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OPINIÓN

Menos judíos

El ex canciller Héctor Timerman durante un acto en homenaje a las víctimas del nazismo en Jerusalem, en 2014.

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Desde 2023 se reeditó una tendencia: señalar como no-judíos o menos judíos a los judíos que se expresan en disidencia a la línea de las instituciones más fuertes de la comunidad judía en la Argentina. Las diferencias políticas, ideológicas o incluso éticas pasaron a ser identitarias. Los señalamientos más agresivos incluyeron el de judío antisemita, Judenrat –los Consejos judíos establecidos por orden de los alemanes– y terrorista.  

Esta semana, la periodista Romina Manguel se preguntó al aire si Gerardo Werthein es el primer canciller judío de la Argentina. Cuando le recordaron que en ese cargo también se desempeñó Héctor Timerman, trató de salvar su olvido con una sonrisa sarcástica, relativizando la identidad de quien efectivamente fue el primer judío en ser canciller del país. Aunque luego obviamente concedió que Timerman, hijo de Jacobo y Risha, era judío, no lo hizo sin antes decir que no lo había tenido en cuenta porque no tuvo compromiso con la colectividad. 

La identidad judía siempre fue un campo disputado, se ha escrito tanto sobre “ser judíos” que es imposible plantear acá una síntesis. Todos sabemos que en el extremo los nazis simplificaron la cuestión como de base estrictamente racial-genética. Fuera de ese límite, los matices son muchos. Desde el punto de vista religioso, hay un amplio espectro que va de la ortodoxia al laicismo, pasando por el conservadurismo y el reformismo. En cuanto a lo biográfico, hay instituciones y organizaciones que chequean la genealogía familiar y la trayectoria institucional (escolarización, casamientos, funerales) como parámetro para establecer si alguien puede o no ser enterrado en un cementerio o asociarse a una institución. Para gran parte de la colectividad, llena de parejas mixtas y familias no tradicionales, el carácter excluyente de estas ponderaciones genera bronca en los momentos más sensibles. Para muchos, me atrevo a decir que para la mayoría de la colectividad judía, hay una base identitaria que combina la historia migratoria familiar –marcada por la memoria de los progroms, la persecución y la shoah– y las referencias culturales, entre las que se destacan el lenguaje, el humor y la comida, que luego se combinan con más y menos prácticas tradicionales y rituales. 

A todo esto, que siempre fue complejo y muy interesante, en el último siglo se sumó la existencia de Israel como Estado judío. Desde entonces hay múltiples formas de combinar o no la identidad judía con la israelí, la identidad judía con el sionismo, así como también la reivindicación de una historia y una tradición diaspóricas. A través de las décadas, el total reemplazo del idish por el hebreo en la escolarización judía es una marca de estas transformaciones colectivas, junto a otras que muestran un campo institucional judío menos diverso ideológicamente.

Estas son las diferencias que las y los judíos estamos muy acostumbrados a explicar porque no son sencillas de comprender para quien no se socializó en o cerca de estas identidades y porque muchos toman ventaja de las confusiones posibles.

De lo que quiero hablar acá no es de los prejuicios sobre los judíos, de la judeofobia o del antisemitismo, sino de la discriminación ideológica entre judíos esgrimida como una vara de judeidad y una amenaza de sanción identitaria.

Parece obvio decirlo: los judíos desde que llegaron a la Argentina fueron activos políticamente en todos los sectores, a excepción de las fuerzas armadas. Hubo y hay referentes y expresiones judías en el liberalismo de derecha, en el conservadurismo, en el peronismo, en el movimiento obrero, en el anarquismo, en el socialismo y en el comunismo. Los periódicos, la producción cultural, la vida de las instituciones y hasta la enorme cantidad de judías y judíos desaparecidos en la última dictadura son testimonio de la participación constante en todos los sectores políticos desde las grandes inmigraciones. En este espectro en el que siempre hubo fuertes diferencias políticas, el señalamiento entre judíos no es una novedad, pero retornó con una fuerza desconocida para las últimas generaciones. 

De los señalamientos recientes de judíos contra judíos por sus ideas, el más resonante fue el de la DAIA contra Alejandro Bercovich por su posición crítica sobre Israel. Dijeron que su razonamiento constituye el mismo tipo de terrorismo de los atentados en la Argentina y del 7 de octubre de 2023. 

Lo que estos y otros señalamientos ponen en juego es el temor de que el propio pensamiento, cierto tipo de ideas, sean señaladas como una traición. Como si uno pudiera traicionar su identidad y hubiera determinadas instituciones y voceros que sostienen la vara de la sanción. Es un contrasentido que para ser judio o judía debas limitar tu libertad de pensamiento ya que ese límite vendría a ser, justamente, lo contrario de la práctica filosófica y reflexiva del judaísmo. 

Ante una sospecha de otros que nos inhibe, un primer reflejo es defender nuestra identidad. Reconozco ese impulso. Lo hice. Sin embargo, creo que es momento de que las y los argentinos judíos desmontemos toda noción de que el pensamiento y las ideas políticas puedan ser utilizados contra nuestra identidad, así como es tiempo de que rechacemos que nuestra identidad sea puesta en juego como un límite para expresarnos.

Mariana Perelman es Directora del área de Investigación del CELS

     

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