La era libertaria trajo una novedad: los ataques al derecho a la libertad de expresión se hacen en nombre de la democracia que los agresores imaginan sólo existen en las redes sociales a las que ven como un único espacio uniforme.
El último ocurrió en la entrevista que Javier Milei le dió a Luis Majul en sus habituales visitas a LN+. Allí volvió a cuestionar al periodismo, sostuvo que las redes sociales llegaron para democratizar la escena mediática y calificó de esbirros a cronistas a los que no identificó.
En su fragmento más exaltado lanzó una serie de diatribas que llegaron al punto de condicionar una futura conferencia de prensa a que los hombres de prensa comiencen a ser consideradas personas políticamente expuestos y a que muestren sus declaraciones juradas. En un gremio donde la gran mayoría debe tener múltiples empleos para lograr un ingreso digno, lo del Presidente podría ser una humorada de mal gusto si no fuera un dislate institucional.
“Que presenten declaración jurada, que puedan ser sometidos al escarnio público al que los periodistas someten al resto de la sociedad (SIC)”, ahondó y de ahí fue directo a su argumento que sostiene la supuesta democratización que implican las redes sociales. “Antes tenían el monopolio del micrófono, digamos...porque esto también es muy lindo de toda la hipocresía de..ahora la comunicación está verdaderamente democratizada”, aseguró.
La tensión entre el periodismo y el poder es tan antigua e inevitable que no tiene ningún sentido hacer referencia a eso. El aporte que hace Milei es la incorporación de una visión un poco infantil sobre el enojo y el miedo que él juzga atraviesa al periodismo porque “perdieron el monopolio del micrófono” a manos de las redes sociales que –según Milei– expresan a “la gente”. Su lógica sería la misma que sostuvo sobre los dirigentes que lo critican, los periodistas también lo atacan por envidia.
En 2015, en un libro breve, muy claro y que adelantó el futuro, el politólogo Ernesto Calvo analizó cómo se expresaron los usuarios en la red Twitter durante el debate alrededor del caso del Fiscal Nisman y explicó el concepto de cámara de eco. Los dos universos en disputa sobre el sentido del caso no se tocaban y cada uno hablaba para los que pensaban igual. Con el correr del tiempo y los avances de los algoritmos la cámara de eco se fue perfeccionando y cada uno puede comprobar cómo los usuarios que lo rodean son idénticos a sus textos, gustos e intereses.
“A diferencia de lo que cree la gente, que Twitter aparece como un espacio democrático y muy diverso, con todo tipo de voces, se vive en comunidades muy cerradas. Comunidades en las que casi toda la información que reciben viene de los mismos actores. Todos viven en zonas en las cuales son mayoría. Lo que ellos piensan es lo que se repite por toda la comunidad”, nos dijo Calvo en ese momento. Esa descripción precisa se profundizó en los últimos años.
Esa democratización que Milei endiosa es desmentida en una infinidad de textos que analizan el fenómeno de las redes sociales, por la utilización que hacen las empresas propietarias de los algoritmos e incluso por el daño que están generando en los más jóvenes, como el esclarecedor trabajo de Jonathan Haidt que se acaba de publicar en castellano, La generación ansiosa, en la que plantea la epidemia de enfermedades mentales que están viviendo nuestros adolescentes a partir del crecimiento exponencial de las redes sociales.
Es evidente que el Presidente no se hace estos planteos y se limita a creer que lo que él lee y replica en sus redes es lo que sucede en la sociedad argentina. Ocurre que la complejidad de un país con toda su diversidad, debates y conflictos, para Milei no es más que su propia cámara de eco. Lo que para él son ciudadanos poniendo en caja a periodistas corruptos, no son más que sus propios seguidores a los que él mismo reproduce una y otra vez hasta lograr un mundo autocelebratorio cuyo extremo más bizarro son las decenas de elogios hacia él mismo que retuitea en X e Instagram.
En la entrevista de LN+, el Presidente no se detuvo y siguió con su arenga en un tono que recordaba a aquel ministro de Ahorro Postal nacido en Cha Cha Cha, Gilberto Manhattan Ruiz: “porque cuando yo los señalo, los señalo con mentiras probadas, ¿sí? Y sin embargo, digamos, se ponen a llorar y a gritar ¡Ay! contra la libertad de expresión. No, mentir, calumniar, injuriar, eso está mal. Entonces, lo que pasa es que se acostumbraron mal a que antes tenían el monopolio del micrófono. Y que el archivo lo manejaba un tipo que manejaba el archivo. Hoy el archivo es instantáneo, los micro... A ver, yo he escuchado a un impresentable que se jacta, digamos, de defender la libertad de expresión, quejarse, son varios, además. ¿Sí? Por el tema de que la red X ahora es un espanto. Claro, la red X ahora es libre. Antes había censura. Es decir, si usted no recitaba el catecismo Woke, lo censuraban. Ahora es libre. ¿A usted no le importa?”
El Presidente no sólo se cree portador de una verdad única, además hace acusaciones que desconocemos sobre periodistas que ignoramos porque solo habló de “cuatro esbirros de La Nación al servicio de Fernán Saguier”. Y suma un dato que es esclarecedor, el punto en el que señala el comienzo de “la libertad” en Twitter, que para él ocurrió cuándo dejó de llamarse así y pasó a denominarse X luego de la compra que hizo de ella Elon Musk.
Otra vez la cámara de Eco. La libertad comenzó cuándo el que piensa como él cambió las reglas de juego para dejar atrás la cultura progresista que con desprecio la derecha norteamericana denomina Woke. El mundo libre nació el día que su amigo compró la red porque, según declaró, “temía que estuviera teniendo un efecto corrosivo en la civilización”, al punto que según, Walter Isaacson, culpa a la izquierda por la transición de género de su hija que habría sido inoculada con el virus en su escuela de Los Angeles. Isaacson sostiene que a partir de ahí se propuso luchar contra su propagación en el mundo y así terminó adquiriendo X.
La libertad para el Presidente es la libertad que anida en su propia cámara de eco. La libertad es la de los idénticos, de los que Musk sueña se ocuparán a niveles planetarios de que a nadie se le ocurra tener ideas peligrosas.
Eso explicaría dos cosas: que sus insultos a periodistas y economistas están dirigidos a los que imagina dentro de ese subconjunto de usuarios de X, por decirlo de alguna manera sencilla, el mundo no kirchnerista. Uno de sus blancos preferidos es Marcelo Longobardi y dedica muchos de sus gritos a Saguier o a Jorge Fontevechia. En sus ataques, casi nunca critica a periodistas de medios cercanos al kirchnerismo porque como no forman parte de su burbuja, no los registra. En su cosmovisión no existen. Y eso vale también para los economistas. Sus peores adjetivos siempre están dedicados a neoliberales. Y cuándo confronta con dirigentes políticos de la oposición todo lo reduce a acusarlos de Kukas. El mundo digital lo llevó al pensamiento binario.
Quizás el nudo está en el planteo del “filtro burbuja” de Eli Pariser cuándo advirtió que las redes se fueron transformando en los nuevos guardianes de la información. Cómo ocurre siempre en los procesos populistas, tal vez el verdadero deseo sea el monopolio de la información bajo las garras de un poder que controla cómo, cuándo, dónde y sobre qué se informan los ciudadanos.
MM/MG
El último libro del autor es Ahora Alfonsín Historia íntima de la campaña electoral que cambió la Argentina para siempre, escrito en coautoría con Rodrigo Estevez Andrade (Margen Izquierdo Planeta, 2023)