Desde hace unos días, los usuarios argentinos de WhatsApp podemos chatear con la inteligencia artificial de Meta, la empresa que opera la app de chats gratuita. Del mismo modo que podemos escribirle a nuestros contactos, ahora WhatsApp nos ofrece tener conversaciones con Meta AI, el agente artificial desarrollado por Meta, que genera respuestas e imágenes de manera automática.
El lanzamiento de la inteligencia artificial en WhatsApp es parte de un viraje estratégico de la empresa, que opera WhatsApp, Facebook e Instagram, entre otras plataformas: desde 2013, Meta cuenta con un equipo de investigación dedicado a inteligencia artificial, y desde el año pasado ofrece públicamente Llama, un modelo de lenguaje al estilo de GPT.
Algo curioso de este lanzamiento: prácticamente toda la cobertura en medios menciona “cómo desactivar” la inteligencia artificial en WhatsApp, pero esto no es posible. Cuando hacemos clic en la barra de búsqueda de WhatsApp, vemos un mensaje pidiendo que aceptemos los términos de uso de inteligencia artificial de Meta. Una vez que tocamos “acepto”, no podemos desactivarla. Es cierto que, si queremos dejar de utilizar la inteligencia artificial, podemos simplemente dejar de intercambiar mensajes con Meta AI: si no le chateamos o la mencionamos en un grupo, nuestros mensajes siguen encriptados y Meta no tiene acceso a nuestros chats. Meta junta datos de nuestros chats con la inteligencia artificial para mejorar su servicio, pero no tiene acceso al texto de nuestros chats con nuestros contactos. Sin embargo, la inquietud tiene sentido. Estamos en WhatsApp para mandarnos mensajes con otras personas: ¿por qué nos encontramos repentinamente siendo usuarios de una app de inteligencia artificial?
Aunque nadie nos obliga a aceptar los términos y condiciones que nos propone Meta, muchos opinan que nuestra capacidad de accionar en estos casos está bastante limitada. Shoshana Zuboff, profesora de Harvard y autora de La era del capitalismo de vigilancia (Paidós, 2020), llama a esas operaciones “rendición-conversión”. Cada vez que aceptamos estos términos y condiciones para utilizar un servicio digital ofrecemos nuestros datos sin leer la letra chica, y una vez que aceptamos no podemos dar vuelta atrás. Dicho eso, lo cierto es que obtenemos mucho valor de WhatsApp: es un servicio confiable que funciona bien y sirve para comunicarnos con otras personas instantáneamente. No debería sorprendernos que Meta, una empresa, busque lucrar a partir de ofrecernos el servicio. El problema es, como también apunta Zuboff, que realmente no tenemos la libertad de elegir no usar WhatsApp. Es la app de comunicación más popular de Argentina y una vía de contacto instalada en nuestra cultura. En otras palabras, pareciera que no nos quedara más opción que ser usuarios de una aplicación de inteligencia artificial.
Podemos frustrarnos con Meta, pero lo cierto es que esta situación es en gran parte culpa de nuestras políticas públicas. Para empezar, muchas empresas operadoras de telefonía móvil como Movistar, Claro y Personal ofrecen “WhatsApp gratis”, es decir, los datos que usamos a través de WhatsApp no cuentan en nuestro uso de datos. Esto sucede a pesar de que el principio de “neutralidad de la red” (que no puedan discriminarse paquetes de datos en la infraestructura digital) sea ley en Argentina. Esto deja en desventaja a otros servicios como Signal o Telegram. Segundo, muchos servicios públicos como Boti, de la Ciudad de Buenos Aires, solo pueden accederse a través de WhatsApp. Y tercero, a diferencia de la Unión Europea, no hay proyectos de interoperabilidad entre plataformas de mensajería en Argentina. Esto permitiría, por ejemplo, que un usuario de Signal le pueda escribir a un usuario de WhatsApp, lo que nos daría más opciones a los consumidores. Principalmente, la opción de elegir utilizar plataformas de mensajería que tengan o no componentes de inteligencia artificial.
A fin de cuentas, estos problemas apuntan a una tensión clave con las plataformas. Dependemos de WhatsApp del mismo modo que dependemos de las calles, la electricidad o el correo postal: lo tratamos como si fuera infraestructura pública. Lo vemos como una herramienta clave para comunicarnos y lo integramos como una parte clave de nuestra vida en sociedad. Pero esta dependencia hace que cuando las empresas que operan las plataformas realizan cambios en cómo estas tecnologías funcionan o qué tipo de servicios ofrecen, los usuarios no tengamos más opción que hacer caso.
Si les asignamos este rol clave a las plataformas de comunicación, tenemos que asegurarnos de que los usuarios no salgamos perjudicados en esta asimetría de poder. Tenemos que abrir la cancha a que aparezcan más y mejores plataformas. Quienes disfruten de charlar con agentes de inteligencia artificial podrán elegir algunas, quienes prefieran otros servicios podrán elegir otras. La tecnología puede estar al servicio de los que la usamos.
TG / NB
*El autor es estudiante doctoral en el departamento de Comunicación en Stanford