Albertina Carri: “En tiempos de provocación constante hay que pensar bien qué batallas tiene sentido dar”
A principios del 2000, con tan solo 27 años, Albertina Carri presentó su ópera prima “No quiero volver a casa” en el Festival de Rotterdam. Pasó un cuarto de siglo desde el lanzamiento de aquel modesto film que pudo terminar con la ayuda de colegas como Martín Rejtman y la siempre audaz, radical, combativa y provocadora cineasta está a pocas horas de volver a la prestigiosa muestra de los Países Bajos con “¡Caigan las rosas blancas!”, película que a principios de marzo se estrenará en el MALBA y varios Espacios INCAA de todo el país.
“¡Caigan las rosas blancas!” puede verse como una continuación o secuela no reconocida de su trabajo inmediatamente previo, “Las hijas del fuego”, porque nos reencontramos con varias actrices interpretando a los mismos personajes y vuelve también parte del equipo técnico, pero es también una película que va “en contra” de la anterior. Si en aquel film de 2018 había un viaje hacia el sur y la idea de probar con el porno amateur, aquí la road movie abandona la gélida Patagonia para incursionar en el caluroso norte mesopotámico con la mira puesta en Brasil. Y “¡Caigan las rosas blancas!” es una road movie femenina (con algo de “Thelma & Louise” y “Mulholland Drive: El camino de los sueños”), siempre lúdica y experimental, que apuesta cada vez más por la deriva y la fantasía.
Este film mutante, fascinante y desconcertante a la vez, cuya duración alcanza los 123 minutos, comienza con una propuesta de cine dentro del cine con Violeta (Carolina Alamino) huyendo en medio de una profunda crisis creativa del estudio donde está dirigiendo una película porno más mainstream, industrial y con aires de musical a puro artificio (vemos a las actrices colgadas del techo con arneses en medio de una escenografía recargada).
A bordo de una destartalada camioneta, Violeta y sus compañeras de aventuras (Rocío Zuviría, Maru Marcet y Mijal Katzowickz) escaparán de la gran ciudad rumbo a rutas desoladas, pueblos fantasmas, selvas llenas de peligros, encuentros fortuitos (Laura Paredes y Valeria Correa tendrán una aparición especial) y situaciones cada vez más oníricas y surreales. Una fuga hacia adelante en busca de libertad (creativa, política, sexual) que las hará cambiar no solo de destinos sino también de prioridades en sus vidas.
Con la excusa de la première mundial de “¡Caigan las rosas blancas!” en la sección oficial Big Screen Competition, que será este domingo 2 de febrero, a las 19 hora europea, en la sala 4 del complejo Pathé, la directora de “Los rubios” (2003), “Géminis” (2005), “La rabia” (2008) y “Cuatreros” (2016) dialogó con elDiarioAR sobre su filmografía y el estado de las cosas en el país y en el cine nacional .
–¿Con qué sensaciones llegás al estreno de “¡Caigan las rosas blancas!” en un festival tan prestigioso como el de Rotterdam y en un contexto en el cual el cine argentino en general y films tuyos como “Las hijas del fuego” en particular son vistos como una suerte de enemigo público número uno por parte del gobierno y sus voceros en redes sociales?
–Por un lado, me da una alegría inmensa, porque es una película muy ambiciosa, un verdadero OVNI cinematográfico, y entonces como tal me siento agradecida de que la hayan programado y en una de las secciones principales. Por otro, estoy fascinada con la idea de volver a Rotterdam, porque allí se proyectó mi ópera prima, “No quiero volver a casa”, hace ya 25 años. Luego exhibieron otras películas mías, pero yo no volví a viajar. La terminamos a principios de 2024, justo cuando se produjo el momento de quiebre, de cambio de paradigma absoluto en el cine y en el país. Estuvimos dos años haciéndola porque fue muy compleja y esforzada en términos de producción. Un tipo de cine que hoy es impensable hacer en Argentina y que entonces quedó casi como un último aliento. Por otra parte, todas mis películas se hicieron en momentos de crisis; o sea, por distintas razones siempre fue problemático financiarlas incluso con algún grado de apoyo estatal. Hay que desarticular esa fantasía de que los artistas vivíamos relajados y con holgura. Yo jamás sentí una contención por parte de la industria. Haría sí una diferenciación entre la dificultad de entonces y la hostilidad, el encono actual porque una cosa es que el contexto económico argentino nunca sea del todo favorable y otra muy distinta es lo que pasa ahora. No comparo ni minimizo, simplemente respondo a esa especie de idealización de que antes estaba todo bien.
–De hecho, vos hiciste “Los rubios” en plena explosión de 2001 y 2002 por lo que atravesaste diferentes crisis casi desde el inicio de tu carrera.
–Claro, están planteando como si nosotros hubiésemos vivido en un estado de bienestar súper subsidiado por el Estado y no es real, nunca se hizo cine en este país de esa manera, siempre fue difícil para una industria que estuvo luchándola. Ahora entramos en una nueva fase que apunta a la disolución total de cualquier proyecto de cine autoral, directamente sos un enemigo público si pensás en esos términos. Ni que hablar de un tipo de cine filosófico, existencial o radical como el mío, que no tenga que ver con la infocracia, con el algoritmo, con el mercado, con las métricas, con cuántos views, cuántos minutos y segundos... O sea, ahora se plantea un tipo de cine que nada tiene que ver con el patrimonio cultural ni con la potencia simbólica que tuvieron nuestras películas. A mí me interesó mucho el momento en el que Carlos Pirovano dijo que mi generación fue la que arruinó al cine argentino. Quería hacer una remera con eso directamente (se ríe). Me siento muy orgullosa de ser parte de esa generación.
–Laura Casabé estrenó hace pocos días “La virgen de la tosquera” en Sundance, vos ahora vas a Rotterdam y en breve Iván Fund compite en Berlín con “El mensaje”. Parece como una suerte de cierre, de despedida del sistema anterior...
–Sí, por lo menos de esta forma de pensar al cine argentino. Si bien siempre tengo proyectos en desarrollo, como justo estaba terminando una película no estaba por volver a filmar, así que 2024 de alguna manera fue un año para replegarse y repensar cuál puede ser el modo de hacer cine nacional ahora. Todavía no lo sé.
–Algunos colegas tuyos dicen que, así como el Nuevo Cine Argentino surgió en un contexto artístico, industrial y económico muy malo, ahora podría ocurrir algo similar. ¿Sos de las que creen que de las crisis surgen oportunidades o es un mero eslogan?
–Yo creo que sí, que en todos los momentos de crisis y en todas las disciplinas artísticas surgen movimientos y cambios. Va a llevar un tiempo, no sé cuándo, pero va a pasar. Para las generaciones jóvenes, para los que están empezando, esta es su primera crisis política de adultos y en ese sentido es muy diferente para nosotros, que vivimos las hiperinflaciones, los '90, el estallido del 2001... Los pibes ahora se tienen que enfrentar a un mundo para el que nadie los preparó. Hay que ver qué sucede en medio de esta crisis y de este caos, pero yo me pongo en manos de esa nueva generación. Nosotros ya lo hicimos, lo inventamos, lo reinventamos y vamos a ver cómo seguimos, pero estamos en otro estadío. Supongo que si dentro de cinco años no logré filmar nada, agarraré una cámara y haré como en las primeras épocas, pediré plata prestada a los amigos como en mis primeras películas, pero en principio no me estoy volviendo loca por salir a hacer eso.
–¿Y cómo vivís el estreno de una película hoy, desde una perspectiva más íntima y personal, pero también desde tu lugar de artista ligada a un cine combativo, de disidencia, de cuestionamiento, en medio de esta batalla cultural tan disparatada y frenética como la que están planteando desde el gobierno?
–Creo que hay algo muy frenético de lo que no hay que hacerse cargo porque me parece que hay una provocación detrás de otra. Sí creo que hay que estar muy atenta a todos los discursos de odio, porque eso genera un cambio de sentido, un cambio en el lenguaje, de formas, como que están habilitando cosas que hasta hace poco tiempo nos parecían que era imposible volver. Pero no me parece que haya que estar en el minuto a minuto, en la respuesta inmediata, porque es muy nocivo y genera un modo de desconcentración absoluta, que impide pensar en lo que realmente hay que pensar, cómo abordar esta derrota en términos de representación, cómo armarse para que eso que ahora está siendo el nuevo sentido común deje de serlo. Y me parece que no funciona con esta especie de bombardeo permanente. Hay una provocación constante en redes sociales, pero también un ataque concreto a la memoria, a la salud pública. Hay que elegir las batallas que tiene sentido dar, las que verdaderamente importan y en los tiempos en que realmente nos sirven. Por un lado, siento una gran alegría de poder estrenar, de tener justo un texto audiovisual para salir a decir algo y que no sean solo palabras; por otro, también me asusta porque se da en un contexto muy hostil.
–¿Cómo viviste el ataque mediático y en redes contra “Las hijas del fuego” por parte de los libertarios?
–Nosotras estábamos en nuestras casas terminando “¡Caigan las rosas blancas!” y de repente me empezaron a llegar cientos de imágenes por WhatsApp sobre mi película con un montón de fake news. Una película que ni siquiera había sido financiada por el INCAA, pero la tomaban como ejemplo de que habían dado plata pública para hacer porno. En principio pensé que no había que contestar a cada mentira, pero de pronto iba subiendo de temperatura, cada vez me llegaban más mensajes, cosas cada vez más horribles, llenas de barbaridades y entonces decidí que sí había que salir a responder. Soy una persona con una postura política pública bastante clara incluso desde mis películas: no soy y nunca fui peronista, soy una persona de esa izquierda a la que dicen que hay que salir a perseguir. Hago cine desde esa impronta, desde ese imaginario y con esa convicción.
–“¡Caigan las rosas blancas!” marca una continuidad en cuanto al universo y a mantener buena parte del elenco, pero también cierto corte y distanciamiento respecto de “Las hijas del fuego” ¿Cómo fue el proceso?
–Empezó como un juego. Las chicas me propusieron hacer “Las hijas del fuego 2”; o sea, literalmente una secuela, pero yo me negué de manera rotunda diciendo que las segundas partes son malas, que no me interesaba volver a hacer una porno, que esa investigación se había terminado con aquella película. Luego de cierta insistencia empezamos a pensar en “¡Caigan las rosas blancas!”. A muchas de las actrices las conocí al hacer la primera película, luego de haber buscado en un casting, pero tras esa experiencia formamos algo que podríamos llamar un grupo de pensamiento. Para “Las hijas del fuego” no había referencias y esa complejidad obligó a muchas conversaciones sobre cómo hacerla. Todas queríamos volver a trabajar juntas y pensamos en hacer otra road movie, pero en este caso yendo hacia el norte, hacia la mesopotamia y luego hacia Brasil. Si la anterior conversaba con el género pornográfico, queríamos ahora potenciar otras zonas ya trabajadas de forma tangencial como el viaje, la aventura, la road movie y sobre todo la fantasía.
–El adjetivo que más usaste para definir esta película inclasificable es “mutante”...
–Me gustaba la idea de trabajar y subvertir los géneros cinematográficos, cambiar el territorio y dejar que aflorara la subjetividad de este grupo. Empieza siendo un ejercicio de cine dentro del cine, con el rodaje de una película, con esa neurosis de una directora, las preguntas que se hace respecto de qué es un relato y en determinado momento la vida la toma, sale del cine, que queda un poco como de otra época, olvidado, y se sumerge en el viaje.
–La película empieza con un rodaje bastante ambicioso en un estudio y con las actrices colgadas del techo y en determinado momento del viaje la protagonista consigue de forma fortuita una cámara de Súper 8 con la que empieza a filmar algo mucho más emotivo, visceral, íntimo y esencial.
–Sí, y en esa artesanía es donde finalmente aparece la magia. Hay un juego con la tecnología, ellas van perdiendo los celulares, las baterías, los GPS, todo lo digital que necesita energía. Se van quedando sin herramientas y tienen que encontrar otras formas. Tienen también que subvertir sus propios prejuicios. Es una película esencialmente lúdica, con sus digresiones en el humor, sus derivas, los cambios en las motivaciones, deseos y objetivos de las protagonistas.
–Tu cine se puede dividir en dos grandes zonas: una más ensayística y documental y otra más de ficción y fantasías. ¿Cómo conviven las miradas políticas que hay en ambas?
–Hay cineastas que admiro mucho que tienen un formato de trabajo, una cierta idea y van profundizando película tras película en su estilo. En ese sentido, yo soy como decíamos antes muy mutante. Me obsesiono con algo y me toma por completo, voy hasta el fondo, profundizo todo lo posible y en determinado momento me empiezo a sentir ahogada y necesito cambiar. Después de “Los rubios” me pidieron que me quede ahí para siempre, pero para mi es parte del pasado. No me imagino una vida más miserable que quedarse encasillada a algo que alguna vez funcionó. Luego de “Las hijas del fuego” me llamaron para hacer porno de distintas maneras, pero para mi ya era una etapa cumplida. El gesto ya estaba hecho. Creo que todas mis películas sí tienen en común una impronta política, una preocupación por una intervención en lo social. Y en ese sentido la repetición no funciona porque la realidad va mutando.
–“Los rubios” fue una película importante en su tiempo, en el surgimiento del Nuevo Cine Argentino, pero por alguna razón pasó a ser un objeto de estudio de la Academia, fue retomada por las nuevas generaciones ¿Por qué crees que sigue dando pie a nuevas lecturas y los jóvenes se la han apropiado?
–Esa película tiene vida propia y me encanta que eso suceda, pero de alguna manera ya nos emancipamos (se ríe). Fue muy demandante en todo sentido y era raro para mi seguir dando entrevistas sobre “Los rubios” 15 o 20 años después. Está perfecto que siga circulando, que se estudie en las universidades, pero a nivel personal se transformó en una suerte de encierro. Hay que soltar y buscar nuevos caminos.
DTC
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