OPINIÓN Juegos Olímpicos 2024

Libertad global, igualdad francesa y un Macron devenido en empresario del espectáculo

7 de agosto de 2024 11:21 h

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El 27 de julio el mundo pudo ver en directo televisada desde París la más grande y amplia, la más prolongada y sintética, la más ambiciosa y rica en contenidos de las ceremonias de apertura de 33 ediciones de Juegos Olímpicos celebrados desde que la serie fue inaugurada en Atenas en 1896.  En los desafíos de conmover y emocionar a las audiencias, de hacer conocer con claridad y distinción los rasgos y la orientación de la ciudad y del país sedes de las Olimpiadas, y de promover la fraternidad entre naciones congregadas para competir entre sí, aun los detractores de Emmanuel Macron admiten el buen éxito del presidente de ‘extremo centro’ francés devenido empresario de gran espectáculo.

El guión cultural de la historia política francesa y occidental

Segmentos independientes, despliegue inusitado de luces, fuegos artificiales en el cielo y antorchas bien reales en la tierra, artes combinadas, todo sin embargo forjó un guión sólido y marcó y desmarcó un territorio único, el de París, para un espectáculo continuo y sin fisuras formales y argumentativas que se extendió por la tercera parte de un día entero en una jornada que será irrepetible.

Con la torre Eiffel como referencia edilicia, histórica y cultural moderna permanente y aura de fondo iluminado. Con las aguas del río Sena que divide la capital francesa –dos tercios en la orilla derecha, un tercio en la izquierda– como símbolo y vehículo de los cambios de la Historia donde para la ceremonia inaugural navegaron 85 barcos cada uno un escenario y una historia.

París, “capital del siglo XIX” según Walter Benjamin, y capital de la República Francesa del del presidente centrista liberal Emmanuel Macrron, argumentó e imaginó, a lo largo de las ocho horas ceremoiniales de la vistosa inauguración de los Juegos Olímpicos, qué razones la asistían para ser una gran ciudad capital del siglo XXI europea y mundial. Las artes del espectáculo así entendidas le devolvían a Francia una centralidad cultural extraviada, que sus élites reclamaban.

Las tomas de la televisación, las referencias culturales, literarias, históricas, políticas, la creación de verdaderas obras de arte autónomas de performance única (el caballo y su jinete de acero galopando el Sena), las interpretaciones musicales de primer nivel: en suma, una versión sabiamente dosificada de todo cuanto se entendía por Artes con mayúscula y por cultura con minúscula fue urdida en espectáculo planetario desde París para la edición trigésimo tercera de los Juegos Olímpicos.

París, ciudad capital del siglo XXI

París, “capital del siglo XIX” según Walter Benjamin, y capital de la República Francesa del presidente centrista liberal Emmanuel Macron, argumentó e imaginó, a lo largo de las ocho horas ceremoniales de la vistosa inauguración de los Juegos Olímpicos, qué razones la asistían para ser una ciudad capital del siglo XXI. Las artes del espectáculo así entendidas le devolvían a Francia una centralidad cultural extraviada, que sus élites reclamaban.

La potencia de innovación para goce y disfrute de mayorías globales,  desaparecida por décadas, sin descuidar la incitación al interés del público por los deportes olímpicos, se vio duplicada por un rejuvenecimiento de la capacidad dramática para la provocación, el debate y la polémica societal y política que se continúan sin decaer a una semana de la apertura.  

Contra la interpretación

La ceremonia pudo verse por las mayorías como un rico y complejo y a la vez simple y directo acto inaugural de unos juegos deportivos globales. Estos públicos masivos podían celebrar con fascinación el despliegue espectacular de una idea bella: la celebración de los deportes, la competencia leal, la alegría de los encuentros.

Lo que quería ser en París una defensa de los valores de la democracias occidentales,  concreta, frente a las bellezas formales, tecnológicas, impecables, frías, abstractas, que se lucieron en 2022 en la perfecta inauguración de los últimos Juegos Olímpicos de invierno en Pekín, se ha vuelto, según la mirada de algunos, acto político pérfido. En una paradoja del moralismo, la estudiada lección de historia en forma de ceremonia inaugural, en cuya trama participaron historiadores del Medioevo como Patrick Boucheron, fue oída como el lanzamiento de una ofensiva hostil en contra de Occidente, del cristianismo, como si hubiera sido el fruto de ignorantes que ni conocen ni valoran las mejores tradiciones de la cultura y la filosofía occidental.  

Fue tan impactante el show, fueron tantos sus ingredientes ininterrumpidos, que sucedieron sin esfuerzo evidente (justamente con esa aparente facilidad de movimientos y acciones físicas propias de los atletas), que no hubo un ningún segundo de torpeza, ni al interior de los actos en vivo, ni en la sucesión entre ellos, ni en la calibración exacta con las escenas grabadas. Mientras las mayorías globales quedaron impactadas por el despliegue audiovisual casi sin precedentes, y con la retina aun decepcionada por lo que fueron las tristes y pobres inauguraciones de las copas América y de Europa, hubo quienes de inmediato alertaron sobre los peligros urgentes, sobre la consecuencias que tales impiedades van a traer, segurísimo, para desgracia de Europa, y del entero Occidente. Ell Pato Donald fue señalado como agente imperialista encubierto y sospechado como tío soltero pedófilo con tres sobrinos que lo admiraban ingenuos. A Bob Esponja se le reprochó que demasiadas veces se pasara las tardes mirando el cielo tomado de la mano con Patricio Estrella en vez de buscar un trabajo mejor pago y ahorrar para comprar casa y formar una familia. A los Juegos Olímpicos de París, fiscales análogos atribuyen en 2024 un envenenamiento delpúblico planetario y un ataque masivo, real, demoledor, driigido contra los pilares de Occidente. También esta requisitoria luce exagerada.

La larga risa de todos estos años

Un comunicado de la Conferencia de Obispos de Francia (CEF) en el cual las jerarquías católicas lamentaban que la ceremonia de inauguración olímpica “desgraciadamente incluyera escenas de burla al cristianismo”. Un texto que sólo representa la opinión del episcopado, un comunicado entre tantos que el servicio de prensa de los obispos franceses emite sobre temas y problemas variados, y muchos medios hayan reproducido y exacerbado.

En Brasil, en cambio, el coro furibundo de la condena dominó masivo y macizo las redes sociales. El primer día de los Juegos Olímpicos las palabras vilipêndio, sacrilégio, ofensa, desrespeito y profanação dominaron las redes sociales: el ambiente digital había sido conquistado por el léxico portugués del ultraje religioso. El político y multimillonario tele evangelista Eduardo Cunha, que como presidente de la Cámara de Diputados impulsó en 2016 el impeachment que derribó a Dilma Rousseff, clamó que no se podían “asistir callados” al espectáculo francés porque era nada menos que “una falta de respeto a Dios”. El ex diputado federal Deltan Dallagnol, evangelista, ex fiscal de Lava Jato ya sin trabajo en la Justicia por complotar junto al ahora senador y antes juez Sérgio Moro cómo meter preso a Lula sin el engorro de reunir adecuadas pruebas, acusó a la ceremonia francesa de “haber profanado la fe de dos mil millones y medio de cristianos” en el mundo.

La imagen de París como capital de las artes sigue viva, aun cuando Tokio o Nueva York o Seul o Taipei o Los Angeles lo sean mucho más en los hechos. Cuando los opinólogos hacen de caja de resonancia a las Iglesias para deplorar (o alentar) peligros apocalípticos se comienzan a encontrar dudas, o sospechas. ¿La re escenificación de la Última Cena, interpretada por drag queens, no pertenecería antes al ámbito de las acciones artísticas de la larga risa de todos estos años que al de la polémica teológica, la “declarada burla e insulto al catolicismo”? Porque si burla y escarnio fueran propósito y programa de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos, ¿por qué la centralidad que protagonizó en los actos la catedral de Notre-Dame de París?

La presencia masiva o inclusiva en las ceremonia de las antes llamadas disidencias sexuales ha sido vista, anacrónicamente, como victoria del actual ideario woke (visto como amenaza al sentido común, el menos común de los sentidos). Desde el punto de vista de la organización de la ceremonia, donde las convocatoria de profesionales de la Historia fue conspicua, se trataba de las luchas del pasado encauzadas en el tiempo presente, de la celebración, que esperaban conocida y celebrada por todos, del linaje travesti y musical del Moulin Rouge.

AGB