Disputando el nombre
Siempre que pienso en Libertad me imagino una muchacha muy joven en su Jujuy natal, con ocho operaciones al corazón por la fiebre reumática que padecía y de todas formas, recibida de maestra a los dieciocho años, recorriendo los ingenios, alfabetizando, renacida con la fuerza de las que tienen la vista siempre puesta en los más oprimidos de estas tierras, para que de tanto verlos sufrir y escuchar sus historias y anhelos, algo nazca en un lugar muy profundo, adentro de ella. Esa semilla suya que es como un fuego, que va a ir sedimentando y arrojando pequeños brotes de voces, para que se desarrollen de a poco hasta madurar lo suficiente como para que puedan nacer, todas juntas, en una novela llamada Río de las congojas.
Libertad ya sabía que una disputa política también pasa por nombrar y entonces, en esta novela que fue publicada por primera vez en 1981, el río es nombrado con las voces de quienes fueron sus habitantes desde mucho antes que el hombre blanco-español. Nombrar es resistir porque con esos nombres se puede empezar a tejer otra historia. Nombres antiguos, poéticos y hermosos, que pertenecían a culturas orales, cuentan las historias de quienes habitaban el río cuerpo a cuerpo desde hace siglos.
Es el “río de las congojas”, “el río negrorojorosadoamarillo”, es el “río tragahombres” “enemigo del amor” y mil nombres más, pero nunca, en toda la novela, se lo nombrará como Río Paraná.
Libertad deconstruye las formas del género blanco y macho de la novela histórica por medio de la implementación formal de una polifonía de oprimidos marrones, negros, mujeres, trans, prostitutas y el tratamiento no lineal del tiempo narrativo; para poder reconstruir aquel período de la historia desde la perspectiva de estos narradores que revelan la opresión que implica ser mestizo, ser pobre, ser mujer, ser indio o ser negro, ya que ese punto de experiencia común de la opresión en la sociedad de las colonias nacientes, es donde ubica siempre a las voces que narran de a pedazos, como si fueran camalotes flotantes dentro de la gran corriente del río.
¿Puede pensarse un ejemplo mayor de nuestra polifonía que el Río Paraná, lleno de afluentes que arrastran lenguas de todas los rincones de las tierras profundas desde donde llegan sus aguas?
Una insurrección fundante
Semilla de mestizo -decía-al pudridero
El año de publicación de Río de las Congojas es 1981, el año en que la dictadura militar más sangrienta que tuvo nuestro país, con su maquinaria de desaparición de personas y exterminio de cualquier resistencia política, ya estaba muy avanzada y se acercaba al triste y demencial suceso de la Guerra de Malvinas. Difícil recibir en ese contexto una novela que tiene en su trama un desaparecido por el río cuando en todas las aguas de nuestro país, pero especialmente en ese río de anchas orillas, los cuerpos de nuestros desaparecidos flotaban frescos por las órdenes de quienes habían arrebatado el mando del Estado argentino.
La trama histórica de Río de las congojas corresponde al período de conquista y fundación de ciudades, pero hay un antecedente fundante que aparece desde el inicio en la voz y la experiencia sensible de Blas: una revolución fallida y mestiza, acontecida en la antigua ciudad de Santa Fe, conocida como “la Revolución de los Siete Jefes” o “Revolución de los mancebos”. La acción de la novela se desarrolla en Santa Fé de la Vera Cruz (Cayastá) fundada por Juan De Garay en 1573, pero siete años después siete líderes mestizos -el siete, número mágico por excelencia- encabezados por Lázaro de Venialvo, aliados momentáneamente al gobierno de Tucumán, toman el poder de la ciudad con el objetivo de dar tierras y plenos derechos a los mestizos que pusieron el cuerpo en la fundación de la ciudad combatiendo contra sus medio-hermanos indígenas.
“Garay preparó otra salida al sur, buscando ese puerto en donde hubo una ciudad quemada, para volverla a levantar. Sacó hombres de Santa Fe y se fue un día por el Río Tragahombres, más negro que nunca, Rio de las congojas enemigo del amor.”
Garay se lleva consigo a los líderes blancos y españoles que conquistan tierras y fundan ciudades, pero deja tras de sí a quiénes habitan esas ciudades dándoles su sangre, su semilla y su vida. Mestizos que odian al hombre blanco y español que los obligó a combatir contra los hijos de sus madres indias para luego abandonarlos y partir para la fundación de otro puerto -Buenos Aires- negándoles los derechos y las tierras prometidas.
El levantamiento será sofocado rápidamente y no alcanzará con asesinar a los líderes, sus cuerpos colgados en esa plaza permanecerán insepultos a la vista de todos para que cada quien sepa a qué se expone cualquier sublevado. Un mismo modus operandi de la dictadura que -400 años después- robaba militantes políticos y los desaparecía para ahogar a la población civil en una constante marea de terror y sangre.
Esas son las voces fantasmales que Blas, cuya voz mestiza lleva adelante la acción aproximadamente la mitad de la novela- escucha todo el tiempo en esa plaza principal de la ya abandonada Cayastá. La de Blas es la voz mestiza de la experiencia directa: Él ha participado de la fundación de Santa Fe y luego también de aquella posterior sublevación vencida, por eso apela a los nombres de los líderes ajusticiados en esa misma plaza cuando ve como todos sus moradores abandonan la ciudad para irse. Solo queda él mismo y los fantasmas de los que fueron fusilados y colgados, voces mestizas alzadas para disputar la Historia blanca de los vencedores
Río de las Congojas es también un libro al que las fronteras nacionales le quedan chicas y nos hermana sudamericanos.
Son los mestizos, son los descendientes marrones, son los negros y los mulatos y siempre pero siempre las mujeres y tienen unas formas hermosas de nombrar en una disputa que es estética y política a la par, y para llevarla a cabo, Libertad eleva los registros de las voces más silenciadas de la Historia -por pertenecer a géneros oprimidos o minoritarios, por raza y por clase- al nivel de co-protagonistas principales.
En busca de la libertad soñada
La de Río de las congojas es también una historia de vuelta completa.
El levantamiento mestizo coloca en el nuevo centro provisorio de poder a los más despreciados de la sociedad colonial: entre elles, las mujeres que viven por fuera del matrimonio. Pero una vez fusilada la revuelta, la institución familiar blanca va a mostrar todo su potencial femicida yendo a buscar a Ana Rodriguez y a María Muratore, las dos mujeres que viven una al lado de otra en la Calle del Pecado desconociéndose, apenas espiándose sin haber cruzado una palabra jamás, para lincharlas.
María Muratore va a presenciar el femicidio de Ana Rodriguez en el que se develan los lazos profundos de la una con la otra, luchando por sus vidas junto a Blas contra el orden blanco, español, macho y monoteísta que las coloca desplazadas, en la periferia social de esa calle-estigma, lo más lejos posible del centro de la ciudad.
Pero María no sólo se salva, sino que se convierte en mujer matadora. Para defenderse de los mensajeros de Garay, María, -como Higui y como tantas otras mujeres que deben elegir entre defenderse o morir- va a matar.
Río de las congojas es un libro que va incluso más allá y presenta por primera lo que hoy entenderíamos como una identidad de un varón trans. Es en la pelea contra el español que María se transformará en lo que siempre quiso ser, viviendo una experiencia de varón libre con una identidad masculina: Fernán Gómez.
Pero antes de eso y después de haberse defendido de los enviados de Garay, María debe huir en balsa.
En esa balsa, en las entrañas profundas de un río indomable, Muratore y el negro Cabrera conversan, se cuentan, se acompañan en ese tramo común y breve, y finalmente, separan sus caminos aunque persigan los dos exactamente lo mismo: la libertad.
"Yo veía que el negro se esforzaba en servirme aunque sus flaquezas lo vencían. (…) Lo veía ansioso por la paga soportar cualquier decaimiento de su cuerpo con resignación. Así que, un poco más arriba, viendo su endeblés para el remo y la poca salud de que disponía, decidí seguir sola mi viaje y darle la opción de regresar. Le pagué lo convenido, le compré la chalana y lo despedí en el varillar de la costa.
-Ahora compraré mi libertad-Dijo contento.
-Pero tú ¿Dónde vas? Mujer y sola. Es peligroso.
-Vivir es peligrar”
La mujer que funda una estirpe de narradoras
“El negro Antonio Cabrera, al verme tan ofuscado con la Descalzo, me calmaba diciendo que las mujeres, como los negros, como los indios, y hasta como nosotros los mestizos, estaban tan desvalidas que cuando veían el pan, aunque duro, lo mordían. No es que sea una diabla –decía–, es que es una mujer, y para más, pobre. Mujer, pobre y mestiza –seguía diciendo– ¿qué le queda sino como sanguijuela prenderse a la chacra? No la malquistes. Blas, compréndela. Son los hombres los que le hicieron mal.”
El personaje de Isabel Descalzo se vuelve central en la segunda mitad de la novela. Ella, esposa no reconocida por Blas de Acuña, en contienda permanente por su matrimonio y su herencia, decide romper el silencio y empezar a hablar.
La voz liberada de Isabel se va adueñando de la narración hacia el final de la novela y, metáfora de su profesión de costurera, ella tejerá, cortará y coserá los recuerdos y las versiones de la vida de Maria Muratore hasta transformarla en una leyenda. En esa obra compuesta por los retazos orales que lleva y trae el río surge la versión legendaria de una mujer guerrera, transvestida de hombre, que muere en el campo de batalla en el que se juega la vida.
Pero Isabel no sólo cuenta sino que hace. No repele a la otra mujer de su marido, a la que él ama, sino que le construye una tumba en su propia tierra, una tumba que es primero ausencia, pura memoria, hasta que muchos años después el cuerpo de María sea finalmente conducido por Blas a ella.
Son las formas caprichosas de la memoria y las versiones orales las que le dan forma a su relato sobre María y es Isabel misma la que se encarga de parir una estirpe de narradoras que irán reversionando la leyenda de la mujer heroica y se encargarán de diseminarla como semillas al viento.
La fuerza de la leyenda de María Muratore será tal que un hijo de Blas e Isabel se irá río arriba a buscarla y cuando no regrese, su desaparición da lugar a algo no nombrable ni narrable: “nadie podía explicar a dónde llevó su cuerpo la corriente”
Contar con el status propio de la memoria -y no ya de la Historia- amasar la lengua oralmente como amasamos las mujeres la masa que es alimento de nuestra prole, así la leyenda que amasa Isabel Descalzo será sustento de toda su prole futura.
“En la barranca, Isabel Descalzo iniciaba a sus hijos y conocidos en el mito de María Muratore (…) Y seguía contando la vida de la finadita cuando vino a Santa Fe, como si fuera ella quien vino en la expedición de Garay. (…) De tanto oír contársela los hijos la fueron aprendiendo (…) Cuando les preguntaban en dónde vives, respondían: en lo de Muratore; cuáles son tus bienes: una tumba; tu origen: una mujer heroica; tu patrimonio: el amor; tu postrimería: un recuerdo”
Magia y misterio: Un anillo mágico, una bruja al servicio Garay y unos mensajeros pelirrojos
Muchas lenguas corrieron sobre el anillo
Libertad sabía bien que la Historia única también puede combatirse con el rumor de las versiones asociadas a los elementos y seres mágicos, que se reproducen de boca en boca con la fascinación que todo lo mágico genera en nosotros.
En la trama hay un elemento central: un anillo que se describe cuidadosamente y que va cambiando de mano durante toda la novela. Es un anillo que embruja a las mujeres y que tiene varios orígenes míticos, María Muratore necesita desprenderse de él y lo vende en una casa de empeños. Sabe que la poseedora anterior ha sido su propia madre y que han compartido un amante: Garay. Toda una metáfora del sometimiento de las mujeres por medio del anillo nupcial.
El anillo llega a manos de un soldado anciano de Bermejo que a cambio de una muerte mejor a la de ser comido por las ratas que invaden la ciudad, se lo entrega a Blas de Acuña y va a ser rastreado al final de la novela por uno de los mensajeros pelirrojos, explicando la longevidad de Blas, que llega a vivir por sus gracias más de cien años, enterrándolo bajo las raíces de un naranjo cuyas frutas jugosas va a consumir durante toda su larga vida. Sólo él sabe dónde ha escondido al anillo. Estos mensajeros pelirrojos de nombre hexagramáticos (Nicolás, Laconis, Salocín) Aparecen en los momentos de pasaje y de alguna manera, son ángeles/demonios que acompañan a los personajes de Ana, María y Blas en un momento importante de transición. Parecen saberlo todo y tener una experiencia vital muy por encima de la edad que aparentan.
Pero más allá de todos estos elementos mágicos, la Bruja Regine merece especial atención. Al igual que Medea y Madame Ivonne, es extranjera. A su morada se dirige María Muratore luego del encuentro con Garay y es recibida por un loro hablador que hace la función de cancerbero, pero ni bien la bruja escucha que María ha sido enviada por El Hombre de brazo fuerte, sale a recibirla. Conocedora de oráculos y encantadora de gatos y arañas, Regine de Birmania es sierva de Garay. María quedará secuestrada en esa casa de infinitos corredores, vencida por sus pócimas, antes de que logre escapar a pura tenacidad. Lo primero que va a hacer al escapar es quitarse el anillo mágico; lo vende para liberarse de su embrujo.
La última aparición de los mensajeros pelirrojos es la de Laconis quien llama abuelo a Blas y le dice que ya se fueron todos para Buenos Aires y que no se quede ahí solo sobre la barranca. Blas termina en el mismo tiempo.lugar del inicio de la novela. Laconis dice que viene a buscar a Blas y al anillo por lo que el viejo mestizo desconfía de su interés en la joya.
Más allá de las múltiples interpretaciones sobre estos mensajeros, totalmente habilitadas por la escritura de Libertad, Laconis viene para acompañar a Blas en su último viaje, ese que lo va a llevar más allá de la vida.
-Recoja el anillo que el viaje es largo
DR