A Martín Sivak
La crisis argentina tiene su antología de sonidos. En las ciudades tenemos dos clásicos: el sonido del Califato de la crisis (la camioneta destartalada que recorre los barrios de todas las ciudades argentinas diciendo “compro heladeras, compro televisores…”) y el timbre en los departamentos con la voz “¿tiene ropa para dar?”. La ruta de la seda: ¿adónde va esa ropa? A ferias en barrios y plazas, a grupos de Facebook y Whatsapp para la venta. Hay otro sonido constante. Ruido blanco. La reproducción de la especie es el ritmo cardíaco de un país.
En el año del censo, mientras Argentina pasa por un descenso récord de nacimientos (un 34% menos de 2014 a 2020), Antonia parió. Le propuse contar su historia para conocer un granito de arena de la gran playa argentina: uno entre miles de partos. La conozco desde hace años. Parió a su tercer hijo este 2022 pero es madre desde los dieciséis. Vivió en la calle de chica con su mamá; lleva encima las marcas de un viaje demasiado largo para una vida demasiado corta. Le pido ayuda: “quiero contar la llegada de un argentino más al mundo en el año del censo”. Pasan los días. Me promete el testimonio en primera persona. Ya llega, ya llega. Grabando audio. Este año sabemos que somos 47.327.407. Las personas se cuentan de a una, gobernar es censar. Censo, luego existo, dice el Estado. Quiero contarte tu historia, Antonia, aunque sea en un audio, le digo. Y mientras lo espero, escribo.
Jesús nació también en mitad de un censo, el romano. Lo leemos en el Evangelio de Lucas. “Por aquel tiempo, el emperador Augusto ordenó que se hiciera un censo en todo el mundo”. José y María partieron rumbo a Belén. José pertenecía al linaje de David. En Belén había poco más de 6 mil habitantes.
María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo y Dios el señor lo hará rey, como a su antepasado David, para que reine por siempre en la nación de Israel. Su reinado no tendrá fin.
El ángel le anunció a María el nacimiento de Jesús. Si María cerraba los ojos podía ver en aquellas palabras la transformación de su cuerpo, como describió Erri de Luca, “en un terrón de tierra”. Apuesto guita que hasta el más agnóstico es prudente ante la imagen del pesebre. Todo nacimiento y su halo.
Los censos argentinos comenzaron a notar, desde 1980, que la población migrante cambió: de esa mayoría de colectividades españolas e italianas, que llegaban en barco desde el viejo continente hambreado o en guerra, pasamos a la migración más a pie de nuestros países limítrofes. De Italia, España a Paraguay y Bolivia. Luego, también Perú y Venezuela en estos últimos años. Barcos, caminos, aviones, micros larga distancia. Un país es un origen pero también un destino.
Los censos son una historia. Pensemos un detalle de costado del de 1980: no en los miles que se exiliaron a París, Madrid, Ciudad de México o San Pablo, sino en quienes se metieron para adentro en el país, bajo la alfombra, en un departamentito prestado o en el fondo de la casa de un suegro, en un rancho; que se rajaron a un campo un tiempo, al galpón o la estancia, los miles de “desplazamientos” desde el 76. Bueno, muchas de esas personas en 1980 también abrieron la puerta al censista. Vamos al siguiente: el censo del año 90. Tuvo que posponerse un año más. La híper tenía las arcas reventadas. Un presidente democrático le daba la banda a otro presidente democrático en 1989: era una imagen dorada, pero debajo de la foto todos tenían los pies en el barro. Vayamos al que sigue: en 2001, en medio de otra mishiadura, contra pronósticos y resistencias sindicales, el Estado roto pudo volver a censar. Tres meses antes de que todo vuele por el aire. Saber es poder, aunque no se supiera qué podía hacer ese Estado tan ciruja. Nueve años después, en 2010, se volvió a censar a todo el mundo menos a Néstor Kirchner. Parábola del Estado: un presidente muere el día del censo (y uno que traía mejores datos sociales).
La primera sorpresa de cada censo es quinielera: ¿qué número sale? ¿Cuántos somos? Parir. Una trabajadora social del barrio de Bajo Flores, que trabaja sobre todo con migrantes bolivianos, pone en estos términos la maternidad de cientos de mujeres con las que convive: “Se pueden enumerar un montón de cosas que muchas no van a tener: vacaciones, casa propia, trabajo estable. Pero a lo que no se resignan muchas mujeres es al viaje que significa la maternidad. Es esperanza, no quedar solas, porque hay mucha soledad en ellas”. Lleva años ahí, y vio crecer muchos niños, en su trabajo de velar por los sueños posibles de otras mujeres. “La sumisión a parejas, jefes o al que manda en el barrio parece cortarse en ese destino inquebrantable. Muchas viven la maternidad –dice esta trabajadora social– como la ilusión del futuro, de saber que para alguien sos la persona más importante del mundo. Es una motivación para luchar. ¿Cuál es la razón para soportar todo eso, para tirar un carro diez horas o pasarte la vida limpiando baños ajenos? Frente a todo eso, la luz que significa el tesoro de crear vida. Ahí son poderosas. No hay poder que le gane a esa fuerza de amamantar, de proveer, de cuidar. Las mujeres donde estoy traen los chicos en sus aguayos todo el día en la espalda. Un hijo es el viaje que no van a tener, es el poder de algo que deciden: el nombre, y por eso le ponen dos o tres nombres. Hay un desquite en ese tesoro contra tantas postergaciones”.
Recuerda a una mujer a la que el marido golpeó. Lo hizo delante de sus hijas, ella cayó desmayada, él la creyó muerta. Horas después ella despertó y tenía a las dos hijas pequeñas al lado. Cuando las vio se prometió que ese era el límite. Hoy, esa mujer es referente de muchas otras en su barrio. La mirada de los hijos señala un camino.
Antonia y Enzo
Veo el estado de Whatsapp de Antonia. Abraza al bebé. Al lado está Mariano, el papá. Este año en el DiarioAR contamos cosas de la vida de Mariano. Que trabaja en Verónica, en un lavadero de autos, que quiso ser militar impulsado por su abuelo, un músico folclórico del sur bonaerense y jubilado del servicio penitenciario bonaerense. “No aguanté.” Ingresó al cuartel y el primer día tuvo que quedarse “porque te dejan quince días dentro del cuartel”. Ahí empezó: cada día a las cinco de la mañana lo levantaban. Y si no se levantaba cuando el teniente pegaba el primer grito, había que hacer flexiones de brazos y a correr. El desayuno era café frío sin azúcar y un pedacito de pan. “Con eso te agarraba dolor de panza, y para ir al baño había que esperar una orden. Podían ser las cuatro de la mañana con lluvia, y te despertaban de un grito y afuera tenías que hacer cuerpo a tierra, flexiones de brazos, sentadillas… y todo con la mochila cargada.” A los pocos días encaró al capitán. Le dijo que se quería dar de baja. El capitán le contestó: “No seas cagón. Puede haber una guerra y tenés que pasar eso, así que no te vas a ir. Tenés que cumplir un mes”. Antes de cumplirse el primer mes Mariano dejó de ir. “Me fueron a buscar a mi casa, porque tenía que cumplir el mes y si no, podían llevarme preso. Me hacían bañarme con agua fría, veinte segundos, y si pasaban los segundos y seguía con shampoo en la cabeza, tenía que salir igual. Las flexiones de brazos las hacés de cualquier manera”. De la vida del joven trabajador golondrina de la economía de servicios al salto hacia una formación militar estricta media un abismo. Los dos tenían razón, él y el capitán. Lo que era muy duro para él, era inevitablemente duro.
Antonia nació el 7 de julio de 1998 en José C. Paz en el Hospital Mercante, ochomesina y con un soplo en el corazón. Cuando vivía con su mamá en la calle, una persona las rescató: “Orlando, un hombre que trabajaba de parrillero en un puesto de Costanera Sur y nos cruzó en la calle. La conoció a mi mamá y nos llevó a vivir a un hotel en Parque Patricios” .Vivieron ahí los tres hasta que nació su hermano. Lo que sigue es el maratón de su vida: “Iba a la escuela y también a un merendero que estaba a la vuelta donde merendábamos y nos ayudaban con las tareas de la escuela. A mis 7 años nos tuvimos que ir a vivir a Verónica, Partido de Punta Indio, ya que el lugar donde estábamos viviendo lo tenían que cerrar. A los 16 años me junté con un chico y me fui a vivir a la ciudad de Azul donde tuve a mi primera hija, Melody. Ella nació el 3 de diciembre del 2014 a las 15:15 de la tarde. Y a los 18 años tuve a mi segunda hija, Melina, nació el 19 de enero del 2016 a las 9:16 de la mañana. A los 23 años me separé del papá de mis hijas. Vivíamos en una casa que nos daba la empresa donde trabajaba él, que era una empresa de cría de toros. Vivíamos un poco aislados, en medio del campo. Pero nuestra relación no iba para más. Después supe que él tenía otra chica. Me quedé en Azul sola con mis nenas. Y conocí a Mariano en un bar donde yo estaba trabajando con la mamá. Al poco tiempo que nos pusimos de novios, pasó lo de mis hijas: el papá me las sacó y ya no me pagaba más el alquiler y nos tuvimos que ir a vivir con Mariano a Verónica, a la casa de mi mamá. Fui sola sin mis nenas.” Antonia cobra un Potenciar Trabajo. Se supone que es una “planera”. Da una contraprestación de limpieza en su municipio, una tarea que está a su alcance. Trabaja.
En enero de este año quedó embarazada de un varón. Tuvo un embarazo complicado, fue su tercera cesárea. En una de sus tres internaciones el bebé quiso salir, pero faltaba mucho. Para retener al bebé hizo reposo hasta llegar a las 38 semanas, cuando recién podían hacerle una cesárea programada. “Cuando cumplí las 37 semanas me dio turno mi ginecólogo para hacerme la cesárea el 20 de octubre del 2022. Tuve una cirugía complicada con mucha hemorragia y mi bebé estuvo en una incubadora con oxígeno porque tragó líquido amniótico. Y si no respiraba por sí solo dentro de una hora de vida lo tenían que trasladar a La Plata porque el hospital de Verónica no tiene los materiales necesarios para tratar a bebés con problemas respiratorios o bebés prematuros”.
Entró al quirófano a las 8:30 de la mañana y el bebé nació a las 9. En la hemorragia no le pudieron coser las siete capas y quedaron algunas sensibles. “Me llevaron a la habitación y como a las 11 me entregaron a mi bebé. Le puse de nombre Enzo Julián por dos jugadores de River.” Uno es Enzo Fernández, crack de este mundial. “El día 21 de octubre -sigue Antonia- nos dieron el alta. Todavía sigo con los puntos y los dolores pero al ver a mi bebé tan chiquito, indefenso, se me pasan todos los dolores. Sueño con darle educación y apoyarlo en lo que necesite y sueño que sea alguien en la vida, que estudie y haga deporte. Gracias a Dios pudo respirar por sí solo y ahora está conmigo.”
Llegaron a tiempo las palabras de Antonia. Una vida entre miles en el año del nuevo censo. Varón, dijo la partera. Nombre, apellido, hospital, y toda una historia atrás. Que tengas buen camino, Enzo.
MR