Me despierta la más recurrente de mis pesadillas. Puedo volar pero no es flotar livianamente en el aire como todos imaginamos siempre. Me muevo por el cielo, pero mantenerme arriba requiere para mí de todo un esfuerzo gimnástico similar a la natación, nunca automático como el latido de un corazón. Si en el aire dejo de nadar aunque sea por un solo segundo, me caigo. Aprovecho y vuelo lo más lejos que puedo, trato de alejarme de las ciudades pero muy cerca está el fuego. Estos incendios antes no estaban. Dónde termina la ciudad todo está prendido fuego. No sé hacia donde ir pero tampoco puedo detenerme. Me muevo bien arriba, por los límites. Cada tanto bajo la velocidad y miro alrededor para ver en donde podría caer sin dañarme tanto, pero si caigo me despierto.
Y caigo. Y me golpeo varias veces. Y me despierto.
Son las cuatro de la mañana a 26km del obelisco de Buenos Aires, pero del lado de afuera de donde consideran que queda la ciudad. En los últimos dos años viajé a infinidad de ciudades extranjeras en donde piensan que después de la Capital Federal solo hay campo argentino, pero no puedo sorprenderme del todo. Muchos en mi país piensan lo mismo. Quizás por eso me resulte tan necesario seguir narrando desde acá y ésta es para mí la hora de la ficción.
En mi barrio una no puede salir a tomar algo si se despertó a las cuatro de la mañana. Ni siquiera se puede salir a dar una vuelta. Caminar despierta en vez de volar dormida. La escritura es también ese lugar al que voy cuando las circunstancias me tienen encerrada.
Todo duerme menos los camiones que transportan mercaderías durante toda la noche. Si los escucho con los ojos cerrados pasar una y otra vez y mi imaginación se va con ellos a otras tierras, ya sé que no voy a volver a dormirme. Y no puedo dejar de escucharlos.
Querer volver a dormir es perder horas dando vueltas en la cama intentando algo imposible, así que me levanto, enciendo la luz y voy hacia la computadora. Como ya se hicieron las cuatro y media, tengo un poco menos de dos horas para escribir. La casa arranca seis y cuarto. Lxs hijxs estudiando y creciendo necesitan de sus desayunos calientes.
Escribir mientras todos duermen tiene sus ventajas. Una aprende a escuchar los distintos silencios que acompañan a la oscuridad y trata de que algo de ese aprendizaje nuevo penetre en la lengua. La experiencia de un complot, o de un tiempo robado debe habitar de alguna manera lo que se produce. Es una mancha que no debe ocultarse.
Escribir es un verbo transitivo y a veces hasta creo que es de una transitividad bivalente. Una escribe algo para alguien. La base semántica actúa de la misma manera que en el verbo dar: uno le da algo a alguien.
Pienso historias que muchas veces se responden en la noche, la oscuridad las completa y esa cierta clandestinidad que se respira antes de la salida del sol. Escribo y los sonidos de la noche me acompañan.
Hay veces que solo después de dormir un par de horas puedo resolver algunas cosas que un texto me plantea.
Hay otras que las resuelvo directamente adentro del sueño y necesito la computadora cerca para poder escribir antes de olvidar esa respuesta que mi propio universo onírico me está enviando.
Escribo con la computadora pegada a la cama y siempre le digo a mis alumnos de taller que hagan los mismo o que al menos dejen cerca cuaderno y lapicera: lo que no se anota, regresa al mundo de los sueños.
Milito el escribir pegado al despertarse, aunque sea durmiendo poco y mal. El insomnio como práctica tortuosa, ese dormir y despertarse a cualquier hora, puede darnos la posibilidad de hacer de la pesadilla un texto nuevo. Pero hay veces que el sueño no viene por varios días seguidos. Si son muchos, el insomnio empieza a estropearme. Estar despierto siempre sin sufrir como si yo fuera un vampiro, tendría su enorme encanto, pero solo soy yo que a la tarde me voy a estar cayendo de sueño.
Sé que en algunos centros de detención, no dejar dormir a los pobres cuerpos que padecían el encierro era una forma de tortura. ¿Estaré pagando alguna culpa pasada con mi falta de sueño?
Una vez, un poco a modo de broma por lo inevitable del insomnio y otro poco para ver cómo andaban de estos males mis contactos de redes sociales, sugerí que iba a dar un taller de lectura y escritura para insomnes y que el horario sería de cuatro a seis de la mañana. No podrían creer la cantidad de interesados que me escribieron preguntando por el taller.
Al insomnio arriba de los aviones lo aprovecho para ver películas que nunca vi pero que se supone que debería haber visto hace tiempo. La última fue Avatar en viaje de Buenos Aires hacia Ciudad de México. Cuando tengo alguna esperanza de dormir me pongo música y me echo el asiento los diez centímetros que puede reclinarse y cierro los ojos. Cuando ya no tengo ninguna esperanza de conciliar el sueño, casi siempre porque llora un bebé o hay demasiadas turbulencias, busco la opción de videogames de la tablet del avión. El Plantas vs Zombies es la delicia suprema de mis desvelos aéreos, mientras, se confunden los ronquidos de otros pasajeros con los sonidos que hacen los zombies al ataque de mis plantas. Pero tanto arriba en el cielo o acá sobre mi cama terrestre, nada me ayuda tanto a transitar la tranquilidad de la vigilia como leer hasta que se cierran los ojos producto de la dulce mordida del sueño.
Al dormirse es leer y a despertarse es escribir. Ese es el esquema de la vida en solitario. Y como de aviones y vuelos venimos, un autotip para la previa. Si voy a quedarme dormida en donde sea, no hay como el modo avión, que el celular duerma permite que yo también pueda hacerlo.
Siempre me pregunto cómo se imaginarán los lectores que escribimos. También me lo pregunto de mi propia escritura: ¿Cómo hago para que estos fragmentos caóticos, paridos entre insomnios y desvelos lleguen a ser un texto terminado?
Perseverancia y relecturas. Empeño en algo que es una actividad que es casi enfermiza. Pasión al ver como un texto crece, trabajo, corrección, re-escrituras, más trabajo hasta el éxtasis del punto final
La corrección y el volver al texto la cantidad de veces necesarias para que llegue a su mejor versión posible. Pero para que yo pueda sostener el estado mental que me permite encarar correcciones y reescrituras, sí o sí tengo que dormir al menos algunas horas. Pero si doy vuelta la pregunta todo se vuelve oscuridad. ¿Qué sería de mi pobre cuerpo y cabeza insomnes si no tuviera el escribir? No puedo ni siquiera imaginarlo. Para mí, la escritura es resetearme la cabeza para después poder avanzar mejor con un texto.
Si esos textos no existieran, si no hubiese la instancia de escribir, el insomnio sería solo una cicatriz constante del lado de adentro de la cabeza. No quiero eso ni para mí ni para ningún otro habitante de la dispersa tribu de los insomnes.
Que despertar no sea solo caerse del vuelo. Que dormir no sea asomarse a la intemperie del fuego descontrolado sin la herramienta de la palabra. Transformemos el tiempo de la oscuridad y el insomnio en nuestro momento de trato íntimo con la lengua y con todo aquello del entorno que arde encendido en nuestros sueños.
DR