“No sé cómo se dice…gays, lesbianas, homosexuales… pero en definitiva vine porque lo que dijo Milei lo dijo contra todos y es imperdonable”, dice Alicia, una jubilada de 67 años de Villa Luzuriaga, La Matanza, en la esquina de Perú y Avenida de Mayo. Ella dice que no sabe cómo se nombran las diferentes orientaciones sexuales que son blanco de ataque y persecución del Presidente de la Nación, pero acá está, junto a su hija de 23 años, en la marcha federal del orgullo antifascista y antiracista. Cerca de Alicia, otra mujer que aparenta su misma edad, levanta una cartulina en la que se lee la frase “Está mamá lxs apoya” rodeada de corazones multicolores. Acá está. “Mi familia, mi orgullo”, escribió Olivia antes de venir en un cartel que ahora sostiene en alto. Tiene 10 años y está subida en los hombros de su mamá, Olga. “Antes mamá no podía casarse con una mujer como a ella le gusta y todo el derecho tiene. Después pudo, y también nos pudo tener a nosotras”, cuenta Olivia y en el nosotras incluye a su hermana, Ariana, de 8 años, que está de la mano de su otra mamá, Evelyn. Las cuatro viven en el barrio porteño de Boedo. Acá están.
Acá estamos. Contra todo pronóstico político y algoritmos polarizados, somos una multitud este primer sábado de febrero a la tarde con una sensación térmica que supera los 30 grados marchando desde Congreso a Plaza de Mayo, como se decidió en dos asambleas que se hicieron en el Parque Lezama. No corremos, no temblamos, como amenazó el Presidente, marchamos porque esta es la forma en la que el pueblo argentino se manifiesta para reclamar, para celebrar y en este caso, para reivindicar existencias y proyectos de vida libres de toda discriminación y violencias. Manifestarse es parte de un legado histórico, de una identidad nacional que, con la ocupación callejera, ha marcado hitos que señalaron límites, lograron justicia, pusieron en la conversación pública demandas impensadas o impidieron retrocesos en materia de derechos humanos.
En junio de 2015 el grito de Ni Una Menos llegó para marcar un cambio de paradigma total sobre la percepción social de las violencias machistas. En 2017, miles de personas llenaron la Plaza de Mayo en contra del beneficio del 2x1 para delitos de lesa humanidad dictado por la Corte Suprema. La movilización logró que se diera marcha atrás con esa decisión. La marea verde fue fundamental para conseguir la despenalización y legalización del aborto en 2020. En la era Milei, la defensa de la universidad pública fue el reclamo que más aglutinó personas en las calles. Ahora, sin eufemismos, es la militancia política de los bordes, por fuera de la política tradicional, la que impone los términos de la conversación social: es antifascismo y antirracismo.
“Llamen al fascista de Milei, para que vea, que este pueblo no cambia de idea, pelea y pelea por la libertad”, canta la multitud uno de los hits de la Marcha Federal mientras avanza sobre Avenida de Mayo. Hasta los medios de comunicación de corte más conservador se vieron obligados a llamar a la Marcha Federal con estas dos palabras.
En menos de 10 días los dichos del jefe de Estado en el Foro Económico Mundial de Davos provocaron esta convocatoria de la Asamblea Antifacista LGBTIQ+ a salir a las calles que trascendió los bordes del activismo de la diversidad, los feminismos y los derechos humanos e interpeló a la ciudadanía pero también enlazó luchas.
Detrás de la cabecera de la Marcha, caminaron profesionales de la salud del Hospital Laura Bonaparte y trabajadores despedidos del Ministerio de Salud de la Nación y de la Secretaría de Derechos Humanos, jubilados y jubiladas, estudiantes de secundarios y de las universidades, organizaciones gremiales y sindicales están encolumnadas tocando sus bombos y sosteniendo sus banderas.
El pueblo argentino también sabe hacer de la diferencia una virtud, una fuerza política potente, un cuerpo común y una protesta social que en este caso también es sexual.
“Combatir la crueldad con comunidad”, propone otro cartel que sostiene una mujer con una campera de animal print. Cerca de ella está Graciela, que vino con su marido en micro desde La Plata. Tiene 71 años, una familia de lo más tradicional y ninguna historia personal que la atraviese en relación a los dichos del Presidente. “No podía quedarme en mi casa”, dice.
Acá estamos, en comunidad y en solidaridad con otros y con otras. No somos una agenda, ni un término en inglés que no tiene traducción, somos realidad.
DTC