Este Día del Padre es especial: se está discutiendo en el Congreso Nacional una ley para ampliar las licencias por paternidad. Es en este contexto que quiero compartir siete aspectos que me parecen interesantes destacar de las tareas de papá en el primer tiempo de vida de un bebé.
Si bien en los últimos años pareciera estar dándose un cambio cultural, de acuerdo al cual los padres estaríamos más involucrados en la crianza, todavía falta realmente muchísimo camino. Los padres tenemos que asumir co-responsablemente el cuidado y la crianza; y así, dejar de perdernos la posibilidad irrepetible de relacionarnos con nuestras hijas e hijos desde el cuidado. Ese vínculo es único.
Lo que les voy a compartir a continuación no pretende ser un decálogo ni nada parecido, porque faltan aspectos a considerar, y porque siempre andaremos desaprendiendo y (re)aprendiendo. Son sólo unas reflexiones incompletas e inacabadas no sólo en función de mi formación académica, sino fundamentalmente desde mi experiencia como papá y a partir de intercambios que pude tener con mi pareja y con otros padres y madres.
La Ley de Contrato de Trabajo otorga dos días de licencia a los trabajadores que se vuelvan padres (algunos convenios dan unos días más). Como si bastara con darle un besito en la frente al bebé recién nacido, a la mamá y volver a nuestro trabajo
Entonces, ¿qué podemos hacer los papás en casa si se amplían las licencias por paternidad?
1. Entender y aceptar que nuestro papel no es el de ser el centro. Fuimos y somos importantes cuando nace nuestra hija o hijo, pero si a alguien le cabe protagonismo es a la madre (o bien, a la persona que gestó), a la persona que nació y, si existen, a quienes se convierten en hermanos o hermanas mayores. No se trata de que nos inmolemos, sino de acompañar. Y así voy al segundo punto.
2. Acompañar, estar. Resolver, cuidar, prever, limpiar, ordenar, cocinar. Tratar de pensar en todo… en la comida, en el abrigo, en lo que hay que tomar de medicamentos (si los hay), en la limpieza de los espacios que habitamos. Tratar de anticiparnos a los cuidados de salud que vendrán, prever lo que hay que comprar que toda la familia necesita, agradecer a quienes nos miman, poner límites con cariño a quienes invaden y no dejar ese papel siempre a la madre o persona gestante, hacer compañía incluso en silencio. Esto no significa imponernos la perfección y autosuficiencia. Saber pedir ayuda es parte. Pero que nos ayuden no es que lo hagan por nosotros.
3. No juzgar a la madre sobre qué, cómo y cuándo siente lo que siente. Si hay angustia, acompañar, no relativizarla ni minimizarla. Reconocer y respetar el puerperio. No decirle qué tiene que hacer ni adjetivar sus emociones o sentimientos. Corrernos del lugar de sabelotodo, más cuando no fuimos las personas no gestantes quienes pusimos ni ponemos el cuerpo (gestación, lactancia, puerperio, etc.).
4. No desentendernos de cuestiones fundamentales del cuidado de la persona recién nacida. Conocer su ropa, saber cuánto come, servir a la madre y al bebé en la lactancia, estar pendientes de la cantidad de ropa que tiene puesta y de las mudas que necesitaremos si salimos de casa, etc.
5. Estar dispuestos a aprender de las mujeres que nos rodean. No lo digo ni esencializando los saberes “femeninos” ni demagógicamente. Lo que nos han enseñado a lo largo de nuestra niñez y adolescencia a quienes fuimos criados como varones, es que nacimos para ser servidos, no para servir. Para ser cuidados, no para cuidar. Y como nos convino siempre y nos resultó cómodo, no hicimos nada para cambiarlo. Pero es tiempo. Porque la socialización de género en contextos tan patriarcales es muy dañina. Por eso es importante que escuchemos, observemos y aprendamos de las mujeres que nos rodean. Y fundamentalmente, que tengamos iniciativa, nos equivoquemos, lo reconozcamos, y lo volvamos a intentar. No lo digo para excusarnos, sino tratando de ser pragmático. Lo que tenemos que evitar es asumir un papel pasivo del tipo “decime qué tengo que hacer porque no sé”. Sino contrariamente, asumir que sabemos poco y que tenemos que hacer un esfuerzo consciente y voluntario para desaprender y reaprender.
6. Suspender/posponer las actividades de orden recreativo, de desarrollo personal/profesional o militante. Ya va a haber tiempo para eso, la vida es larga. Es tan justo como formativo renunciar al privilegio de “siempre poder ir/hacer/estar” en esa actividad que nos deja bien parados en el “afuera” del hogar a costa del cansancio y sobrecarga de nuestra pareja, y que a la larga o a la corta nos otorga prestigio.
7. Reconocer que esa persona recién nacida nos necesita, y nosotros a ella. Porque dar cariño y recibirlo es de las experiencias más singulares que tenemos como especie humana. La afectividad es una dimensión constitutiva de nuestro ser personas, más allá de nuestro sexo y/o género. Los varones tenemos que animarnos a reencontrarnos con la dulzura, con los mimos, con las nanas, con la ternura que funda ese vínculo originario. Sin dudas, así, podremos contribuir activamente a cambiar la cultura de la violencia que hoy nos domina, y que tanto daño (nos) hace.
Cambios
Los cambios culturales que se están dando en los últimos años de la mano de los feminismos y transfeminismos no pueden pasarnos por el costado a los varones. Tenemos que involucrarnos.
La Ley actual de Contrato de Trabajo otorga dos días de licencia a todos los trabajadores que se vuelvan padres (aunque algunos convenios colectivos puntuales la hayan extendido unos días más). Como si bastara con darle un besito en la frente al bebé recién nacido, a la mamá o persona gestante y volver a nuestro trabajo. El cambio que se quiere implementar apuesta por una reforma integral, que extiende las licencias por maternidad y busca generar condiciones más justas para poder cuidar en un marco de co-responsabilidad atendiendo a múltiples situaciones particulares. Padres, madres y personas no gestantes, de sancionarse, dispondremos de más cantidad de días para dedicarnos a todo lo que implica la llegada de una nueva persona a la familia.
El otro día estaba viajando en colectivo con mi bebé a upa. Tiene casi un año. En un momento empezó a tocarle el hombro al hombre que estaba en el asiento de al lado. Supongo que tendría entre 35 y 45 años. En ningún momento ese hombre dejó de hacer lo que estaba haciendo con su celular (mirando Instagram) para reaccionar ante el llamado del bebé. No lo miró ni le hizo una mueca: no lo registró. Lo ignoró. Esa misma situación, calcada, me pasa una y otra vez con mujeres de todas las edades. Cuando mi bebé les toca el hombro, ellas responden. Lo miran. Le juegan. Le sonríen. Lo celebran. Y repito, no es “esencia femenina”, es la cultura patriarcal que tenemos que cambiar.
Que los varones, en términos generales, seamos indiferentes ante las infancias no es una determinación biológica, es el resultado de lo que a lo largo de toda nuestra socialización como niños se nos ha transmitido desde las instituciones de nuestra sociedad. Y que nos conviene, porque nos asigna privilegios y nos sienta cómodo. Digámoslo juntos: cuidar, mimar y servir a otras personas también es tarea de varones.
SM/PI