Semanas atrás, un muchacho pelirrojo irrumpió junto a un grupo de violentos en una asamblea de estudiantes en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) que debatía el plan de resistencia al ataque del Gobierno a la educación pública. En medio de la trifulca generada por esa gavilla, el pelirrojo sacó un cartucho de gas pimienta y disparó contra los alumnos . Clarín perpetró un título y un tuit: “Agreden a estudiantes de Javier Milei en una universidad kirchnerista”.
El agresor, de 29 años, se llama Tomás Fernando Nierenberger, alias “Varela”, y participó de provocaciones similares ante empleados de la cerrada agencia de noticias Télam y en la sede del también cerrado Instituto Nacional contra la Discriminación. “Varela” intentó ser policía, su ingreso fue rechazado, y desde entonces se dedica a hacer estas cosas. La identidad e historia de vida de Nierenberger fueron reveladas por Mauricio Caminos en este diario.
Ivan Cheang pasó por la escuela de suboficiales de la Policía Federal. “Me sacaron del curso por unas calumnias e injurias que nunca se pudieron probar”, dijo el joven por televisión. Adujo además haber intentado ingresar a las Fuerzas Armadas. Su rostro se hizo conocido cuando el provocador mileísta Fran Fijap (Franco Antúnez) fue agredido en una manifestación contra el veto a la ley de Financiamiento Universitario. Cheang estaba allí, camuflado en la protesta, hasta cuando tuvo que actuar en defensa de Fijap y roció con gas pimienta a los manifestantes. Dijo concurrir frecuentemente a las protestas “en apoyo a las Fuerzas”. “Hablo con los policías, les digo ‘estoy en apoyo a ustedes’”.
A los perfiles casi idénticos de Nierenberger y Cheang se suma Matías Lahuen, quien también defendió a Fijap en las inmediaciones del Congreso, el 8 de octubre. Se viste como Rappi, pero habla como policía. “Pónganse la gorra”, reclamó este joven idealista.
Cuando Bullrich asoma en el Ministerio de Seguridad, la carta blanca a la violencia institucional y paraoficial se vuelve más sórdida, frecuente y dañina
Bienvenidos a la Argentina de Javier Milei y Patricia Bullrich, en la que jóvenes rechazados en la Policía quedan en un limbo, sin empleo, con tiempo infinito para actuar como trolls de las redes en la línea que define el cúmulo de burócratas de comunicación digital que amontonó Santiago Caputo en Casa Rosada, y para actuar como fuerza de choque cuando hay incidentes. Si no los hay, los provocan. ¿Quién no tiene un gas pimienta en la mochila?
La actuación de los servicios de Inteligencia para alterar manifestaciones es una invariante de la escena pública argentina. Desde el Gobierno de Raúl Alfonsín hasta hoy, esa infiltración quedó evidenciada en muchas oportunidades. Es cierto que cuando Bullrich asoma en el Ministerio de Seguridad, la carta blanca a la violencia institucional y paraoficial se vuelve más sórdida, frecuente y dañina.
Resulta más extraño que surjan perfiles tan nítidamente sospechosos como los de Nierenberger y Cheang. Sin dudas, los tribunales federales pondrán todo su empeño para dilucidar si se trata de jóvenes poseídos por un frenesí mileísta dispuestos a todo o parapolicías del subsuelo de la democracia. Lahuen, gimnasta como Cheang, según sus redes, logró en el inverosímil periodismo de hoy que ciertas voces lo presentaran como un Rappi sacrificado y modélico, al punto de anotarse en el rubro correcto de repartidor ante la AFIP.
Oleadas de fascistización
La coincidencia académica es amplia en cuanto a que una de las condiciones necesarias para “el proceso de fascistización” es la frustración de la relación entre representantes y representados. En ciertos escenarios, instituciones y dirigencias establecidas son vistas por un sector importante de la población como parasitarias y causantes de los problemas. Dado que las dirigencias deberían trabajar por un bien común que se escapa, se produce un quiebre y una “crisis de hegemonía”. Las penurias —económicas y de las otras— son atribuidas a la pérdida de un pasado presuntamente glorioso, un “ser nacional” a recuperar, para lo cual se impone desprenderse de los factores degenerativos.
El cuadro excede la definición estricta del régimen fascista encabezado por Benito Mussolini, surgido en período de entreguerras, tras la Revolución Rusa y en medio de una crisis del capitalismo, que fundó la categoría política y tuvo las características particulares de la Italia de hace un siglo.
La “fascistización” refiere a un consenso social sobre el regreso a un autoritarismo primitivo y excluyente para “restaurar” un orden perdido. Resulta que derechos básicos y normas de convivencia que se suponían adquiridos no eran tales, sino una farsa de la que se valían los depredadores. Serán emergentes del pensamiento lumpen los encargados de corregir el rumbo, aunque la ultraderecha actual se propone un fin más conservador que el fascismo original, que prometía nuevos horizontes, como señala el historiador italiano Enzo Traverso. Si la emergencia lo impone, la corrección será con violencia policial o parapolicial, cárceles especiales y suspensión del debido proceso, sin abandonar las instituciones y el régimen electoral.
La nueva ola aporta variantes nacionalistas y globalistas, proteccionistas y financiarizadas, supremacistas y plebeyas, más o menos militaristas, surgidas de ramas conservadoras y de outsiders de los medios y las redes. Sobrevuela en muchos exponentes de la fascistización el combate a lo que ellos definen como lobbies: lgbt, verde, feminista, indigenista y —lo que sea que signifique— comunista. Las diferencias existen, pero un patrón une a las alt rights. Todas hacen blanco en una amenaza social, a la que deshumanizan.
El concepto de “casta” está en retirada del discurso oficialista y gana terreno el combate a los "zurdos de mierda"
Javier Milei identifica con claridad la gloria que se perdió. Es la breve Argentina que se desarrolló entre 1860, “cuando comenzó a aplicarse la Constitución de Alberdi y dejamos de ser un país de bárbaros”, y las cinco décadas posteriores. Eran tierras fértiles, poco pobladas, que se inscribieron en un cambio de ciclo del capitalismo, ávido de la fuerza laboral de los inmigrantes que se amontonaban en conventillos y ranchos, con tasas de analfabetismo abismales. Dominaba la escena una verdadera casta que ejercía y reorganizaba el Poder en virtud de apellidos y tenencia de la tierra; detalles en los que no podría reparar una mente habitada por dogmas y anécdotas de la historia, como la de los hijos de Norberto Milei y Alicia Lucich.
Los odios de los hermanos Milei son amplios, pero la carga más intensa y permanente apunta a “los zurdos de mierda”. El concepto de “casta” —todos los procesos de fascistización denuncian a una elite voraz, que no suele ser la económica— está en retirada del discurso oficialista. El ultra difunde gráficos acompañados de diatribas contra los privilegiados en los que queda claro que “el mayor ajuste de la historia de la humanidad” recayó centralmente en los jubilados, la educación y la obra pública. Son artificios que no ocultan lo evidente: el Presidente ha demostrado que sabe perdonar, recatalogar y pactar con lo más encumbrado y viciado del poder económico y político.
El historiador sueco Andreas Malm puntualiza que en el ascenso de la fascistización prevalece la emoción sobre la razón. Importan menos los hechos y la información que la polarización odiante en torno a sentimientos binarios. Milei navega esas aguas.
El Presidente es una máquina de desinformación. Desde el discurso de asunción en diciembre pasado, Milei repite un texto. El compendio de mentiras aviesas incluye la inflación de 17.000%, el déficit fiscal de 15%, el 95% de pobreza que logró evitar y las características fantasiosas de la Argentina de 1900. Si no incluye metáforas procaces con animales, se tienta con gestos masturbatorios.
Hace meses mortifica a su audiencia con una obsesión con los mandriles. Desliza ironías sin gracia, por lo que intenta reforzarlas con alteraciones del tono de voz. Cuando ni siquiera se ríen los propios, reclama explícitamente el aplauso, que llega sumiso. Como aquel cómico de libreto único, una vez imitó a Carlos Melconian con la metáfora de “los fideos con tuco”. La claque lo aplaudió y el sketch se volvió permanente.
Pasaron once meses de Gobierno, entonces Milei extiende las mentiras al balance de su gestión. Para el ultra, las estadísticas oficiales son un juego para armar. Si los números no dan, pone, saca, cambia de columna, aunque se trate de decenas de miles de millones de dólares o millones de seres humanos.
Rituales en el CCK
Milei habita el ex Centro Cultural Néstor Kirchner y no lo suelta. El miércoles habló allí en la inauguración del World Economic Forum y, la semana previa, había cerrado las Jornadas Monetarias del Banco Central. En el medio se dirigió al Tech Forum, en el Hotel Libertador, y al coloquio de IDEA en Mar del Plata.
Se repiten la letra y las audiencias: empresarios, ejecutivos, expertos financieros y exfuncionarios de Gobiernos “republicanos”. Aplauden a la par de los integrantes del gabinete. Contratistas que llevan décadas y miles de millones de dólares de subsidios en su haber asienten con sonrisa cómplice las diatribas contra los “zurdos de mierda” y el siglo de decadencia populista.
Traverso marca otra de las diferencias de las ultraderechas actuales con el fascismo. Éste fue contra la elite italiana; las actuales, en cambio, pasadas las rispideces iniciales, encuentran en el ultra a un hacedor de su agenda. No en vano, la tromba de los Milei sintoniza a menudo con los editoriales de La Nación, pese a que periodistas de ese medio han sido blanco de la difamación presidencial.
El hegemónico elenco de economistas liberales suele hablar con desprecio intelectual de quienes promueven la intervención estatal. Se mofan de intentos de recaudar impuestos en la renta de los más ricos o los controles de precios. Algunos de ellos fueron funcionarios destacados en el Gobierno de Macri, todo un mérito. No obstante, tanta sapiencia no les impide propagandizar en redes sociales los esoterismos de Milei sobre inflación, deuda, gasto público y pobreza.
Contratistas que llevan décadas y miles de millones de dólares de subsidios en su haber asienten con sonrisa cómplice las diatribas contra los “zurdos de mierda”
El mismo Gobierno que presume de su valentía política porque un tercio del recorte del gasto público equivalente a seis puntos del PBI correspondió a los haberes jubilatorios es el que afirma que las pensiones le ganaron a la inflación. A la hora de hablar de la pérdida de poder adquisitivo de los sueldos docentes, el eje se corre a las auditorías y a la validez de las investigaciones académicas. Los batalladores políticos y mediáticos de la auditoría son ajenos al mundo de las universidades públicas. Desconocen sus órganos de gobierno, sus aulas, sus investigaciones, su cuerpo docente y su alumnado, pero cuentan con títulos que otorgan el universo Benegas Lynch y las pantallas de la tele.
Otra de las novedades que aporta la experiencia Milei es que la violencia discursiva y la provocación constituyen una identidad no sólo del ala política, habitualmente más confrontativa, sino de casi todo el elenco gubernamental.
En particular, los funcionarios del área económica solían guardar un perfil “técnico”. Se exceptuaban a sí mismos de enzarzarse en la estridencia del debate de los “políticos”. No es el caso de Luis Caputo. El ministro se volcó al exceso de la provocación.
Su derrotero resulta curioso. Terminó exhausto de su paso por Finanzas y el Banco Central durante el Gobierno de Macri. Fue uno de los responsables de aquel penoso resultado socioecónomico y la acumulación de una deuda impagable. A diferencia de colegas de aquel gabinete, esbozó cierta autocrítica.
Los años siguientes mostraron a un Caputo sosegado, procurando bajar los decibeles. Desde su rol de inversor privado, llegó a mostrar cierto entusiasmo por la reestructuración de deuda de 2020, bajo el Gobierno de Alberto Fernández. El tiempo enturbió las cosas. La versión más reciente muestra a un ministro propenso al agravio a los opositores y a sus colegas que “no la ven”, aunque sean de su propio credo. Caputo perpetra un repertorio de agresiones que tienden un puente con la furia que enarbolaba Jonatan Morel, el carpintero inexperto contratado absurdamente por la familia Caputo para construir mesitas de luz en un hotel de Neuquén.
En sus ratos libres, Morel convocaba a magnicidios desde el sello Revolución Federal y fantaseaba con guillotinas para Cristina Fernández de Kirchner, en sentido tan figurado como el cajón fúnebre con el cuerpo de la exmandataria que evocó el Presidente.
Omnipresencia
Milei insulta y miente, sus funcionarios lo imitan, pero su aventura es inseparable de una tropa de activistas en las redes. “Agarrá la pala”, “El Peluca Milei”, “Break Point”, “Fran Fijap”, “Los Herederos de Alberdi”, Agustín Laje y “El Pibe Marra” son algunos de los canales de streaming que acompañaron el ascenso de Milei. Como premio, varios de sus responsables consiguieron un sueldo en Casa Rosada. Otros canales, como “Carajo”, propiedad de consultores de la comunicación de Macri y el peronismo, fueron creados ya con los ultras instalados en el Estado. El Gordo Dan — Daniel Parisini—, también socio en el proyecto, hoy es probablemente el activista mileísta más conocido y recibió el plus contractual a través de su novia.
Medios y streamings progresistas u opositores se sienten llamados a entrevistar a los jóvenes ultras más famosos por lo que sería un genuino interés periodístico
Hace tiempo que Mariano Pérez, director de Break Point, otro provocador del estilo de Fran Fijap, circula por los medios, pero LN+, TN y otros canales se permitieron un paso más en el último mes. Pérez y Fijap pasaron a tener una presencia cotidiana en horario central, como si fueran columnistas estables.
Las redes sociales, los streamings, los canales tradicionales de noticias y de aire ya garantizan cierta omnipresencia de los libertarios en el ecosistema mediático, pero hay más. Medios y streamings progresistas u opositores se sienten llamados a entrevistar a los ultras más famosos por genuino interés periodístico. No sólo por vocación de conocer “lo nuevo”, sino por la necesidad de acceder a la voz oficialista, dado que los funcionarios de este Gobierno son renuentes a ir a sitios que no los reciben con los brazos abiertos.
Así, entre los streamings y redes de partidismo ultraderechista, los canales convencionales de noticias, la TV abierta y los medios opositores y críticos, un ciudadano común tiene al alcance de la mano una docena de alternativas diarias para que un conjunto de policías frustrados, pendencieros sin estudios, orgánicos del integrismo católico, inorgánicos de Santiago Caputo y militantes del negacionismo expresen con libertad sus ideas sobre “el sorete de Ginés González García” el mismo día de su muerte, “los zurdos de mierda”, “los científicos fracasados que no saben vivir de un sueldo privado”, “el adoctrinamiento universitario”, “la propensión a la enfermedad psíquica de los niños adoptados por homosexuales”, “después lloran lesa humanidad”, “los terroristas criados por las siniestras Madres y Abuelas de Plaza de Mayo” y “exterminar a los parásitos del Estado”.
Cada tanto, si alguno toca una fibra sensible, una voz en el estudio les pide respeto por la pluralidad de ideas. El reclamo será respondido con un silogismo y una cita a una estadística falsa.
SL/DTC