En el artículo anterior de esta serie conté un poco la historia de Chapadmalal, una de las grandes afrentas del peronismo al status quo. A partir de la recuperación de una estancia mal habida que ocupaban los Martínez de Hoz, la acción de gobierno permitió una masiva democratización del turismo: los hijos de los cabecitas, hasta entonces excluidos de gozar de las playas como los niños de otras clases, tenían derecho al mar
¿Cómo puede haber seres humanos tan repugnantes que se oponen a la igualdad esencial que existe entre todos los niños? Porque el resentimiento de los Martínez de Hoz es comprensible, al fin y al cabo perdieron “su” estancia. Pero que existan personas que sólo por maldad se oponen a que los chicos disfruten del agua es un fenómeno social triste. La categoría superior de villanía la integran personas que no sólo se oponen a la igualdad y lo dicen sin ruborizarse, sino que militan explícitamente la inequidad social y el aplastamiento de las clases populares.
El sofisma fundamental de estos militantes de la segregación consiste en calificar a los sectores populares como una masa ignorante, idiota y embrutecida que opera como base de maniobra para intereses perversos del populismo. Así, la figura del populista perverso permite disfrazar la inhumanidad del planteo central de estos ideólogos del apartheid social: hay una clase de personas que no merecen ser feliz ni gozar de los mismos derechos porque en el mejor de los casos nació para servir a otra como “mano de obra” pedaleando 14 horas para llevarte una hamburguesa o ganando sueldos por debajo de la línea de indigencia para limpiarte el inodoro. Todo otro ideal social genera grieta, vagancia, populismo, discordia.
Por eso, para el tradicional diario La Nación la solución a la discordia entre clase media y la patria choriplanera es simple: “que la clase media vuelvan a mirar a esas personas como potencial mano de obra y no como vagos irrecuperables” (sic). Voilà! Le faltó sincerarse y decir “mano de obra barata”.
Pese a que los principales segregacionistas pertenecen a las clases altas rentistas, su héroe social, antagonista del choriplanero, es el hombre de clase media que “se rompe el lomo laburando”. Las clases altas toman prestado este personaje esforzado, sufrido e incomprendido, “la gente común”, porque la defensa del privilegio de nacimiento y las fortunas faraónicas es demasiado difícil de sostener; porque además sin una porción de la clase media como base política no son nada. Por eso tanto alica, alicate, tanto “soy común”, fotos familiares…. Pero no seamos bobos, ninguno de ellos vive como clase media.
Ayer La Nación ofreció un espectáculo patético de racismo y clasismo publicando un artículo titulado La discordia histórica entre la clase media y la “patria choriplanera”, con firma de Marcelo Gioffré. La patria choriplanera son los “millones de personas vampirizadas por mafias” que perdieron su “individualidad”, son “almas secuestradas”, “que corta la calle, acampa en plena calzada y petrifica al trabajador en la maraña del tránsito”, que se presentan “impermeables a asumir el desafío de la dignidad” o aceptara “el nutritivo riesgo de la libertad” (sic).
Más allá de que el mentecato articulista hace una interpretación totalmente forzada y deshonesta del cuento “Cabecita Negra” de Germán Rozenmacher, sus propias anteojeras ideológicas lo llevan a reproducir los prejuicios más infames definiendo a los descamisados del presente, los trabajadores de la economía popular, como “choriplaneros”, del mismo modo que se identificaba a los obreros del siglo pasado como “cabecitas”, “peronchos”, “patasucias”. Es la tirria contra los negros, doblemente punzante cuando estos negros deciden desafiar el lugar que se les asigna en la sociedad… la aversión al negro no es un pensamiento, es un sentimiento… o mejor dicho una perversión moral que anida en el corazón de ciertos tristes hombres que no observan la realidad con sus propios ojos sino que repiten prejuicios como una manada.
Pero ojo el piojo: esos hombres no son “la clase media” que describe la sociología, sino “el hombre mediocre” que describe José Ingenieros: “Producto de la costumbre, desprovisto de fantasía, ornado por todas las virtudes de la mediocridad, llevando una vida honesta gracias a la moderación de sus exigencias, perezoso en sus concepciones intelectuales, sobrellevando con paciencia conmovedora todo el fardo de prejuicios que heredó de sus antepasados” que “no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra; pero, en cambio, custodia celosamente la armazón de automatismos y prejuicios”
Para Gioffré clase media es equivalente a “los Lanari de la vida” (sic). Vale la pena leer el cuento, es una obra maestra que describe a la perfección un arquetipo de “alma secuestrada” por la mediocridad: “los Lanari de la vida” (sic) son personas horribles cargas de prejuicios y malicia, cobardes, falsas, rutinarias, con bibliotecas cargadas de libros que no leen, que no se conmueven ante el espectáculo de una niña abusada, que se comportan con servilismo abyecto frente al poder y con infinita crueldad ante los débiles. Son aquellos que padecen la necesidad histérica de contar con la fuerza pública como protección de su permanente miedo a caer en la escala social.
Entre las citas potentes que deshonestamente omite Gioffré para hacer del detestable Lanari un personaje tolerable está su reivindicación de la dictadura militar y la represión cómo forma de tranquilizar su odio de clase: “La chusma”, dijo para tranquilizarse, “hay que aplastarlos, aplastarlos”, dijo para tranquilizarse. “La fuerza pública”, dijo, “tenemos toda la fuerza pública y el ejército”, dijo para tranquilizarse. Sintió que odiaba“
Los propagandistas de la mediocridad como Gioffré son intelectuales orgánicos de las minorías privilegiadas. Su tarea es secuestrar el alma de personas que por su condición socioeconómica pertenecen clase media para llevarlas a la condición espiritual-ideológica de lo que Ingenieros describe como mediocridad.
Por eso, su deber es atacar a toda expresión política que desafíe a las minorías privilegiadas con el trillado argumento de que “corrompen al pueblo”. Gioffré denomina kirchnerismo a esta expresión y le atribuye la multiplicación de las capas sociales sumergidas. El kirchnerismo es la denominación vernácula de lo que más genéricamente denominan populismo latinoamericano: Evo Morales, Lula da Silva, Rafael Correa, Andrés Manuel López Obrador, Gustavo Petro, Xiomara Castro. En todos estos países se reproduce el mismo argumento: hunden a la clase media y corrompen a los pobres.
El problema que tienen los relatos como el de Gioffré es que mueren en los datos. Basta leer el informe “La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina” del Banco Mundial para notar que los años dominados por este populismo permitieron “duplicar la clase media” en Nuestramérica. El economista jefe del Mundial para América Latina y el Caribe, Augusto de la Torre, describió las causas de esta significativa mejora: “la suerte de la región mejoró significativamente gracias a ciertos cambios de política pública que enfatizaron la prestación de programas sociales junto a la estabilidad económica”.
No te lo dice Grabois, te lo dice el Banco Mundial: los programas sociales junto a la estabilidad económica permitieron el crecimiento de la clase media y mejorar la situación de la región. Pero a los patrones de Gioffré no les interesa duplicar la clase media, les interesa otra cosa que queda bien clara en su artículo: tener mano de obra barata. Por eso promueven dentro de la clase media al hombre mediocre que desprecia a todos los que luchan por mejores ingresos y salarios para los sectores populares, sean sindicatos, movimientos sociales o corrientes políticas.
Los que sumergieron a la Argentina en la miseria y pulverizaron la clase media son los neoliberales. Hay que recordar que Patricia Bullrich y Gerardo Morales fueron altos funcionarios de las dos mayores maquinarias de empobrecimiento de la Argentina: el gobierno de la Alianza encabezado por Fernando de la Rúa (1999-2001) y el gobierno de la Segunda Alianza encabezado por Mauricio Macri (2015-2019). Ambos se decían representantes de la clase media y ambos la jodieron bien jodida, llevando millones de ellos a la pobreza y precarizando al resto, mientras endeudaban el país, enriquecían a los ricos y fabricaban hombres mediocres con su poderosa maquinaria (in)cultural.
Pero existe otra clase media que, para usar los términos de Ingenieros, es idealista, “causa inquietud entre los que viven a la sombra de intereses creados”. Estos jóvenes, hombres y mujeres de la clase media son “adversarios de la mediocridad: soñadores contra los utilitarios, entusiastas contra los apáticos, generosos contra los calculistas, indisciplinados contra los dogmáticos”. La diferencia fundamental, sin embargo, estriba en que el hombre mediocre siempre va a proyectar su odio contra quien está más abajo o tiene menos poder, mientras el idealista deposita en ellos su amor y solidaridad, rivalizando con poderosos, privilegiados y opresores.
Para Ingenieros “un ideal no es una fórmula muerta, sino una hipótesis perfectible”. Luchar porque haya tierra, techo y trabajo para todos, que nadie tenga que ser sirviente de otro para evitar discordias, es perfectamente factible. Ojalá la clase media se llene de idealistas y se vacíe de mediocres.
Nunca seas una Lanari.
JG