OPINIÓN

No está pendiente una verdad completa

0

Llevamos 40 años de una democracia en construcción. Joven, endeble, plena de potencialidad, pero también con deudas y fracasos. Dicho esto, es necesario señalar que, en algunos aspectos, ciertos consensos parecían ya indiscutibles. Desde 1976 hasta 1983 hubo en el país un régimen cívico militar dictatorial que avasalló a la población civil implementando un terrorismo desde el Estado. Las herramientas que eligió utilizar fueron el secuestro, la tortura, los crímenes sexuales, el robo de bebés y de propiedades. Había otro camino -el de la legalidad- pero no lo eligió, probablemente por tener una falla de origen, su propia ilegitimidad. No hay debate posible sobre los crímenes de lesa humanidad. No está pendiente una verdad completa. Se expidió la justicia, desde el juicio a las juntas hasta el presente, en múltiples oportunidades

Hubo organizaciones guerrilleras cuyo accionar ya estaba claramente en baja en marzo del 76 que podrían haber sido neutralizadas siguiendo el ejemplo de otros países. Lo que hubo, entonces, fue la ejecución de una represión indiscriminada contra toda oposición para lograr la implementación de un plan económico de características similares al que ahora se propone desde la fuerza que -nada es casualidad- promueve la formula integrada por una candidata a vicepresidenta que no sólo es negacionista sino, además, que reivindica de un modo liso y llano lo actuado por los militares genocidas.

Los cuestionamientos macartistas al pasado de una rival de improbable alineamiento con la “zurda”, los exabruptos contra la justicia social, la calificación de “ser siniestro” a la líder del movimiento de derechos humanos Estela Carlotto -cuya organización lucha para reparar uno de los crímenes más horrendos e inimaginables, el robo de niños-, la acusación de “terrorista asesina” de su hija probablemente eliminada para despojarla de su bebé, la acusación de “diabólico” al Papa Francisco son algunos de los ingredientes de un cóctel más explosivo que las bombas inexistentes que la guerrilla habría puesto en jardines de infantes.

Un León que llega supuestamente a empoderar a sus súbditos más débiles, para después dejarlos sin defensa alguna y engullírselos sin resistencia

Las noticias falsas y los discursos de odio son dos ingredientes principales de esta campaña electoral. Si estos dos elementos se mezclan con un legítimo enojo popular por la situación social y económica, se enciende la mecha de la violencia, se consolida la construcción de un enemigo público, una alteridad culpable de todos los males: una “casta” en la que entran políticos, economistas y sindicalistas, pero también feministas, receptores de planes sociales, periodistas. El candidato “león” transfiere iracunda ferocidad a sus súbditos “descastados”.

No mientan

Pero tomemos dos elementos.  Primero. En la dictadura no se libró una guerra, porque no se enfrentaron dos ejércitos. No fue ni siquiera “sucia”, porque no hubo “excesos”, sino un plan sistemático de ejecución de crímenes de lesa humanidad..

Las familias Bettini, Cerruti , Oesterheld y Tarnopolsky fueron “borradas de la faz de la tierra”, como quería el Tigre Acosta, jefe de la patota de la ESMA, de quien su propio jefe decía que tenia una bomba atómica en la cabeza. Se asesinó a religiosos, como los curas palotinos y monseñor Angelelli, por mencionar algunos nombres. Se mató a mujeres embarazadas, con sus bebés en el vientre como Patricia Palazuelos, Norma Matsuyama y Adriana Gatti y a niños, como los Lanuscou. Se dirimieron internas del poder cuando se desapareció a la diplomática Elena Holmberg, al embajador Héctor Hidalgo Solá y al empresario Fernando Branca. Se desapareció a madres que buscaban a sus hijos o los visitaban en la cárcel.

Segundo. La discusión sobre el número es innecesaria. Ya en 1978 cables desclasificados mencionan 22 mil personas desaparecidas. Es estéril dar este debate, porque el argumento falaz de la cantidad es común a otros negacionismos, como el del genocidio nazi. Lo que hay detrás es la intención de legitimar nuevos autoritarismos. En este caso, uno enmascarado de libertad.

En algunos círculos de derechos humanos circula la pregunta “¿Qué hicimos mal?”. Sin descartar la utilidad  y necesidad de la autocrítica, hay que visualizar que se trata de un fenómeno que no es autóctono Hubo antes un Donald Trump, un Jair Bolsonaro, una Georgia Meloni que, con distintos matices se hicieron del poder por la vía electoral. Y crecen fuerzas como Vox, en España.

Las realidades son distintas, y en la expresión argentina no interviene el orgullo chauvinista, sino todo lo contrario, una sujeción al poder con el mote de libertarianismo, pero el hartazgo,  la frustración  y la desesperanza del electorado tienen puntos en común.

El peligro es no comprender antes de colocar la boleta en el sobre que, detrás de un candidato “antisistema” que promete una nueva era se esconde la expresión más brutal del sistema que dice venir a erradicar. Un León que llega supuestamente a empoderar a sus súbditos más débiles, para después dejarlos sin defensa alguna y engullírselos sin resistencia. El rey de una selva donde regirá la ley del más fuerte, el sálvese quien pueda, y no habrá poder arbitral alguno para contrapesar su influencia.

ML