En la madrugada del 17 de abril de 1961 mil cuatrocientos exiliados cubanos desembarcaron en Bahía de Cochinos, Playa Girón. Su misión era hacer una cabecera de playa, armar trincheras y establecer contacto con fuerzas internas hostiles al régimen de Fidel Castro. Pero los cubanos ya los estaban esperando porque Rodolfo Walsh, que en ese tiempo trabajaba en Prensa Latina, había logrado descifrar, después de una labor intensa, mensajes encriptados que el jefe de la CIA en Guatemala estaba recibiendo con información sobre la preparación del desembarco.
Walsh fue un escritor formidable, sus relatos irlandeses son cuentos exactos. Sus trabajos de no ficción –Operación Masacre, ¿Quién mató a Rosendo?–, extraordinarios y emancipadores. También fue un hombre valiente, consecuente. Jamás lo cegó su posición ideológica, algo tan común en estos días. Pienso esto mientras veo cómo un grupo de gente le pega entre muchos a un sólo hombre y pienso en Walsh con su revólver defendiéndose solo frente a un grupo de tareas de la Esma.
Walsh consideraba a Jorge Luis Borges el mejor cuentista argentino y entre los grandes escritores contemporáneos. Así se lo hizo saber a Donald Yates, con quien mantenía correspondencia y quien estaba fascinado con un texto de Borges –La muerte y la brújula– que había leído cuando estudiaba literatura hispánica. Por pedido de Yates, Walsh habló con Borges y consiguió que éste lo autorizara para traducir el cuento que lo había fascinado. Ese fue el comienzo de una relación entre traductor y escritor –Yates y Borges– que duraría muchos años y que después de la publicación de una selección de relatos de Borges bajo el título de Laberintos, iniciaría el culto borgeano en las universidades de los Estados Unidos.
Es decir que Rodolfo Walsh evitó, en parte, que los Estados Unidos logren derrocar al gobierno cubano y tiempo después les envió un gorila genial para que les diera clases a los alumnos de la Universidad de Michigan, a través de la invitación que le cursara Donald Yates. Ahora se acaba de publicar el Curso de literatura argentina que Borges dictó en esa universidad en 1976, con edición, prólogo y notas de Nicolás Helft, por Sudamericana. Las clases fueron para un reducido grupo de estudiantes yanquis de habla hispana y hoy las podemos leer también como producto de otra desgrabación, ya que fueron registradas en cassettes por Yates y desgrabadas por Helft. ¿Qué le dijo Borges a los alumnos americanos?
Les dijo, para empezar, que la literatura no se puede enseñar, que él había dado clases y se había dado cuenta de eso. Este punto me parece central: la literatura es un terreno tan inestable que cualquiera que se proponga como maestro o maestra cae en el ridículo. Sólo podemos acercar conjeturas. Dice Borges: “Creo que lo que uno puede enseñar es el goce de ciertos libros, el hábito de ciertos libros, y que un profesor no tiene derecho a imponer sus opiniones”. Borges, que dictó clases en la Universidad de Buenos Aires ¿tomaba exámenes? Dice Borges: “Yo siempre le decía a mis estudiantes y repito acá estas palabras: no tengan miedo, no voy a hacerles ninguna pregunta, no les preguntaré fechas porque yo mismo no las sé y se va a descubrir mi ignorancia, pero voy a invitarlos a hablar de cierto tema. El tema puede ser Emerson, puede ser el doctor Johnson, ahora ustedes elijan su vida, elijan su estilo, elijan alguna obra particular, elijan su poesía y hablen, yo no voy a interrumpirlos con preguntas porque las preguntas siempre tienen algo de catequismo, de inquisición, que me parece desagradable”.
En el Curso de literatura argentina, podemos disfrutar del pensamiento borgeano en su etapa tardía, las descripciones memorables que hace de Sarmiento, del recuerdo de las lecturas del Facundo. La obsesión filológica, escucharlo analizar el ciclo vital de una palabra como si fuera una animal vivo, las condiciones que ésta tuvo que soportar para adaptarse a determinados climas, a ciertos ripios ideológicos hasta, a veces, extinguirse.
Es curioso: tanto Borges como Walsh no pudieron escribir novelas. El primero, tal vez, porque tenía una tendencia a miniaturizar la épica, algo así como “Querida encogí a los niños”. El segundo, porque la consideraba un género burgués.
Canta Silvio Rodriguez en la canción Playa Girón: “Compañeros poetas tomando en cuenta los últimos sucesos, en la poesía, quisiera preguntar, me urge, qué tipo de adjetivos se deben usar para hacer el poema de un barco, sin que se haga sentimental, fuera de la vanguardia o evidente panfleto”. Las mismas preocupaciones atravesaron la obra de Borges y de Rodolfo Walsh.
FC/DTC