PURA ESPUMA

Un milagro negativo

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“Riquelme intervino sobre lo colectivo en acción, que es lo que le da al héroe popular su carácter salvífico. A partir de ahora se le puede pedir”. La frase es de Esteban López Brusa y alude a la escena de deslizamiento hacia la masacre y disolución de la masacre protagonizada hace unos días por el Presidente de Boca en la cancha de Newell's Olds Boys de Rosario.

La secuencia estuvo a la vista en todas las estaciones de su línea de montaje. Hubo una escaramuza a distancia, encendida por una primera piedra y, luego, un acercamiento de la horda de Boca a la tribuna de Gimnasia y Esgrima de La Plata. Allí van los tanques y los tapones de La 12 cursando el cemento a caballo del amor a la violencia en la que se criaron, y de la que hacen un valor. Son más de mil Stanleys de carne y hueso que equivalen a un cuerpo monstruoso sin cabeza.

Entre ellos y el ejército contrario primero no hay nada y, luego, una delgada línea de policías de la provincia de Santa Fe. La intifada de butacas, la avanzada de La 12, las balas de goma (y, quién sabe, quizás algo más), las rodadas por los escalones: todo está dado para que haya muertos. Se siente en el rumor electrico de los espectadores y en el crecimiento velocísimo del riesgo. El conjunto tiene algo de moscas acercándose al fuego, y agiganta el único presentimiento posible: el despliegue de los hechos es irreversible y los daños inevitables.

Entonces, hizo su anunciación la presencia flotante de Juan Román Riquelme. Una aureola de neón giraba sobre la oscuridad de su figura. En pocos segundos se activó un protocolo espontáneo de distanciamiento entre los metales más calientes de la escena. Todo lo que hizo Riquelme fue mantener las distancias, que se mantuvieron hasta que el campo de batalla quedó libre de peligros.

¿Qué fue lo qué pasó? ¿Dónde estuvo el secreto del milagro? Habría que pensarlo un poco. Por lo pronto, no parece haber estado en el acto en sí. No cualquiera habría salido vivo del rol de pacificador. Muchas veces es el pacificador el primero que cae en la batalla que quiere evitar. Es cuestión de imaginarnos en cumplimiento de ese rol para asumir que no habríamos durado nada.

Por razones vinculadas a la pobreza de imaginación casi sin matices que domina la discusión pública, donde a todo se lo asocia con la política, viene de la política o va hacia la política, cuando no “es” directamente la política, algunas voces conmovidas por el hecho estuvieron diciendo que Riquelme dio, con su intervención, un ejemplo nacional. En efecto, así fue. Con la salvedad de que se trata de un ejemplo que no se puede seguir. Para seguirlo, habría que extrapolar las condiciones tanto del protagonista como de los hechos. 

La hipótesis de López Brusa, situando la “acción” de Riquelme del lado de la hagiografía, la estampita, el altar rutero que se alza con plegarias y se mantiene con el fuego de la fe es, paradójicamente, la más razonable de las que se ofrecieron. Lo que hizo Riquelme fue apenas “bajar”, para producir en miles de personas cebadas una fascinación a la manera en que Tony Kamo fascinaba a sus gallinas. Visto desde una perspectiva que honre antes que el drama la disposición conflictiva de la materia, lo que hizo Riquelme fue un milagro negativo, basado en lo que evitó. Separó las fuerzas idiotas que, como imanes, se estaban atrayendo hacia su mutua destrucción. Le dio a la idiotez una función reversible. Que la idiotez y los idiotas retrocedan: ¿hay un milagro más imposible que ese?

Riquelme no unió (ese milagro sí que no puede lograrlo ni dios) sino que regresó al agua y al aceite por el camino que los había traído por separado. La extrapolación por la que alguien llegó a fantasear que Patricia Bullrich debería aprender de Riquelme a “separar”, es de una inocencia tan extrema que se acerca a la mala fe por vía del naif. Bullrich es una máquina de inteligencia cascoteada que vive para poder consumar algún día su ideal, que es el de la supresión. Que lo que no le gusta, no exista más. Sea montonera o libertaria, esa es su misión en la vida pública. 

De las especulaciones que se montaron sobre el “happening” de Riquelme en Rosario, una especie de arte efímero de masas (la masa fue su materia), hubo una que no se vió. ¿Qué habría ocurrido si, por esas cosas de la fatalidad posicional, Riquelme hubiera tenido que parar a la barra de Gimnasia y no a La 12? No se puede saber. Pero quizás, cuanto menos, no habría sido linchado, y por una razón: porque la defensa de los suyos nunca exige la supresión de los otros.

Lo cierto es que Riquelme, en su extraña situación de general pacifista de vanguardia, floreció como una cuña entre las hordas de Boca y la frontera de policías que custodiaban el espacio que las hordas estaban yendo a invadir. Lo hizo espontáneamente (al instante de su decisión se reduce todo el milagro, al : “¡voy!”). El resultado, ya visto, fue el de ordenarle al río caudaloso que baja, que vuelva a subir.

JJB/MF