Acabamos de participar de un simposio organizado por dos universidades públicas y una privada, en la bella Río de Janeiro: la Universidad Federal Fluminense, la Universidad Estadual de Río de Janeiro y la Fundación Getulio Vargas. El simposio se llama “Estádios, Cidades, Memórias”, y reúne a colegas de disciplinas distintas (de la historia a la antropología, pasando por la sociología, la educación, la geografía) de cuatro países: Brasil, el anfitrión, y los invitados argentinos, españoles y costarricenses. Discutimos casos y categorías relacionadas con lo que nombra el título del evento: el fútbol, los estadios que lo albergan, las ciudades que se representan, las memorias que protegen, las hinchadas que las fabrican y reproducen.
Pero, en las noches, continuamos las conversaciones en los bares viendo fútbol; en particular, los dos partidos de Copa Libertadores de martes y miércoles, donde jugaron el Atlético Mineiro y el Botafogo, los locales, contra el River argentino y el Peñarol uruguayo. Como es bien sabido, River recibió tres goles; Peñarol, cinco. Dos grandes clubes sudamericanos fueron avasallados por dos sociedades anónimas brasileñas: Brasil, el país del “progreso” de las “SAF” (Sociedades Anónimas del Fútbol, la versión brasileña de las presuntas SAD argentinas –Sociedades Anónimas Deportivas–, que fueron creadas en 2021, en el gobierno de Bolsonaro). Un resultado que no es muy diferente del reciente historial del fútbol en este continente, cada vez más desigual por razones macroeconómicas, con el fútbol brasileño potenciado por una capacidad tan increíble como histórica de producción y exportación de jugadores. El mayor vendedor de jugadores del mundo sigue siendo Brasil. Los ingresos por el rubro alcanzaron los 400 millones de dólares en 2023; los derechos televisivos, 653 millones de dólares. Semejante recaudación, administrada por mayoría de SAF, no permitió, sin embargo, uno de los resultados prometidos por los defensores de las SAD argentinas: los jugadores brasileños se van a Europa inevitablemente jóvenes (y regresan inevitablemente viejos, como en la Argentina). Aunque no sea una consecuencia necesaria de esa recaudación –y tampoco de esa organización–, los clubes brasileños acumulan las últimas copas Libertadores y Sudamericana, y esta podría ser la octava final de la Libertadores que juegue un equipo brasileño desde 2017; de todas ellas, los brasileños ganaron seis.
Ese historial, de todas maneras, será explicado en el debate público de una única manera. Para los argentinos, el bombardeo mediático y político será implacable: o aceptamos el ingreso de las SAD o seremos derrotados por los brasileños, por siempre jamás. En este asunto, importan poco los argumentos, los datos, los contextos. Poco importa si el Atlético Mineiro se convirtió en propiedad de sus exdirigentes (como si Macri se convirtiera en dueño de Boca Juniors de la noche a la mañana). Tampoco importa si el Botafogo gastó más en fichajes en 2024 de lo que recaudó en 2023, porque su dueño es un típico especulador estadounidense, dueño también del francés Lyon, e inyectó un dinero que no tiene para luego lanzar su grupo en la bolsa de valores. Tampoco importará lo que ocurrió con otras SAF recientes. El Cruzeiro fue “comprado” por Ronaldo Fenómeno y vendido dos años después, generando ganancias de cientos de millones para el dueño, después de muy poca inversión y ningún título de relevancia (apenas una Copa mineira). El Coritiba fue comprado por un fondo nacional que tiene como rostro mediático a Roberto Justus, una especie de Donald Trump civilizado y refinado que viaja en helicóptero por el cielo de São Paulo. El club descendió en el primer año y, por los resultados, hasta ahora, no parece que vaya a regresar a la élite nacional. En el peor de los casos, del que casi no se habla, el Vasco da Gama casi tuvo que declararse en bancarrota junto con los estadounidenses de 777 Partners, una empresa acusada de fraude financiero en la corte de Nueva York y que poseía el 30% del club. Es la empresa cuyo “dueño” se tomó una foto abrazado con Javier Milei, y que tuvo el control de Genoa (Italia), Hertha Berlin (Alemania), Red Star (Francia), Melbourne Victory (Australia) y Standard Liège (Bélgica), junto a una participación en el Sevilla español. Hoy, todos esos clubes están en venta.
Comenzará ahora en la Argentina la misma lógica de propaganda que Brasil vivió en los últimos años, aunque, afortunadamente, algunos clubes adoptaron la vía de la cautela: o los clubes se convierten en una SAF (una SAD), o desaparecerán. Casi ninguna voz se opuso públicamente en el Brasil. Podríamos enumerar una centena de artículos de propaganda a favor de las SAF, pero basta con recordar a quien pronosticó que los clubes brasileños jamás volverían a ser campeones mundiales si no se convertían en SAF. Eso ocurrió cuando Palmeiras, una de las potencias locales, perdió contra los Tigres mexicanos en la semifinal del viejo Mundial de Clubes de la FIFA, en 2021. El Palmeiras no es una SAF, pero ganó el campeonato nacional de 2023 por encima del mismo Botafogo (y hoy marcha segundo, a un punto). Casi todos los defensores de las SAF cumplen el mismo rol social: se trata de grupos interesados en el lucrativo mercado de constitución y venta de esas sociedades. No importan tanto los representantes de jugadores que hoy ganan notoriedad defendiendo las SAD, en la ilusión (falsa) de que las “inversiones” elevarían el precio de venta. Es paradójico: los defensores del “mercado” no ven (ocultan) que los precios de los jugadores dependen del mercado, pero del europeo. Del mismo modo, el capitalismo financiero puede inventar dinero donde no lo hay, pero esa capacidad no es infinita. Inevitablemente, la generación de recursos en el fútbol argentino es muy inferior a la brasileña por una simple razón de tamaño del mercado y, aunque los campeonatos multipliquen sus equipos, las recaudaciones seguirán dependiendo de fuentes finitas: entradas, esponsoreo, merchandising, derechos televisivos y venta de jugadores cada vez más jóvenes. El City Group no vendrá a invertir sumas imposibles en negocios más imposibles aún: vendrá, si viene, a garantizar la provisión de mano de obra cada vez más económica.
La ola más violenta de impacto en la opinión pública vendrá de aquellos que operarán durante todo el proceso, recibirán comisiones cuantiosas por sus intervenciones y luego no se responsabilizarán por los casos fracasados. Como en Brasil, seremos bombardeados con “opiniones técnicas” de firmas de consultoría, bufetes de abogados y corredores de inversión ávidos por recibir algunos millones para vender nuestros clubes, que posarán para las fotos como minuciosos especialistas en el tema. En ese escenario, no serán mucho más que fervientes propagandistas de un modelo en el que están profundamente interesados, política y financieramente. Estos agentes políticos y económicos recurren al inmediatismo y a la manipulación de la realidad para imponer sus agendas. Por ejemplo, a argumentar que los clubes más ricos de Argentina y Uruguay serán derrotados por la potencia de los capitales “desinteresados” que han invertido en Brasil. Pero, a diferencia de lo que ocurre en la amplia mayoría de los clubes brasileños, los clubes en Argentina tienen una vida asociativa profunda, poderosa y de masas (por lo tanto, política). Esta será la última frontera para la defensa de esas instituciones.
Pablo Alabarces y Verónica Moreira son Investigadores del CONICET y profesores de la UBA. Nicolás Cabrera es doctor en antropología por la Universidad Nacional de Córdoba y becario posdoctoral en la UERJ brasileña. Irlan Simões es periodista y doctor en comunicación por la UERJ, donde es miembro del Observatório Social do Futebol y publicó el libro Clube Empresa: abordagens críticas globais às sociedades anônimas no futebol (2020).