El miércoles pasado (o el pasado, o el pasado: va tan rápido esta vida), hubo un concierto de homenaje a las Abuelas de Plaza de Mayo en el Teatro Argentino de La Plata, del que participaron cantantes populares, en el que Manuel Moretti cantó una versión de “Informe de la situación”, de Víctor Heredia, con arreglos orquestales y piano de Lito Vitale.
“Informe de la situación” es una canción de otra época, por no decir de otro mundo argentino, el de 1983, en el que de mil maneras se fueron inventariando las calamidades de la dictadura de 1976 (escribo “dictadura de 1976” y siento un sobresalto como el que podrían sentir los nuevos groupies de la dictadura de 1976 cuando leen “Abuelas de Plaza de Mayo”, sin que sus corazones reparen en la diferencia abismal de naturaleza entre ambos grupos de palabras; es decir como si ambas cosas fueran lo mismo). Una de ellas, fue la música llamada de denuncia que, en este caso, revelaba sin problemas su identidad formal que ¿cuál era?
Se trata de una carta de denuncia escrita en un registro burocrático, cuya destinataria es la Autoridad. El cuidado lírico se recuesta sobre esas formalidades afortunadamente perdidas de la correspondencia “seria”, en su variante de “informe”, mitad informativo (pasó esto), mitad programático (habría que hacer aquello). El tema, transparente, es que ha ocurrido una catástrofe natural que habría que empezar a reparar.
Es imposible no sentir en esa carta de Víctor Heredia una evocación a la carta de Rodolfo Walsh a la Junta Militar, a su vez evocación de la de Juan José Valle a Pedro Eugenio Aramburu. Siendo todas hijas psíquicas de la “Carta al padre”, de Franz Kafka, en el sentido de que las tres obedecen al factor común de ser textos escritos por personas desesperadas para ser leídas por quienes lo harán con indiferencia, si es que antes no se pasan el sobre cerrado por el orto (nada que ver, pero eso era lo que hacía Le Corbusier cuando el cirujano Pedro Curutchet le mandaba sugerencias para modificar los planos de su célebre casa de La Plata).
La interpretación de Moretti es, por así decir, “anormal”. La conexión entre su voz, ejecutada con un interior anegado de un llanto que no se desata, y la canción de Heredia explica por qué tenemos canciones y cantantes corriendo por nuestras venas. Moretti canta de manera inolvidable la canción que no puede cantar. Como diría Samuel Johnson de William Shakespeare, cuya obra “revienta de vida”, esta canción revienta inesperadamente, aunque quizás no tan inesperadamente, de gran parte del sentido que tuvo cantarla hace cuarenta años.
¿Cómo puede ser que una canción que hace cuarenta años inventariaba la destrucción y se ilusionaba a media máquina, con el nihilismo del caso, con salvar algo del desastre haya regresado como si esos cuarenta años no hubieran pasado nunca? La respuesta argentina es: ¿por qué no?
En la semana en que Moretti trajo de nuevo al tarareo popular la canción de Heredia, el Presidente Javier Milei dio una charla para unos muñecos subidos al caballo del petróleo. El discurso, retentivo, como afectado por los óxidos cada vez más penetrantes de la obsesión, sembrado de “digamos” y de “o seas”, interjecciones, quizás resortes en los cuales apoyarse y saltar a su ya habitual entonación de venganza universal, no será recordado por su calidad. Sí por haber sido la primera vez en que un presidente aludió en penumbras, montado en una voz cansada, a escenas de fist fucking para explicar la economía. La economía como una penetración a mano, como una excavación “por atrás” de un cuerpo en otro. Nada que decir. Cada mente es esclava de sus analogías.
Que no haga falta hacer una masacre para imponer de nuevo las reglas de 1976 es asombroso, y bajo ese asombro (género inteligible para la modesta percepción humana) digamos que vamos viendo si se desprende alguna gota de sentido
La onda sádica necesita de la onda masoquista. Es una dialéctica como cualquier otra, un ensamble, pero sobre todo un contrato social: vos me das, yo recibo. No se advierte por ahora que asome el pacto alternativo del yo te doy y vos recibís, ni el del nos damos mutuamente.
El fist fucking político es un fenómeno de época. Tenemos, para decirlo en lenguaje presidencial, “el dedo” y luego “el brazo” hundiéndose en un mar de pasividad. De hecho, no hace falta, como hizo falta en1976, que la economía reprima en las calles ni en las casas. La violencia represiva está en el lenguaje, o ya estaba (o estuvo siempre). Lo único que hay que hacer es mantenerla con chaski-booms de desprecio y crueldad.
Hay que dejar de alucinar dictadura en esta democracia. Eso como para empezar a entender algo. Por supuesto, la razón, tan altanera ella, todavía no explica nada. Pueden verse algunos movimientos de fichas, digamos los “cantados”: se empotran constantemente, en modalidad de shooting de DNUs, ideas dictatoriales que son, aunque no lo parezcan del todo, el alma de la dictadura, y con tanta voluntad de pureza que a la operación restauradora no le hace falta el cuerpo. ¿Para qué preocuparse porque la violencia del alma escale a la del cuerpo si el consentimiento a la destrucción tiene vibraciones buenas y masivas?
Que no haga falta hacer una masacre para imponer de nuevo las reglas de 1976 es asombroso, y bajo ese asombro (género inteligible para la modesta percepción humana) digamos que vamos viendo si se desprende alguna gota de sentido.
La canción de Víctor Heredia recordada por Manuel Moretti es un agregado más a la perplejidad, y no crean que lo hace sin dudar ella misma de sus propias percepciones. En el estribillo, en el que se evalúan los daños de la catástrofe, se hace presente el aturdimiento del que acaba de ver algo que no puede entender. Se está cursando una experiencia de perplejidad, y no hay nada que agregar (por el momento). Dice: “Parece ser que el temporal…”. Parece ser. Algún día veremos qué fue ese temporal que pasó. El por qué ya lo sabemos.
JJB/MF