“No le saqué el lugar a ningún pibe, pero si alguien sintió que le faltamos el respeto, de alguna manera quería pedir disculpas. No era la intención ni en pedo faltar el respeto, ni nada de eso”. ¿Quién lo dijo? A) Baruch Spinoza; B) Marcelo Bielsa; C) Guillermo Francella; D) Spreen, Iván Buhajeruk do nascimento.
No se hagan filetear los sesos, con lo caro que sale pensar aunque más no sea en su vertiente plebeya ligada a la adivinación: fue Spreen, el youtuber con nombre de energizante que jugó un minuto en un partido de primera división del fútbol argentino. Su rival fue Vélez Sarfield y la camiseta que se puso como titular fue la de Deportivo Riestra, club de laboriosa parmanencia en clase A, a las órdenes técnicas de Cristian “El Ogro” Fabbiani, y presidido en los hechos por ese ángel del derecho y la simpatía, el Doctor Víctor Stinfale, a quien la sociedad argentina le debe honores por haber perdido el sueño para esclarecer el atentado a la AMIA, y por haber cuidado con tanto cariño (junto a su colega de titanio Matías Morla) a Diego Maradona durante los últimos años de su vida.
Para llegar a jugar un minuto en cualquier equipo de primera división, hay que cursar un Camino de Santiago de esfuerzo físico, temple mental, desarraigo, privaciones, responsabilidad monacal, y todo con dedicación exclusiva, además de tener muchos dones. Bien lo saben quienes toman carrera para patear un tiro libre como Lionel Messi y le pegan a la pelota como Donald Trump.
Las pensiones de los clubes es una carnicería de desilusiones. Se empieza desde muy niño. Hay que dejar la casa y la familia para pasar a ser una promesa de esas regencias de mercado que son los clubes, del que el futuro crack es un bien de extracción como las vacas, el litio o el petróleo. Pero el futuro crack, el que llega lejos, es un milagro estadístico. ¿Llegará uno en mil? ¿Uno en cien mil?
Está claro que Spreen no es un dotado del futbol. Tiene menos gracia deportiva que una bola de fraile (no sé qué tendrá que ver la bola de fraile, pero ya lo escribí). Por lo que no es difícil imaginar el estado de decepción de los chicos que hicieron mil años de inferiores en Deportivo Riestra, todavía no debutaron y quizás no debuten nunca.
Pero no hay que exagerar. Injusticias hay en todos lados desde hace tiempo. El asunto no es el criterio de justicia inspirado en referencias de mérito sino una cuestión de época relacionada a la radicalización de la apariencia. Spreen es un usurpador, un faker. Y su presencia en el pozo de otro sapo es un fenómeno cada vez más popular. Habiendo tantos fakers, ¿por qué no iba a haber uno en el fútbol profesional?
En la política, en la televisión (nido fake por principio de existencia y supervivencia), en la literatura y -para qué ocultarlo- en la vida cotidiana, el Indice de Apariencia crece como un hongo. No sería un problema para nadie si se pudieran distinguir con claridad las calidades a la hora del juicio, epifenómeno del prejuicio.
En esa niebla, la intervención de Spreen en un partido oficial de la AFA tuvo de alguna manera una transparencia ética inesperada. No sólo por ser un deportista de madera balsa sino por asumirlo bajo las luces del escarnio público. Es un no jugador de fútbol subido al escándalo de manera calculada para instalar la “marca” Deportivo Riestra en el mundo de los sucesos. Un no jugador de fútbol jugando un no partido durante ese minuto en el que estuvo en la cancha como una inserción marciana.
Lo que se puede decir a favor de la operación es que Spreen, mientras se floreó en pantalones cortos como una presencia de otro mundo, nos estaba diciendo: “Los estoy engañando no para engañarlos sino para que se den cuenta de que los estoy engañando”. Fue un engaño cuyo resultado fue haber pronunciado a los cuatro vientos una verdad.
No ocurre lo mismo en otros ámbitos, en lo que la fuerza de los fakers es casi imposible de revertir. En eso, Spreen hizo una verdadera demostración de lo que ignora. Asumirlo, aunque haya sido de carambola, lo convierte en un elemento extraño de la época.
Hacia dónde va el mundo no lo saba nadie, pero hay una actividad incesante y multitudinaria que consiste en hacerse pasar por quien no se es. Mejor dicho, por hacer creer que se sabe lo que se ignora. Es la ilustración ignorante. Por suerte, existe Spreen, prueba viviente de que tarde o temprano la apariencia revela su realidad oculta.
JJB/MF