Los viajes del presidente Javier Milei por Europa y Estados Unidos tienen como hilo conductor una suerte de “diplomacia de los premios” o las condecoraciones, sobre todo de fundaciones liberal-libertarias, pero también grupos como la organización judía jasídica Jabad-Lubavitch. Son las dos marcas de identidad del mandatario argentino: su “anarcocapitalismo”, tomado sobre todo de Murray Rothbard, y su voluntad de judaísmo, que como todo en él se expresa de forma fanática e hiperventilada.
En el marco de esas visitas privadas, a veces organiza algún encuentro oficial, a menudo de manera un tanto accidentada. Y luego él mismo publica las tapas de periódico con la repercusión de sus giras, siempre acompañada de la leyenda irónica “Fenómeno barrial” –un curioso autobombo para alguien que se percibe como un líder mundial–.
Las visitas a España y Alemania dejan algunas reflexiones. En España, el economista Jesús Huerta de Soto, quien buscó probar en sus textos que “Dios es libertario” apelando a pasajes sueltos de la Biblia, le regaló a Milei un retrato gigante, expresión de un sorprendente culto a la personalidad en espacios liberales, en el marco del premio que le otorgó el Instituto Juan de Mariana.
Huerta de Soto, un economista muy poco conocido en España fuera de ciertos nichos, de pronto se encuentra en los titulares mencionado como el “mentor intelectual” del presidente argentino. Muchas de estas fundaciones seguidoras de la escuela austriaca de economía sentían que venían arando en el desierto y de pronto se encuentran con un presidente “rothbardiano” en un país mediano como Argentina, que –al menos desde el discurso– le da una pátina de realidad a sus utopías (o distopías) antiestado, y que además actúa como una estrella de rock –luego en Argentina, la realpolitik, que incluye una pata peronista en el gobierno, parece menos atraída por las veleidades rothbardianas–.
Otra distinción le fue entregada por la Sociedad Hayek en Alemania. Esa fundación viene siendo, desde hace años, atravesada por la “infiltración” de la extrema derecha, con el entusiasta aval de unos y el rechazo de otros. Varios miembros abandonaron la Sociedad Hayek desde 2015 por sus vínculos con Alternativa para Alemania (AfD). Si AfD comenzó como un partido de economistas antieuro, se deslizó rápidamente por una sucesión de escándalos respecto del pasado nacionalsocialista, al punto que está bajo la lupa de la Oficina para la Protección de la Constitución de la República Federal.
“Los discursos y acciones de la AfD contradicen el compromiso de la Sociedad Hayek con una sociedad libre y abierta”, “Sin una separación clara de los lacayos de la AfD, no veo futuro en la Sociedad”, “[Fuimos] arrastrados a un pantano etnonacionalista”, declararon varios de quienes abandonaron la institución. Un antiguo participante se quejaba en una carta al director de la Sociedad Hayek de que se había encontrado con miembros de AfD en los círculos juveniles de la Sociedad que “discutían de forma racista utilizando términos como ”bioalemán“.
Pero los críticos perdieron la batalla con quienes no ven problemas en mezclarse con gente como Beatrix von Storch. De origen aristocrático, nieta de un ministro de Hitler y parte del ala dura de AfD es, junto a otros dirigentes de ese partido, miembro de la Sociedad Hayek. Frau von Storch no solo es nieta, es nieta “activa”… Björn Höcke (líder de la AfD en Turingia) no solo utilizó un eslogan nazi prohibido (“Alemania por encima de todo”) sino que en su libro considera que es incorrecto representar a “Hitler como totalmente maligno” y que el tema no es tan “blanco o negro”. El nazismo “es más complejo”.
Más recientemente, AfD fue expulsada del eurogrupo Identidad y Democracia (ID), uno de los dos que hasta ahora articulaban a las extremas derecha en el Parlamento Europeo, liderado por Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, por las declaraciones de su cabeza de lista Maximilian Krah, quien dijo: “Nunca diría que alguien que llevara un uniforme de las SS fuera automáticamente un criminal”.
En AfD sobrevuelan también sus relaciones con la Rusia de Putin. Miembros de AfD del Parlamento regional de Baviera viajaron como observadores a las últimas elecciones rusas (y no vieron nada raro)… Una vez más, fueron también “amonestados” por el partido...
Ya en 2017 el diario Süddeutsche Zeitung titulaba, citando a uno de los críticos: “Sociedad Hayek: ¿lecho de estiércol de AfD?”.
Milei también fue a República Checa a buscar un premio de una fundación liberal y aprovechó el viaje para una reunión oficial. Allí, los esperaban los seguidores de Vít JedliÄka, el “presidente de la República de Liberland”, una república utópica libertaria –sin habitantes– ubicada en una tierra de nadie entre Serbia y Croacia (los libertarios intentaron establecerse pero la policía croata se hartó de ellos y comenzó a detenerlos). En febrero de 2019, Milei, que aún no había puesto un pie en la política, se presentó en un festival de otakus, en Buenos Aires, lookeado por la cosplayer y hoy diputada Lilia Lemoine. Disfrazado de general AnCap (anarcocapitalista), con antifaz y un tridente, anunció: “Soy el general AnCap. Vengo de Liberland, una tierra creada por el principio de apropiación originaria del hombre (…) Mi misión es cagar a patadas en el culo a keynesianos y colectivistas hijos de puta”. JedliÄka es checo y los “liberlandeses” buscaban su bendición.
El “lodo” actual incluye otro aspecto de los cambios de época. La señora von Storch, pese a militar en un partido “ambiguo” sobre el pasado nazi, es “amiga de Israel”. Es más, ha dicho hace unos años que “Israel es un modelo para Alemania”. Como escribió hace poco Suzanne Schneider en la revista Dissent, Israel es hoy un modo para las derechas que desafían el liberalismo universalista. “Aunque los esfuerzos del Likud por cultivar lazos con activistas e intelectuales extranjeros se remontan a décadas atrás -cabe decir que comenzaron con la relación mutuamente ventajosa entre el fundador del Likud, Menahem Begin, y el televangelista Jerry Falwell en la década de 1980-, la derecha israelí no ofrecía, hasta hace poco, el particular tipo de antiliberalismo del Estado judío como modelo mundial”.
Es más, la extrema derecha, que encarnó históricamente el antisemitismo, hace hoy del “anti-antisemitismo” el eje de su discurso antiprogresista y, sobre todo, la vía para su desdemonización/normalización. Así, Marine Le Pen puede acusar a la izquierda de antisemita, desde un púlpito de superioridad moral de un partido fundado por colaboracionistas. Es cierto que ella se diferenció de su papá Jean-Marie, quien declaró que “las cámaras de gas” eran “un detalle de la Segunda Guerra Mundial” (sic), pero algunos –incluidos muchos miembros de la colectividad judía– parecen ansiosos por amnistiar a Reagrupamiento Nacional para enfrentar a la izquierda solidaria con Palestina y contraria a la islamofobia.
Por todo esto, la mezcolanza de relativizadores del nazismo y amigos de Israel -una de las grandes paradojas del siglo XXI- adquiere sentido, sobre todo cuando Israel tiene el gobierno más derechista de su historia, con ministros que llaman de manera pública al genocidio, a borrar Gaza del mapa.
Como posdata, un detalle: resulta curioso que, en las redes libertarias, se haga tanto hincapié, todo el tiempo, en la virilidad del “líder mundial de la libertad”. Primero fue con Giorgia Meloni: cualquier foto de sonrisas compartidas o cercanía física buscaba dar a entender que “había algo entre ambos”; ahora es con Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, quien contra la opinión de la dirección del Partido Popular, condecoró a Milei…
En los memes, la supuesta y dudosa irresistibilidad seductora del líder vale más que las inversiones que un liberal debería conseguir. Todo ello, en el marco de una fuerte campaña estatal (sic), que incluye funcionarios pagos, para imponer la imagen de que Milei es, en verdad, un líder global, que estaría echando rodar el “fantasma del libertarismo” por el planeta entero.
PS/MG