El Diputado Javier Milei propuso suprimir el Ministerio de Educación de la Nación. Adelanto mi desacuerdo, pero no me sumo al aluvión negacionista y cancelatorio: ahí hay un punto a resolver.
La propuesta no es nueva: el peronismo fue por caminos parecidos. El Presidente Perón, en 1948, eliminó por decreto el Consejo Nacional de Educación reacomodando a sus funcionarios en otras dependencias y manteniendo un ministerio de educación más pequeño. En 1991, el Presidente Menem mandó un proyecto de ley al Congreso en el que el Ministerio se reducía enormemente en tamaño y funciones. En 2001 el Presidente Rodriguez Saá propuso directamente su eliminación.
¿La idea tiene asidero? Sí. Para la Constitución Nacional la educación es cosa de las provincias, no de la Nación: la provincialización del sistema educativo no es neoliberal, como suele afirmarse con ignorancia, sino mandato constitucional. Es más, las provincias debían garantizar educación “gratuita” pero en 1860 Domingo Faustino Sarmiento logró sacar esa palabra de la Constitución. ¿Sanjuanino y neoliberal? No; era obvio que muchas provincias no podrían mantener escuelas y menos gratuitamente.
Este es el primer tema de controversia: un mandato constitucional que nunca pudo ser cumplido dado que las provincias dicen no tener recursos para sostener su sistema escolar y siempre requirieron aportes nacionales, desde la ley 463 de 1871 de subsidios provinciales hasta los fondos para sueldos docentes del gobierno de Menem, pasando por la ley Láinez que creaba escuelas nacionales en las provincias (logrando que en varias el número de escuelas nacionales triplicara a las provinciales) y llegando a las actuales acciones del ministerio nacional, un redistribuidor de fondos en forma directa o por medio de programas técnicos.
El segundo tema tiene que ver con el sistema escolar como espacio de cohesión social. Un ministerio nacional -sin escuelas- garantizaría que todos los escolares del país se formen de manera articulada con una base común, lo que quedaría plasmado en los programas de estudio, en la formación docente, en el enfoque sobre cuestiones ideológicas o científicas, en el monopolio de la certificación, entre otras cosas.
Analizando estos casi 40 años de democracia se concluye que la existencia de un ministerio de educación nacional no logró resolver el punto del financiamiento y apenas el de la cohesión. Por ejemplo, un alumno formoseño por el solo hecho de serlo recibe un tercio de los recursos de uno de Tierra del Fuego, Córdoba o CABA, corregido por poder adquisitivo provincial. Y sólo un 5% de quienes allí empiezan primer grado terminan el secundario ¡obligatorio! con saberes básicos, 6 veces menos que en los tres distritos mencionados. Podría argüirse que sin los recursos nacionales las desigualdades serían mayores, claro. Pero esta burocracia educativa nacional ni se acerca a resolver aquello que generó su existencia y sobre eso no veo controversia: ministerio sin escuelas y escuelas que poco o nada se benefician de la existencia del ministerio.
¿Si se eliminara el ministerio nacional esto mejoraría? El gobierno del presidente Macri fue un mini laboratorio porque desde 2016 se cerraron programas educativos nacionales y sus fondos se transfirieron a cada provincia para que estas los sigan ejecutando, aunque sin acordar la obligatoriedad de que vayan a educación. ¿El resultado? Algunas provincias los usaron para continuarlos, mientras la mayoría los utilizó para finalidades no educacionales... el horror. Pero todos los gobernadores de estas provincias, o sus espacios partidarios, fueron reelectos en 2019: bajar el gasto en educación tuvo costo político cero. Por otro lado, no se advierten problemas de cohesión social derivados de esta fragmentación.
Mis amigos libertarios dirían, espero traducir bien, que el destino cruel de los chicos formoseños es responsabilidad de sus progenitores, por votar gobernantes que derivan dinero educativo a otros menesteres. Sin embargo, digo yo, estos chicos no merecen (meritocráticamente hablando) nacer en esas condiciones y heredar perjuicios, así como los del otro extremo social tampoco hicieron mérito para nacer donde nacimos y heredar beneficios.
Mis amigos neoclásicos y neoinstitucionalistas me aleccionarían diciendo que con consistencia intertemporal, los incentivos van a ir alineándose y los gobernantes van a mejorar su política pública para cumplir con las preferencias de sus votantes. Tal vez en Canadá, diría yo, país federal sin ministerio nacional: las lógicas políticas y sociales identitarias argentinas no parecen haber sucumbido, al menos en cuatro décadas democráticas, a la brutalidad del colapso de la educación.
Con su “siga, siga”, mis amigos oficialistas, opositores, sindicalistas docentes y especialistas le acercan fósforos a la dinamita de Milei diciendo que el ministerio tiene que seguir… mejor financiado, organizado y gestionado… ¡Pero claro…! ¡Cómo no se nos ocurrió! Lamento informar a los candidatos a futuros ex ministros que la experiencia post 1983 muestra que los planes, la voluntad, la capacidad y hasta muchos fondos fueron insuficientes para descolapsar la educación.
Mi visión, intrascendente y en minoría, es que el federalismo educativo le queda grande a la Argentina o, en todo caso, podría ser un punto de llegada de un proceso virtuoso que nunca comenzó. Por eso, propuse que el parlamento nacional disponga un nuevo modelo basado en principios de equidad (como hasta ahora) pero también de eficacia y eficiencia, empoderando a las escuelas y a los docentes provinciales con recursos financieros y pedagógicos, más el artículo 69 de la ley de educación nunca aplicado y con un ministerio nacional muy diferente al actual que implemente esta nueva estrategia. Me gusta el modelo del FUNDEB de Lula en 2007 aunque por acá dicen que es muy neoliberal.
Respecto de la cohesión social, las sentencias de la Corte Suprema de Justicia sobre la presencialidad escolar incluyeron varias indicaciones razonables y prácticas acerca del “federalismo de consenso” para gobernar con seriedad el sistema educativo.
Es difícil y que hay que laburar mucho. Seguimos esperando que llegue el momento de la educación.
Mariano Narodowski es profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.
JR