Recién comenzaba el año 2019. Barbara había dejado su trabajo hacía menos de un año. Una de sus últimas decisiones a cargo del equipo de política y campañas de ActionAid en los Países Bajos había sido apoyar un caso legal contra Shell por su responsabilidad en la crisis climática. Una de las primeras que tomó cuando dejó su trabajo fue en la misma dirección: unirse a otras 17.378 demandantes individuales que reclamaban contra la petrolera. Hace tres días, luego de un fallo que puede cambiar la historia del siglo veintiuno, Bárbara le ganó a Shell. Y su victoria puede impactar en Argentina.
Por primera vez en la historia, la justicia hizo responsable a una petrolera por su responsabilidad en la crisis climática. El último jueves, la corte de La Haya obligó a la petrolera anglo-holandesa, Royal Dutch Shell, a reducir un 45% sus emisiones de gases de efecto invernadero para 2030, alineándose con las metas del Acuerdo Climático de París. El fallo llegó luego de una demanda de miles de personas y seis organizaciones, lideradas por Amigos de la Tierra y otras cinco organizaciones. Y demostró que, más allá de la regulación de los gobiernos, las corporaciones tienen responsabilidad legal por las violaciones a los derechos humanos que producen al promover el calentamiento global. Como el alcance del fallo es global, las operaciones de la petrolera en otras fronteras, como en Vaca Muerta o el Mar Argentino, podrían revisarse.
Como el alcance del fallo es global, las operaciones de la petrolera en otras fronteras, como en Vaca Muerta o el Mar Argentino, podrían revisarse.
“¡Estoy muy contenta! Aunque no esperaba esta victoria, es muy emocionante haber sido parte de esto”. Barbara van Paassen dice esto a través de un audio de WhatsApp desde Milán, donde trabaja con movimientos sociales que hacen frente a las desigualdades. Además de haberle quebrado el brazo a Shell en la justicia, tiene un máster con honores en estudios sobre desarrollo internacional por la Universidad de Amsterdam y es Atlantic Fellow for Social and Economic Equity en la London School of Economics.
Van Paassen cuenta que decidió sumarse individualmente al caso preocupada por el impacto sobre las mujeres y las comunidades especialmente del sur global, donde los impactos del extractivismo y la crisis climática son más evidentes y preocupantes. Además, sabe y destaca algo clave: si bien las compañías como Shell son gravemente responsables por la crisis climática, su accionar no está cubierto por el Acuerdo Climático de París. Esto, dice la académica, hace que los ciudadanos y los consumidores deban encontrar otras maneras de que estas empresas se hagan cargo de sus impactos negativos. Y que la justicia haya funcionado en La Haya, sienta un buen precedente para el resto del mundo.
En Argentina no confiamos demasiado en la justicia. Tampoco nos vinculamos con las corporaciones de esta manera. Para gran parte de la sociedad, Shell es una estación de servicio donde le ponemos nafta al auto y donde, cada tanto, podemos pagar algo más para llevar un autito de juguete a los chicos. La estrategia de marketing de la petrolera caló hondo a pesar de sus graves impactos ambientales, incluyendo el derrame de 1999 en Magdalena o la permanente contaminación del Riachuelo. Sin embargo, el derretimiento de nuestros glaciares, las sequías cada vez más intensas o las fatales inundaciones y olas de calor como las de 2013, son producto del modelo de negocios (y de gobierno) que hizo que estas empresas se enriquecieran escandalosamente. Y ahora están empezando a pagar las consecuencias por lo que produjeron.
No es sólo Shell, que sigue extrayendo gas y petróleo en Vaca Muerta con el beneplácito de los gobiernos, junto a Chevron, Vista o YPF. Tampoco son sólo los fósiles: la ganadería es el sector que más emisiones genera en Argentina (medido por uso final). Todas las empresas de estos sectores deben mirar el fallo de La Haya como un riesgo legal y financiero adicional si continúan operando sin alinearse con los objetivos del Acuerdo de París. Un fallo que cambia la historia de la litigación climática no sólo en Europa, sino en todo el planeta.
En esta línea piensa Louise Fournier, referente del equipo legal de Greenpeace Internacional y una de las mujeres a cargo de asesorar y acompañar la demanda contra Shell en los Países Bajos. “Esta decisión trae esperanza para la gente de a pie alrededor del mundo, y representa un riesgo real para los mayores responsables del cambio climático así como para sus financiadores”, dice Fournier. “Estoy muy entusiasmada de ver hasta dónde nos llevará la ola de demandas legales y de ser parte de este movimiento”.
Louise tiene 28 años. Ella misma destaca su juventud, porque cree que ese colectivo generacional vino a cambiar las reglas del juego. Ella se lo tomó muy en serio. Por eso indica que, aunque el caso de Shell se enmarcó en los Países Bajos, los jóvenes y ciudadanos de todo el mundo pueden, y deben, pedirle a la justicia de sus países que le ordenen a los productores que reduzcan sus emisiones o suspendan nuevos proyectos contaminantes basándose en los principios del fallo de La Haya. Fournier sostiene su pretensión global porque la sentencia se basó en la legislación internacional en derechos humanos, por lo que podría ser aplicable en todo el planeta.
Además, destaca la joven abogada, quedó claro que la quema del combustible vendido es responsabilidad de la petrolera y no de los consumidores. Esa técnica de que “todos somos responsables” para que nadie sea responsable, ya fue desarticulada científicamente y ahora se desmontó judicialmente. La era de la impunidad contaminadora de las corporaciones está llegando a su fin. Al menos, donde haya personas dispuestas a luchar por lo imposible.
MF