Cuatro días duró la Convención Nacional Demócrata 2024 reunida en Chicago que concluyó el jueves 22. Desde hace medio siglo, los dos partidos dueños del poder de EEUU celebran cada cuatro años Convenciones nacionales apacibles y previsibles. Antes podían ser bastante imprevisibles sus resultados y peligrosamente desapacible su desarrollo. Las convocatorias son cada cuatro años: los cuatro años que dura un mandato presidencial.
Dos primarias partidarias, dos Convenciones sucesivas, dos relatos antagónicos
En 2024, el desarrollo de las primarias partidarias no fue imprevisible, pero sí único en la historia de EEUU. Porque en las republicanas, la precandidatura de Donald Trump sólo conoció la oposición efímera de Niki Halley, que abandonó la carrera, y acabó dando su apoyo a su ex contendiente. Y porque en las demócratas, como es de uso cuando un partido ocupa el poder y el presidente está en su primer mandato, el triunfo sin oposición fue para Joe Biden. Pero después de su desastroso desempeño del presidente candidato de 81 años en el debate televisado del 27 de junio contra su contrincante Trump, apenas tres años menor, desistió de la candidatura que había ganado en las primarias, y cedió la titularidad de la fórmula a la vicepresidenta y candidata a vice, Kamala Harris, de 60 años.
Los cuatro días de la Convención de Chicago como los de la Convención Nacional Republicana que concluyó el jueves 18 de agosto en Milwaukee, Wisconsin, fueron apacibles pero su desarrollo fue imprevisto, rico en consecuencias políticas que podrían llegar incluso, de continuar sus repercusiones con la intensidad que están siendo medidas desde el viernes, a una disputa mucho más cerrada e incierta de la victoria electoral el 5 de noviembre. Porque hicieron visibles dos relatos contrapuestos para cada campaña. Si un súbitamente muy serio Donald Trump con una venda en su oreja recordatoria del alevoso intento de asesinarlo prometió redimir a la sociedad del presente decadente y restaurar las quietas seguridades del pasado nacional, el jueves 22 de agosto, en su discurso de aceptación oficial de la candidatura demócrata, Kamala Harris invitó a escudriñar en el futuro las oportunidades abiertas a la felicidad.
En el caso demócrata se hizo audible y visible un sólido y consolidado giro discursivo, abierto a votantes por fuera de la grieta cultural feroz que separa al oficialismo del trumpismo. Quienes se entusiasman, como el editorialista del Washington Post Jonathan Capehart, lo ven generador de una dinámica que podría hacer ganar a la ahora candidata oficial demócrata, la vicepresidenta Kamala Harris, los votos que le faltan en el margen estrecho pero constante de ventaja que los sondeos daban, sin desfallecimiento hasta ahora, al ex presidente y candidato oficial republicano.
Desde el jueves, el relato que ofrece cada campaña ha delineado contornos nuevos, pero también ha adquirido el contraste entre uno y otro una nitidez que antes faltaba. En la Convención Republicana, Donald Trump y su joven compañero de fórmula J.D.Vance, senador por Ohio a sus 39 años, delinearon el regreso a un pasado glorioso de libertad individual asegurado por una economía nacional protegida por un Estado gendarme.
No sólo el Washington Post destacó que esta Convención Nacional Demócrata de 2024 fue la Convención de las mujeres. No sólo por consagrar como en 2016 a una candidata presidencial mujer. Ni tampoco por haber hecho de la defensa a ultranza de los derechos reproductivos y de la recuperación plena del acceso al aborto un hilo conductor de la campaña. Desde el lunes al jueves, Hillary Clinton, Nancy Pelosi, Michelle Obama, Oprah Winfrey y la propia Kamala Harris pronunciaron los más satisfactorios, convincentes y memorables discursos de sus vidas. Reproducidos, citados, intervenidos en todo o en parte, la viralización de sus palabras por las redes no ha cesado de crecer.
En el proyecto MAGA (Make America Great Again, Devolvamos su Grandeza a EEUU), la noción de devolver, de volver, de regresar, es clave, es central, y es inamovible para una orientación que ubica la positividad en el pasado. ‘No hace falta imaginar nada, ya sabemos cómo tienen que ser las cosas: como fueron’, era una declaración que en julio repitieron, en la Convención reunida en el estado indeciso de Wisconsin, no sólo los oradores sino asistentes entrevistados en vivo que estaban dispuestos a hablar ante las cámaras y micrófonos de medios diversos en sus simpatías.
El futuro será atroz pero en el pasado hay esperanza
Según el relato republicano, el presente es el momento de la caída, de la pecaminosidad consumada. Progresar sería avanzar por el camino actual de Joe Biden, “el peor presidente de la historia”: mayor legalización del aborto, más migrantes asesinos y violadores, más poder para las élites globales de cultura cosmopolita y agnóstica y más impotencia para las masas trabajadoras locales y creyentes, más globalización, más libre comercio, más importaciones, más deslocalización industrial, más inflación, más impuestos y mayor carestía de vida, más sindicatos, mayor intromisión del Estado en la vida privada, en las opciones y los contenidos de la educación básica, más intervención estatal en la educación sexual y moral de la infancia, más inseguridad y más impunidad criminal, más restricciones a que las familias puedan armarse para defenderse, más apertura “marxista” de la Frontera sur con México, más lecciones y más humillaciones para quienes no tengan educación formal media y superior.
A estos males con remedio, la administración que Trump presidió desde su victoria sobre Hillary Clinton en 2016 había encauzado hacia la curación. Así lo informa el ex presidente y su campaña. Triunfante sólo tras arrebatarle el triunfo en 2020, Joe Biden habría procedido a una despiadada cancelación de la obra de gobierno de su predecesor republicano. Enriquecido por esta experiencia negativa, sensible al sufrimiento infligido a su electorado rabioso pero inocente, Trump promete más que la cancelación de la cancelación y que la restauración del pretérito abolido. Promete tornar inamovible, inmodificable, la estructura del pasado. Una de sus profecías inquietantes lo es en un sentido divergente a aquel según el cual fue mayoritariamente interpretada. Cuando aseguró que después de su gobierno venidero se volverá ociosa la celebración de elecciones, antes que a una interrupción del rito electoral se refería a que, una vez sentados y atornillados los principios de la prosperidad, la ciudadanía ya no viviría la ansiedad y la penuria de esperarla de un nuevo gobierno. Los sicilianos, resume el príncipe de Salina en El Gatopardo (1959), novela histórica póstuma del príncipe de Lampedusa, no quieren mejorar, porque son perfectos.
Sabe Dios qué potencia de futuro
Como Barack Obama, Kamala Harris califica como persona de color sin ser afro-americana con una genealogía que la haga descendiente de ex esclavos de EEUU. Su madre es una oncóloga nacida en la India de la casta brahmánica; su padre, un economista profesor emérito de Stanford nacido en Jamaica (es decir, descendiente de esclavos en isla caribeña que todavía era una colonia británica en la fecha de su nacimiento en 1938). Harris hizo toda su carrera en el Estado y en el partido Demócrata. En los tres Poderes: fue fiscal en un condado californiano, Fiscal General de California, senadora por California y es vicepresidenta.
En el gran discurso de aceptación, con tonos de halcón antes que de paloma, Harris desplegó los horizontes de un futuro de oportunidades ilimitadas y nuevos derechos para una clase media subsidiada por un Estado patriótico y primera potencia militar mundial. La candidata presidencial demócrata fue detallada en la bien calculada mención de cada uno de los auxilios que el Estado podía prestar para el alivio, bienestar, y movilidad ascendente de las familias aspirantes a clasemedieras. Según David Brooks, analista de The New York Times, se abstuvo del engorro de los pormenores acerca de cómo el gobierno benefactor se dotaría de los recursos imprescindibles para esos programas (o de los votos en el Congreso para proveérselos). Tampoco entró en detalles sobre políticas de crecimiento económico.
Mi segundo nombre es Alegría
De manera que luce como fruto de la coincidencia antes que de la concertación que probablemente se halle en su origen, Joy es la palabra que más se repite en la campaña demócrata desde que la vicepresidenta Kamala Harris fue ungida como sucesora y candidata al frente de la fórmula presidencial partidaria por el presidente Joe Biden. Joy: gozo, júbilo. Alegría.
No sólo el Washington Post destacó que esta Convención demócrata de agosto de 2024 fue la Convención de las mujeres. Que oficializó como en 2016 a una candidata presidencial mujer. Que hizo de la defensa a ultranza de los derechos reproductivos y de la recuperación plena del acceso al aborto un hilo conductor de la campaña. Y donde en cuatro días, del lunes 19 al jueves 22, Hillary Clinton, Nancy Pelosi, Michelle Obama, Oprah Winfrey y la propia Kamala Harris pronunciaron los mejores discursos de sus vidas.
El otro gran discurso de la Convención Demócrata fue de un varón presente sólo por su relación con una mujer: Doug Emhoff, el aspirante a Primer Caballero que ya es el Segundo Caballero de EEUU. Si Harris fuera elegida el 5 de noviembre, sería el primer cónyuge judío de un presidente de EEUU (en lo que ya es pionero también como cónyuge de un vice). Abogado como Harris, el ex profesor de la Universidad de Georgetown resultó todavía más elocuente que locuaz. Padre de un hijo y una hija nacidos de un anterior matrimonio, Doug cuenta diez años felices casado con Kamala, esposa que conoció gracias a una cita a ciegas.
Este Second Gentleman fue el orador que más habló de la risa de Kamala. El jueves del discurso de Kamala era su 10° aniversario de casamiento, y con eso empezó la candidata demócrata el discurso que era el clímax de la Convención de Chicago. Las elecciones presidenciales de EEUU de este martes 5 de noviembre y el plebiscito nacional de Chile del miércoles 5 de octubre de 1988 se parecen en poco pero pueden llegarse a parecer en algo. En No (2012), film de Pablo Larraín que dramatiza la historia de la votación que acabó con la dictadura pinochetista, el creativo Lucho Guzmán (Alfredo Castro) que dirigió la campaña del Sí felicita a su colega René Saavedra (Gael García Bernal) que lo derrotó por haber acertado con el concepto invencible: “La alegría, weón, la alegría. ¿Quién puede ganarle a la alegría?”.
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