El otro día, después de una presentación, se me acercó una persona. Quería preguntarme si sabía de la relación entre el poeta vanguardista, republicano exiliado, Juan Larrea, y el Museo de América de Madrid. Desde que publiqué mi último libro se me acerca mucha gente del mundo de la arqueología. Él quería hablarme de un saqueo muy poco conocido perpetrado por alguien aparentemente de prestigio, un escritor considerado el primer poeta surrealista español. La colección de piezas incas de Larrea quizá sea la más valiosa y completa, artística y antropológicamente hablando, de esta cultura fuera del continente americano y una de las más importantes del Museo de América.
Yo había escuchado por primera vez de Larrea durante mis estudios de filología en Perú. Una de las obras que más leemos y estudiamos durante la carrera es la del gran poeta peruano César Vallejo –este año se cumplen 100 años de la publicación de Trilce, su poemario más revolucionario– y recuerdo que algún libro de Larrea era parte de la bibliografía crítica que revisamos, así como sus cartas al poeta.
Larrea y Vallejo se conocen y reconocen en París en 1924, se hacen grandes amigos y fundan una revista, Favorables, París, Poema, en cuyo primer número publican un manifiesto surrealista. Después de la muerte de Vallejo, Larrea seguirá difundiendo la obra del peruano que escribió: “Un cojo pasa dando el brazo a un niño. ¿Voy, después, a leer a André Bretón?”
Seducido por el sentimiento vallejiano y humanista de la vida y después de recibir una cuantiosa herencia, Larrea viaja al Perú en 1930 y esta vez queda impactado por su historia y tiene una especie de rapto estético ante las expresiones artísticas de las culturas precolombinas en un país empobrecido. Solo permanece dos meses en Cusco pero consigue contactar con coleccionistas, huaqueros y toda clase de mercaderes de patrimonio que aprovechan el ímpetu del viajero adinerado. Éste no duda en gastar su herencia entera en piezas arqueológicas extraordinarias.
En los anales del Museo de América puede encontrarse un estudio titulado “El legado de Juan Larrea”, firmado por Jorge Gutiérrez Bolívar, en el que se cuenta extensa y detalladamente la manera en que Larrea reúne su colección. Descrito como el “capítulo oscuro” de su legado y como “digno de una novela de aventuras”, el autor cuenta cómo Larrea burló la autoridad peruana para conseguir sacar casi 600 esculturas de arte incaico del país.
Larrea confesó varias veces públicamente culpabilidad por haber expoliado al pueblo peruano una parte importante de su patrimonio arqueológico. El español, continúa Gutiérrez Bolívar, era vigilado por la policía, que estaba avisada de que trataría de sacar la colección. Ya en estos años era algo “ilegal”.
Larrea logró escapar facturando los paquetes a nombre de su esposa francesa, despistando a los aduaneros. Las piezas se expondrán primero en París y luego en Madrid, con tal pompa que irónicamente hasta el embajador del Perú asistió al acto. En los años siguientes, Larrea dejará al gobierno republicano el cuidado de su colección pero con el estallido de la Guerra Civil anunciará la entrega simbólica de sus tesoros robados (aunque siguieran siendo de su propiedad) “al pueblo español”.
Tras el exilio del poeta republicano y surrealista en México, sin embargo, el franquismo levantaría el actual Museo de América a donde irían a parar las piezas de la colección Larrea. De hecho, gracias a ella pudo constituirse como museo y Franco pregonar sus nostalgias coloniales como hace hoy Vox.
Hoy sigue ahí expuesta y en la página del Ministerio de Cultura y Deporte del gobierno socialista de España, en la sección sobre el Museo de América, se encuentra reseñada como parte de sus colecciones más importantes, cuantitativa y cualitativamente. Las 562 piezas son impresionantes, incluyen manifestaciones en cerámica, madera, piedra y textiles, y siguen lejos de sus territorios originarios por inercia colonial.
En los últimos años algunos países han empezado el proceso de devolución del patrimonio a sus países y museos de sitio, o por lo menos la reflexión sobre la necesidad de ello. España está a la cola de esos procesos.
Cada 12 de octubre la comunidad migrante en Madrid, en especial la de Abya Yala, le recuerda al Estado español esa deuda, la importancia de la reparación y la memoria histórica también con esos pueblos. La repatriación de bienes culturales saqueados es parte de ese escenario posible. Cuando hablamos de Larrea hablamos de algo que ocurrió ayer, de un acto de saqueo perpetrado en los años treinta del siglo XX que sigue impune.
Hace poco estuve en Bilbao, en Azkuna Zentroa, viendo la interesante exposición curada por Paul B. Preciado, Cabello/Carceller ‘Una voz para Erauso. Epílogo para un tiempo trans’, una mirada crítica al personaje de la monja alférez, Catalina/Antonio Erauso, quizá el primer personaje trans español en ser asimilado, reconocido “oficialmente” como tal. Gracias, claro, a que era una persona blanca y adinerada que había participado en la colonización de América y exterminado indígenas, el Papa lo reconoció como hombre y le dejó usar su nombre masculino.
La muestra por un lado destaca su trasgresión de género y, por otro, cuestiona su veta colonialista y el retrato cishetero (y racista) que lo colocó en la historia como una “heroína” y que mantiene en Donosti una calle con su dead name. En la película, que es el núcleo de la exposición, un grupo de jóvenes trans que incluye gente racializada, lo pintan como una especie de referente queer oscuro y contradictorio: le reprochan su misoginia y violencia, y le explican sus deseos de desligar hoy masculinidad de violencia e imperialismo.
Mientras los gobiernos de España siguen haciendo la vista gorda ante ese monumento al expolio que es el Museo de América –el British Museum español– qué refrescante sería que algún escritor o escritora española contemporánea le afeara así a lo grande al surrealista Larrea su legendario expolio para sumar al esfuerzo por transformar nuestra relación con el pasado y el presente. Porque ni lo queer te quita lo racista, ni lo letrado, republicano o humanista lo colonial.
GW