Hace 800 mil años que las concentraciones de metano no eran tan altas en la atmósfera, cuando los humanos no caminaban ni en cuarto patas, menos en dos. Pero a fuerza de tanto petróleo, gas natural, ganadería y agricultura extensivas, más la acumulación global de basureros mal gestionados y aguas residuales, aquí estamos. Este gas es responsable de un cuarto del calentamiento de la temperatura, que ya subió 1,2 grados desde 1850.
La mala noticia: el metano retiene hasta 86 por ciento más que el CO2 el calor del sol. O sea, es una frazada ultrapotente en la atmósfera. La buena: en 12 años, se desintegra. Chau metano, no estás más. El CO2, en cambio, permanece siglos y hasta milenios. La mejor noticia: si se reduce al 45 por ciento en 2030, podemos domesticar el alza de la temperatura, de hecho es una de las herramientas más eficaces para domar este potro salvaje del calentamiento. Otra mala noticia, hay muy poca onda para hacerlo.
Veámoslo en cifras. Antes de la revolución industrial, la cantidad de metano en la atmósfera era de 772 partes por millón. Hoy es de 1879 partes por millón. O sea, mucho más que el doble. Aunque este gas también se produce por fuentes naturales, está claro que la fiesta que está viviendo sobre nuestras cabezas tiene que ver con nuestras actividades en el suelo.
La reducción de las concentraciones de metano es uno de los temas que se tratará informalmente en la COP 26, las negociaciones del clima que empiezan en Glasgow. Argentina adhirió a un compromiso junto a Estados Unidos y la Unión Europea para cortar al 30 por ciento este gas invisible pero pernicioso. Sin embargo, esta es una medida voluntaria y sin dientes.
Argentina adhirió a un compromiso junto a Estados Unidos y la Unión Europea para cortar al 30 por ciento este gas invisible pero pernicioso. Sin embargo, esta es una medida voluntaria y sin dientes.
No en vano, el lobby agroindustrial está que chilla. En un raro gesto de amor del Ministerio de Agricultura al sector, sacó un largo comunicado alabando la supuesta sostenibilidad del sector ganadero, cuando el proceso digestivo de sus vaquitas es responsables del 15 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero de nuestro querido país, según el último inventario realizado en 2019. El estiércol que producen suman todavía más y más potentes gases. Y ni que hablar de la deforestación que el sector induce. En total, el campo representa cerca del 40 por ciento del calentamiento que le enviamos a la atmósfera desde aquí.
Tan preocupado está el lobby, que trató de interferir directamente en el lenguaje del último informe del IPCC, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático, que es el que le da el sello de aprobación a la ciencia de las transformaciones en los sistemas terrestres. Nuestro país trató de eliminar todo lenguaje referido a la necesidad de promocionar dietas basadas en plantas, que se propongan iniciativas como un día sin carne por semana o de que nuestros queridos rumiantes fueran acusados de ser altos en contenido de carbono. Esto lo sabemos porque lo filtró la BBC.
MA