Panorama Político

La impostura “republicana” llega a su fin y encuentra un intérprete a su medida

29 de octubre de 2023 00:01 h

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Desde hace dos décadas, la elección por la opción más efectiva para oponerse al kirchnerismo ha orientado el voto de millones de argentinos. Hay, por supuesto, motivaciones ideológicas y económicas, y tradiciones políticas genuinas, pero el rechazo y la animadversión a la figura de Cristina Fernández de Kirchner y su entorno, así como la adhesión, han jugado un papel directriz en el mapa electoral.

Esa marca de nuestra democracia reciente habla de la fortaleza de Néstor y Cristina Kirchner y de los poderes que enfrentaron políticas a favor de la igualdad, rebeldes de las recetas ortodoxas, pero también de la magnitud de sus déficits. De punta a punta de los tres primeros gobiernos kirchneristas (2003-2015), que son los que Cristina admite como propios, las huellas de la corrupción, un trazo grueso administrativo que se demostró contraproducente y una persistente práctica maniqueísta para delimitar lo democrático, lo popular y lo progresista empujaron a una porción del electorado a elegir cualquier opción que se les enfrentara.

Fue tan determinante esa razón electoral, que el bloque antikirchnerista extendió su abroquelamiento ante variantes como Alberto Fernández en 2019 y, ahora, Sergio Massa, por más que ambos representaran versiones atenuadas y hasta contradictorias del paradigma cristinista.

Con el norte puesto en dar vuelta la página del kirchnerismo, esa parte del electorado asumió el precio de la incoherencia. No sólo quienes pusieron el sobre en la urna, sino también, en forma más costosa para su propio capital simbólico, quienes buscaron ese voto y quien se erigió como orquestador en las sombras de esa pretendida epopeya: Clarín.

Una persistente práctica maniqueísta del kirchnerismo para delimitar lo democrático, lo popular y lo progresista empujó a una porción del electorado a elegir cualquier opción que se le enfrentara

Un repaso de los nombres que encabezaron infinitas alquimias anti-Cristina —a veces elaboradas, otras improvisadas y otras empujadas por el propio kirchnerismo— da cuenta de vaivenes inexplicables. En estas dos décadas, alternaron como jefes de la oposición Eduardo Duhalde, Elisa Carrió, Roberto Lavagna, Hermes Binner, Francisco de Narváez, Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich y los hoy oficialistas Massa y Ricardo Alfonsín. Conservadores, outsiders, peronistas clásicos, socialdemócratas, derechistas duros… El listado continúa, pero ninguno logró la combinación de vocación real de poder, perseverancia y capacidad táctica para buscar el voto opositor como Mauricio Macri.

Eligieron creer en Macri

El expresidente supo liderar una coalición y dotarla de una narrativa de apertura económica sensata y respeto por las instituciones democráticas y los valores republicanos. Se trataba de una impostura perceptible para cualquiera que sostuviera una mínima mirada crítica sobre el personaje, su experiencia como empresario y como jefe de Gobierno de la Ciudad, y las tradiciones poco democráticas y poco republicanas de la derecha conservadora argentina.

Pero la nave fue. Una artillería mediática con un poderío pocas veces visto estuvo para contarlo y millones de ciudadanos, no sólo conservadores, sino incluso autopercibidos progresistas y liberales, eligieron creer.  

Al cabo de cuatro años en la Casa Rosada (2015-2019), Macri magnificó las inconsistencias heredadas del kirchnerismo y agregó otras más lacerantes. Entregó el país con muchos más pobres, el doble de la inflación y una deuda externa monumental que no existía cuando asumió. “Cuentapropistas” que le reportaban —según los tribunales— espiaron ilegalmente a medio mundo. Removió jueces molestos, nombró a los propios mediante mecanismos ilegales, persiguió a opositores, arbitró el blanqueo de dinero de su familia, puso al Estado al servicio de celebrar homicidios perpetrados por policías en casos de delito común (Luis Chocobar) y de protesta social (Rafael Nahuel).

Una artillería mediática con un poderío pocas veces visto estuvo para contarlo y millones de ciudadanos, no sólo conservadores, sino incluso autopercibidos progresistas y liberales, eligieron creer en Macri

Macri dejó el gobierno con 40% de los votos. Ya antes de terminar un mandato cuyo final definió como una experiencia pesadillesca, adoptó un discurso propio del derechista sin maquillaje que había sido como empresario. Despectivo de los pobres, “los que no trabajan”, “choriplaneros”, defensor de “las dos vidas”, agresivo con la lucha de memoria, verdad y justicia por los crímenes del terrorismo de Estado. Sin cargo estatal, se dedicó a los negocios de la FIFA, el bridge y el descanso en su paraíso patagónico. Los jueces de Comodoro Py se encargaron de que las causas judiciales pendientes ni lo mosquearan. Entre viaje y viaje, se volcó al rito de una entrevista en TN y otra en La Nación +, sus casas.

Allí está el expresidente, con una proyección política disminuida, pero con capacidad de acción para hacer, deshacer y poner al resto del arco político antiperonista a reaccionar a sus movimientos.

Hombre de acción

Un dueño de empresas de la estirpe de Macri es propenso a la acción. Cita a su despacho, imparte órdenes, pide consejos y actúa según su criterio. Después de 2019, el accionista de Sociedades Macri se despojó de la obligación de asumir decisiones colegiadas, atentas a las inquietudes de la UCR de Catamarca o los arrebatos éticos y religiosos de Elisa Carrió.  

Macri escribió no uno sino dos libros (Primer Tiempo, 2021, y Para qué, 2022) para decir que había llegado la hora de un gobierno “promercado” sin contemplaciones. Esta vez, debería ser a todo o nada. Si hubiere resistencia a ajustes draconianos, sería repelida por la fuerza. No habría más espacio para tibios. “El liderazgo tiene que bancarse” gente en la calle y muertos, advirtió ante Luis Majul tiempo atrás.

No ocultó su preferencia en la interna de Juntos por el Cambio ni la ilusión que le generaba la aparición de Javier Milei en el firmamento. Este economista violento, autoritario y de turbia relación con las corporaciones financieras y empresariales parecía expresar el inconsciente reprimido de aquel hijo de Franco Macri que se sentaba a conversar con Bernardo Neustadt en “Tiempo Nuevo”, hace cuatro décadas.

El Macri 2023, padre de una hija pequeña, abuelo, amante del buen vivir, algo amargado por la ingratitud de quienes no valoraron su experimento presidencial, conferencista a ser presentado por Mario Vargas Llosa, no está para tolerar medio segundo de charla con un candidato radical a concejal de Clorinda. Prefirió reservarse en la penumbra para trabajar contra la que valora como la peor de las hipótesis: Massa.

Ante el inesperado resultado de la primera vuelta del 22 de octubre, ensayó un duelo relámpago y virtual extinción de su creación, Juntos por el Cambio. Whatsappeó con Milei y lo recibió al filo de la medianoche del martes en su mansión de Acassuso para que el libertario y Bullrich recrearan el abrazo Perón-Balbín de 1973 en modo comedia e hicieran bromas sobre bombas en jardines de infantes.

¿Quién está verdaderamente sorprendido por el paso dado por el frío estratega Macri y la aguerrida Bullrich al acudir en auxilio de un Milei en shock por la derrota?

La denuncia de la traición del expresidente que campea en sus correligionarios de Juntos por el Cambio, que ven con espanto la deriva ultraderechista ¿no es una forma de ahorrarse respuestas sobre su propia trayectoria al haber llegado al punto de militar por una candidata presidencial radicalizada como Bullrich?  

Consumir de la propia

Ante la realidad de la impactante victoria de Massa y un balotaje con Milei, volvió un clásico del derrotado: el enojo con el electorado.

En círculos políticos y mediáticos de Juntos por el Cambio cundió la ira porque entendieron que el votante peronista no repara en casos de corrupción obscenos, como el del exintendente de Lomas de Zamora Martín Insaurralde. El razonamiento motivó una hipótesis de la periodista mexicana Cecilia González.

“Lo que indigna a ciertos periodistas militantes no es que a ‘la gente’ no le importe ‘la corrupción’, como vienen diciendo desde anoche muy enojados, sino que sus denuncias sesgadas, siempre con doble vara, no tengan el impacto electoral que ellos desean”, tuiteó González.

Como decía Mariana Moyano, la analista y docente fallecida esta semana, “tenemos que escuchar un poco más”. “Tiene que ver con el tono, el dedito, la moralina, la superioridad. Hay que recuperar la escucha y no tanto qué tenemos para decir”. Mariana dedicó buena parte de sus últimas intervenciones a interpelar al peronismo, con el que se identificaba. Sus palabras, dichas ante estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales hace un año, caben para todo el arco político y para los periodistas que por estos días destilan desprecio por la voluntad popular y un dejo de racismo.

En otro de los artificios poselectorales, circuló el análisis de qué tan distintas habrían sido las cosas con Horacio Rodríguez Larreta en la candidatura presidencial de Juntos por el Cambio. Más que contrafáctico, tal escenario suena ilusorio.

La historia de la candidatura del jefe de Gobierno porteño da cuenta de la falta de un proyecto serio para trascender la experiencia de Macri en el campo no peronista. Rodríguez Larreta preparó su postulación durante al menos cuatro años, contó con una pauta publicitaria de las más altas de la historia democrática al servicio de un proyecto presidencial, holgados recursos para reemplazar baldosas sanas; virtual ausencia de preguntas críticas en todo el espinel mediático. El resultado fue 11% de los votos para Rodríguez Larreta en las primarias de agosto, el doble que Juan Grabois, quien armó su candidatura en 24 horas y la presentó a bordo de un carrito de cartoneros.

Rodríguez Larreta preparó su postulación durante al menos cuatro años, contó con una pauta publicitaria de las más altas de la historia democrática al servicio de un proyecto presidencial. El resultado fue 11% de los votos

A Rodríguez Larreta, Martín Lousteau, la UCR y todo aquel que se autoperciba de centro o socialdemócrata en lo que fue Juntos por el Cambio, les cabe la pregunta de cuántos años antes debieron haber emprendido su propio camino, sin pasos equívocos para tratar de imitar al duro de turno o a Bullrich, imitadora a su vez de Milei.

Artificios de moderación

Ese sector careció de las convicciones para tocar su propia música ante el credo esotérico en el libre mercado, las andanzas del espionaje macrista, la disposición de recursos estatales para garantizar negociados con parques eólicos y la justificación de haber tomado el préstamo más grande y lesivo de la historia del Fondo Monetario Internacional.

Por el contrario, hay disputas estériles de todo el arco de Juntos por el Cambio que procuran equiparar la deuda externa de Macri con la de Alberto Fernández. La primera, en dólares, con jurisdicción internacional, para reemplazar baja de impuestos y financiar la fuga; la segunda, local, en pesos, para solventar el capricho de Cristina por los subsidios y en escenario de pandemia y guerra.

Hay fotos de Rodríguez Larreta con Chocobar, interacciones de Inteligencia de María Eugenia Vidal y su ministro de la Gestapo, cientos de declaraciones temerarias de Carrió y acciones de Gerardo Morales sobre el Poder Judicial de Jujuy que harían sonrojar a Pepín Rodríguez Simón. Todos ellos hoy se ubican en la vereda “neutral” de cara al balotaje.

Bullrich no condenó el intento de magnicidio de Cristina y protegió a su mano derecha, el sospechoso Gerardo Milman; Milei amenazó “pisar con una silla de ruedas” al “sorete” y “comunista” Rodríguez Larreta, y Macri expresó “alegría” por el ascenso del economista ultraderechista. Nadie en Juntos por el Cambio creyó que allí había motivo alguno para poner un límite, rediagramar la coalición o emprender otro rumbo.

No se trata de una carrera por la incoherencia en la que los integrantes de Juntos por el Cambio hoy azorados por la alianza con Milei les ganan a los radicalizados Macri y Bullrich.

La emergencia de Milei tiene múltiples explicaciones. Las deficiencias y letanías del kirchnerismo, la crisis económica prolongada, una tendencia global, pero los halcones y las palomas de Juntos por el Cambio corren con la responsabilidad, por acción u omisión, de haber extremado el debate a los niveles incendiarios en los que el economista ultraderechista terminó siendo mejor intérprete. Si había que jugar al derrumbe, un candidato con un parecido al Joker de Joaquin Phoenix que parece guionado contaba con ventaja.

En tres semanas termina un dramático año electoral que parece un siglo. Massa quedó mucho mejor parado de lo que se preveía de la primera vuelta, pero la competencia para el 19 de noviembre promete ser ajustada, por regla habitual de los balotajes, pero también por la persistencia del voto antiperonista y, más específicamente, anticristinista. Aun en silencio, la vicepresidenta representa tanto un activo, que ya mostró su potencial al votar por Massa, como un pasivo que enciende a la oposición.

El candidato peronista lidia con la misma carga que lo llevó a conseguir nada menos que 37% los votos en la primera vuelta: inflación, índices de desconfianza dentro del sistema político y el electorado que lo acompañan hace tiempo, y la mala imagen pública del Presidente y la vicepresidenta. Tiene a su favor la solidez de su papel en la competencia, la base peronista y la capacidad de resistencia democrática del pueblo argentino que puede poner un freno a una amenaza de la catadura de Milei.

El hombre de la Libertad Avanza navega la ola de la reacción conservadora y cuenta con la fortaleza de los poderes fácticos que la sustentan. Se enfrenta a su propia inestabilidad psicológica, la endeblez técnica y numérica de su entorno y el miedo que generan. Fue una semana dura para Milei, con amateurs y exaltados de las redes que comenzaron a bajarse del berrinche de la política.

Se verá si la apuesta de Macri resulta útil para subsanar las deficiencias logísticas y programáticas de Milei, o, por el contrario, el expresidente termina transfiriendo su desprestigio mayoritario al libertario.

Esta vez, la carta de la derecha será a todo o nada, sin imposturas republicanas.   

SL/MG