De mis años escolares recuerdo una anécdota atribuida a Carlos V (luego la he encontrado referida a otros reyes, pero nos dará lo mismo...). Al emperador se le pasó a la firma una sentencia que decía así: Perdón imposible, que cumpla su condena. Al monarca le ganó su magnanimidad y antes de firmarla movió la coma de sitio: Perdón, imposible que cumpla su condena. Y de ese modo, una coma cambió la suerte de algún desgraciado...
José Antonio Millán, Perdón, imposible.
Hace unos días, una amiga escritora me dijo: Algunos andan diciendo que no hay que preocuparse tanto. Y agregó: Pero las palabras.
Y sí, las palabras y los gestos. Su poderoso efecto. Eso que llamamos violencia verbal o psicológica. Porque, ¿cómo se violenta psicológicamente a una persona si no es a través de las palabras? Pero además, lo que connotan, su poderoso efecto metafórico.
Las palabras no solo dicen, las palabras hacen. Eso lo dijo hace mucho el lingüista británico John Austin en su libro Cómo hacer cosas con palabras (1955), donde hablaba de verbos performativos. De alguna manera, todo verbo implica una acción, no solo discursiva sino también performática, vinculada con el hacer.
Digo, por lo tanto, hago.
El gesto del loco de la motosierra es una cosa, y otra es la amenaza verbal de corte de partes de cuerpos. Hay que hacer una operación mental simple para comprender que el gesto motoserrador, una especie de performance o de show metafórico, se empieza a traducir en medidas económicas concretas y sus efectos a corto, mediano y largo plazo: ajuste, despidos, cierres de instituciones estatales (achicamiento del estado), empobrecimiento, privatizaciones y un gran etcétera contenido en el DNU más largo de la historia y en el Proyecto de “Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos” (sic) que el Ejecutivo envió al Congreso para su tratamiento.
Otro costado de la violencia de esa imagen motoserradora es la generación del terror, las amenazas a quienes protesten en forma colectiva, todo eso que se piensa cercenar y que hace que otra palabra también se redefina: protocolo. Hay que leer en tándem las medidas económicas que van a traducirse en hiperinflación y las amenazas represivas que hacen (como pudimos ver de cerca en el acto de Tribunales el miércoles 26/12).
El mensaje es clarísimo: si protestan porque los estamos empobreciendo, palo y a la bolsa. El DNU pide cárcel. Las poco comentadas Torres de Video vigilancia Móviles en la Avenida 9 de Julio, las TVM, dotadas de un centro de comando con pantallas, cámaras con visión infrarroja de 360 grados y conectadas a un centro de monitoreo de la Policía de la Ciudad, proporcionan el broche panóptico a una “sociedad toda ella atravesada y penetrada por mecanismos disciplinarios”, como escribió Michel Foucault en “El panoptismo”, en su libro Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión (siglo veintiuno editores), publicado en español en un año que hoy cobra nueva significación: 1976. Es, también, el 1984 de George Orwell. Y, al mismo tiempo, las medidas prometidas están generando peleas de pobres contra pobres, enfrentando clases sociales. La mesa neoliberal y de derecha extrema está servida.
The Chain Saw Massacre (Tobe Hooper, 1974), es un film clásico de terror que se tradujo como El loco de la motosierra en Argentina y en Uruguay o La masacre de Texas en España y otros países hispanohablantes, donde un asesino serial usa esa herramienta para matar. Muy posterior es el manga japonés Chainsaw Man (Tatsuki Fujimoto, 2018-2020), que en 2022 se adaptó al animé.
Lo terrorífico del uso de la motosierra para cortar personas es su refuncionalización. La función original de ese instrumento es otro, también discutible pero a otro nivel: la tala de árboles. Quienes escribimos libros no podemos decir mucho al respecto: el papel es producto del árbol cortado. Pero la tala indiscriminada en el Amazonas no es para generar lecturas, o sí, a lo sumo, para que podamos leer la catástrofe ecológica. Todo es un rulo infernal: la empresa Papel Prensa conecta con los monopolios, se inauguró en dictadura y generó, también, muertes.
Cuando abrimos la caja de pandora de las palabras, salen serpientes aladas.
Cuando un candidato a Presidente de la Nación esgrime la motosierra en acto, o, mejor, dicho, en una actuación que hasta podría resultar cómica si no fuera trágica, una performance violenta que genera palabra y pánico, para hablar del Estado (y un estado está conformado básicamente por personas, no existe el estado vacío), amenaza a los habitantes de ese territorio, y sus cuerpos. El efecto, y eso es lo más preocupante, es doble: quienes no ven la simbolización sino solo la escena y lo apoyan porque canaliza toda esa bronca social acumulada, todo ese odio fogoneado en redes, en actos y en palabras. Las consecuencias de ese apoyo enfervorizado están a la vista.
Y en la otra vereda, quienes sabemos qué está simbolizando. No es que va a usar una motosierra para cortar cabezas como en la orden que repite una y otra vez en un juego de naipes fatal la Reina (británica) de corazones de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (Lewis Carroll, 1865): “¡Que le corten la cabeza!”.
Sin embargo, la palabra actuada queda rebotando: la repetimos, la escribimos, la viralizamos. La internalizamos porque tal vez de ese modo esperemos conjurar la temible amenaza de imaginar nuestros cuerpos (des)trozados. La leemos en cada artículo del DNU y del Proyecto libertario enviado al Congreso a quien el Presidente da la espalda. Otro hacer metafórico que se completa cuando ataca a los legisladores que considera “corruptos” y “coimeros”: “Pero a esos que les gusta tanto la discusión, que discuten la coma, están buscando coimas”, le dice a Luis Majul en La Nación+. Aquí también se equivoca Milei: una coma puede cambiar un destino, como lo cuenta José Antonio Millán en su libro Perdón, imposible (2005, Del Nuevo Extremo).
No existe, en castellano, el verbo motoserrar. Pero sí existe serrar, con s, que es, según el diccionario de la RAE: Cortar o dividir algo, especialmente de madera, con la sierra.
Motoserrar nuestros cuerpos de “carne y hueso”, el cuerpo nacional, pero también nuestros sueldos, por lo tanto nuestros estómagos, implica una tala indiscriminada de cabezas, lenguas, pies y piernas en las calles. Específicamente en el área de cultura, las amenazas de cierres del Instituto Nacional del Teatro y del Fondo Nacional de las Artes, como otras tantas medidas desregulatorias atentan contra nuestro pensamiento, contra las ideas que no se matan de Domingo Faustino Sarmiento.
Cuando el Presidente defiende shock versus gradualismo (terapia de shock también alude al uso de la energía eléctrica para disciplinar individuos y por lo tanto, sociedades enteras), remite al Rodrigazo, en una confusa dialéctica donde no se entiende si eso estuvo bien o mal para el país, y le echa leña al fuego antiperonista. Aquella hiperinflación galopante bajo el gobierno de una Isabel Perón acorralada, a mediados de 1975, paso previo y preparatorio para el golpe que se avecinaba, con Celestino Rodrigo como ministro de Economía y un tal Ricardo Zinn, el padre de la economía neoliberal que anhelaba una Argentina anterior a 1916. Fue el ideólogo del Rodrigazo y reclamó una democracia tutelada después del golpe: ideólogo del plan neoliberal de entonces y, de paso, socio “salvador” de Franco Macri en la automotriz Sevel.
El Rodrigazo fue un hito importante en la serie de los azos en Argentina, la protesta popular de trabajadores en respuesta a ese golpe económico (que tendría su continuidad y su profundización con Alfredo Martínez de Hoz, ya en dictadura), con la consecuente huida del brujo José López Rega.
Yendo más atrás, la palabra Libertad que hoy esgrimen los defensores del librecambismo y la muerte del estado, se la había apropiado la autodenominada “Revolución Libertadora”, que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955 y fusiló a militares leales al líder derrocado, a militantes y a personas random.
Motoserrar bolsillos es la promesa. Y bolsillo no es sino una metonimia de estómago. Perón lo dijo, pero refiriéndose a la burguesía, al decir que la víscera más sensible del hombre es el bolsillo. Luego se recortó y universalizó. Nunca más aplicable la metáfora aeronáutica de ajustarse los cinturones Prometer es hacer. Houston, hemos tenido muchos problemas. Y vamos a tener muchos más. Ya los estamos teniendo. Claramente.