aludía así tanto a la tragedia de la violencia de los 70 como al deseo de empalagarse con la transparencia de un cuerpo yacente y hurtado, ese cuerpo de Eva sobre el que cantó, en su poema “El cadáver”:
Vamos, no juegues con ella, con su muerte
Déjame pasar, anda, no ves que ya está muerta.
Y también refería al poema “El cadáver de la nación”, donde vuelve sobre la cuestión del manoseo del cuerpo en devenir zombi por magia de vudú, manicura y peluquería mortuoria, en diálogo figurado con Pedro Ara, el médico español que embalsamó el cadáver de Eva:
“En cuanto me muera, quíteme el rojo de las uñas
y déjemelas con brillo natural“.
Armada de sus trebejos de manicura
doncella de la estancia, plata y nácar
¿envolver en sus manos el rosario?
“Yo no soy quien – le contesté- para decidir
en esos detalles“.
La puesta en escena de fragmentos de estos poemas, así como del relato Evita vive por parte de Martín Diese en “Pena negra”, es impecable en su interpretación del impulso profanador, blasfemo y festivo de Perlongher en torno al mito. Como en las marchas del Orgullo LGBTIQ+, aquí también está la fiesta en el centro de un gesto teatral impúdico y anti solemne. El título de la obra -que puede verse en Hasta Trilce todos los miércoles hasta fines de noviembre- toma su nombre del bolero del compositor mexicano Homero Aguilar, cuya primera línea dice “De amor es mi pena negra”. Este también fue el título traducido al inglés de la antología donde apareció por primera vez dentro de un libro el Evita Lives de Perlongher: My Deep Dark Pain is Love, antología de ficciones gays latinoamericanas que publicó Gay Sunshine Press en San Francisco en 1983. Junto a Puig, Arenas y otros, ahí estaba Perlongher traducido en ese relato “maldito” -en el sentido que John William Cooke daba al término cuando se refería al peronismo como “hecho maldito del país burgués”- que aún mantiene una acuciante actualidad, como la presencia de un espectro que insiste en reaparecer cuando menos se lo espera.