Opinión

Un merodeo voraz

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En estos días el co-gobierno Milei-PRO emitió un nuevo decretazo por el que ordena la privatización de las represas hidroeléctricas de Alicurá, El Chocón, Cerros Colorados y Piedra del Águila. Construidas por y de propiedad del Estado, desde hace décadas las administran empresas concesionarias. No hay excusa de que den pérdidas ni de que sean ineficientes. Las privatizan porque quieren privatizarlas. ¿Qué significa? Desde ya, que entregan a privados algo que era estatal. Pero además la transferencia obviamente no será por el monto que costó la inversión y que ya pagamos todos. Ni por el valor de la tierra que ocupan. Probablemente tampoco pagarán por el uso del agua que cada día llega a las represas, o lo harán por un valor irrisorio. Los nuevos dueños tampoco asumirán riesgos: comprarán algo que ya funciona bien y que tiene un cliente cautivo, que somos nosotros. Otro ejemplo más del mito del “riesgo empresario”. ¿Qué perdemos, además de todo ese capital nuestro que directa o indirectamente pasará a manos de empresarios? La capacidad de administrar un recurso estratégico como la energía. ¿Que eso no conlleva riesgos? Recuerden la fracasada privatización de YPF: para ganar más a corto plazo, sus nuevos dueños decidieron dejar de invertir en exploración. El resultado fue una crisis energética que nos costó una fortuna y veinte años revertir. Y vaya a saber cuánto más tendremos que pagar en juicios por ese paso en falso. 

En estos días el Gobierno también anunció que avanzará en el plan de convertir los clubes de futbol en Sociedades Anónimas Deportivas (SAD). Nuestros clubes nacieron hace más de cien años como entidades sin fines de lucro, propiedad de sus socios, que fueron los que los levantaron y sostuvieron por más de un siglo. El Gobierno quiere cambiar de cuajo todo eso: que sean propiedad de empresarios y se transformen en empresas con lógica mercantil. Los clubes ya anunciaron que no quieren. La AFA también manifestó que no desea el cambio. No importa: el Gobierno la va a obligar y ya la intimó a que modifique sus reglas para hacer lugar a las SAD. 

¿No estábamos en el Gobierno de “la libertad”? ¿No era que el Estado no se iba a meter con lo que hiciera el sector privado? ¿Por qué obliga a la AFA y a los clubes a hacer algo que no desean? El fútbol argentino no es estatal. No le cuesta dinero al Estado. No es “con la tuya contribuyente”. El Gobierno dice que no importa, que lo hacen para mejorar su eficiencia. Ayudan a los clubes en algo en lo que no pidieron ni quieren ser ayudados. Daniel Scioli dijo que las SAD ayudarán al fútbol a “ser más competitivo y explotar la marca fútbol argentino en el mundo”. Mientras tanto, ya inició reuniones con un empresario estadounidense que está merodeando para quedarse con algún club apenas se impongan las SAD. Macri coincide y celebra: es “un paso adelante para tener un espectáculo de más calidad, con mejores planteles y mejores estadios”.

Todo esto es un lindo ejemplo del discurso hueco que nos inunda día y noche. ¿Necesita más “eficiencia” el fútbol argentino? ¿En serio? La Selección argentina lidera el ranking mundial y es la que más títulos obtuvo en la historia. Hay siete clubs argentinos entre los 100 mejores del mundo. Y eso, a pesar de que la Argentina no para de exportar sus mejores jugadores. Y hablando de jugadores, con Messi y Maradona, el país ostenta los dos primeros puestos en el ranking de mejores jugadores de todos los tiempos. ¿Cuánta más “eficiencia” quieren? Queda claro que es apenas una excusa. Y no muy buena. Todos estos logros impresionantes del fútbol argentino vinieron de la mano de entidades sin fines de lucro, que fundaron sus socios desde abajo. ¿Por qué meter mano en algo que funciona tan extraordinariamente bien? No hay otra respuesta posible: por eso mismo. Quieren quedarse con algo que funciona muy bien.

Los empresarios que así lo deseen podrían fundar tantos equipos como les dé la gana. Podrían erigir sus propios estadios con los estándares de confort máximos. Podrían crear su propia liga. Nada se los impide. Pero no. No quieren ganar dinero creando algo: quieren quedarse con algo que ya existe. Quieren lo que nosotros ya hicimos. Quieren las instalaciones, los nombres de los clubes, más de cien años de leyendas, más de cien años de inversión del dinero de los socios. Todo eso en lo que no tuvieron nada que ver, lo quieren. El Estado, parece, les ayudará metiéndose donde no le corresponde.

¿Qué perderíamos con la privatización de los clubes? Orientarlos hacia una finalidad de lucro obviamente significa que dejarán de hacer la cantidad de actividades que realizan hoy en beneficio de sus socios y de sus barrios. Chau biblioteca pública, chau esas parrillas que usan los socios, chau prestar las instalaciones para fines sociales. Y, sobre todo, chau deportes menos rentables. ¿Esa niña quiere seguir entrenando hándbol? Lo lamento, nena, el hándbol no da plata. Vos no sos una inversión con futuro.

En estos días también se viralizó un video tristísimo. Azuzado por su padre, Federico, un niño de apenas diez años, cuenta que ya fundó su primera empresa y que se dedica al negocio “de fondos de inversión”. A medida que el video avanza, nos enteramos de que la “empresa” es convencer a tres o cuatro amigos de su edad para que le den sus ahorros. Su padre los invertirá vaya a saber dónde para que esos ahorros crezcan y Federico se ganará con eso una comisión. “Federico ya a sus diez años entiende que tiene que crear su propio negocio, donde gana dinero a partir de lo que otros hacen”, explica exultante a cámara el imbécil que le tocó por padre.

Les tengo una mala noticia: este merodeo voraz de los empresarios sobre todo lo que todavía escapa a la lógica mercantil no va sino a empeorar. La presión va a ser cada vez más intensa. El capitalismo llegó al límite de su expansión hacia afuera. Ya ocupó todo el mundo y todo lo domina. Ahora solo le queda acumular presionando cada vez más “hacia adentro”, explotando más los recursos naturales, apropiándose de lo poco que queda sin comercializar, monetizando cada vez más el espacio urbano y nuestro tiempo libre, jibarizando sectores del Estado a ver si les sacan un peso, forzándonos a trabajar cada vez con mayor intensidad (desde más jóvenes y hasta más viejos) y a utilizar recursos financieros que no necesitamos, colonizando nuestra imaginación. Los especialistas lo llaman “acumulación por desposesión”: el capital obtiene sus ganancias expropiando, más que creando valor. 

La presión sobre Federico ejemplifica la presión creciente del capital sobre nuestras vidas. Necesita poner a un niño a hacer dinero ya a los diez años. Necesita captar esos ahorros de sus amiguitos. Necesita que ese padre les meta presión a todos para que dejen de hacer cosas de niños y se pongan a su servicio. Necesita y fabrica este embrutecimiento en el que estamos sumergidos.

EA/JJD