Freud sostiene que el narcisismo de los padres se traslada a los hijos. Esto quiere decir que los hijos también cargan con las heridas narcisistas de los padres.
Si pensamos en que se produce un trasvasamiento narcisista de los padres a los hijos, también es importante qué trabajo hayan hecho los padres sobre su narcisismo. Que, como hijo, alguien haya tenido que cargar con los miedos, frustraciones y todo lo que éstos no pudieron ser, no es lo mismo que encontrarse con unos padres que, quizá, hayan podido apropiarse de la herida de su narcisismo.
Atravesar esa herida significa que los padres hayan podido fallarles a sus ideales, que hayan dejado de evaluar sus acciones en función de estos, que reconozcan que su deseo siempre traiciona algún deber ser. Hay una canción de Joaquín Sabina (se llama “Es mentira”) que muestra muy bien ese punto en el que el deseo le falla al ideal. Empieza diciendo: “Es mentira que sepa lo que quiero. Es mentira que cante por cantar. Es mentira que sea mejor torero con toros de verdad”. Es una canción en la que alguien, cuanto más se acerca al deseo, más se aleja del ideal.
Considero que los padres que han logrado atravesar la herida narcisista van a tener, con respecto a sus hijos, una posición mucho menos exigente. Pongo un ejemplo trivial, el que vemos en esas personas que no toleran que sus hijos se ensucien, que están todo el tiempo limpiando el cuerpo del niño. Es una especie de reparación permanente del narcisismo de los niños. Hay niños cuya constitución narcisista los predispuso a tener una posición siempre temerosa y por eso su constitución mental está sostenida desde una mirada en la que otro siempre lo ve.
La transmisión narcisista que hacen un padre o una madre con sus hijos imprime, al menos en principio, algún tipo de disposición para el modo en que el niño se va a tomar la relación con el mundo. Esto es, si va a poder hacer algo con el mundo, si el mundo va a ser un objeto que pueda explorar, un objeto al que arrojarse, o si este niño va a asumir de antemano una posición inhibida o detenida.
Pienso en un niño con el que hablaba el otro día, que realmente sufre mucho porque no puede hacer nada. Los compañeros lo invitan a jugar al fútbol y él dice: “No, porque juego mal”. Y si tiene que hacer otra cosa, como dibujar, también dice: “No, porque yo no sé dibujar”. El niño padece una inhibición muy grande.
Me acuerdo también de la situación de un adulto que hace ya un tiempo se había autodiagnosticado desde la mirada materna. En cierta ocasión, había dicho que su mamá le había anticipado que él era un diamante en bruto. Me acuerdo de que me impactó porque él me lo contó con un gran orgullo. Y me impactó tanto que le contesté con una frase poco feliz, como creo que, a veces, a los analistas nos pasa sin darnos cuenta. Porque un diamante en bruto no vale nada, es un pedazo de nada. La madre lo había nombrado de esta manera en función de las potencialidades que le auguraba, pero, en concreto, el diamante, por fuera de su tratamiento, es una piedra inútil. Qué significativo que una madre, con la misma palabra que nombra la potencialidad, pueda dejar a su hijo en una posición anquilosada e irrecuperable.
Por otro lado, en esta misma línea, quiero situar una última situación. Se trata de una mujer que, a primera vista, podría parecer el caso de una neurosis obsesiva. Ella se dedica a una profesión muy exigida, en la cual es muy eficiente. Trabaja muchísimas horas. Y, si algún borde de angustia aparece en su vida, no es con relación a actos particulares o deseos, sino a todo lo que implique algún tipo de desautomatización.
Durante mucho tiempo le costó salir con alguien, hasta que inició un vínculo. Pero, rápidamente, este vínculo entró en cortocircuito con su aptitud permanente para el trabajo. Y, entonces, ella empezó a experimentar el temor, por un lado, de perderlo a él y, por otro, también el de perderse a sí misma porque, en los momentos en los que no tiene su vida organizada por su trabajo, siente una desestabilización muy grande.
Le costó muchísimo decidirse a conocer a los amigos de su novio. Y antes le había costado muchísimo quedarse en su casa el fin de semana. En un primer momento, si se quedaba, no podía dormir, porque ella dormía sola. Pero se empezó a quedar y, en cierto momento, conoció a los amigos de él. Y estos conocieron a sus amigas. Finalmente, después de que la familia de él supiera que ellos estaban juntos, accedió a conocerla y, bastante tiempo después, le pudo contar a la madre que estaba con alguien.
Su cuestionamiento, en ese punto, era: “¿Y cómo le voy a decir a mi mamá que estoy con alguien, si yo no sé si esto va a durar?”. Y eso que podría parecer, a primera vista, una neurosis obsesiva, por la presencia de la duda, por la vacilación, en realidad, no tiene la estructura de un síntoma obsesivo –dado que no hay retorno de la represión. En cambio, hay un tipo de seguridad que ella necesita siempre para poder hacer algo. Y mucho más con relación a contárselo a la madre. Y ella misma lo mencionó en cierta ocasión de esta manera: siente que contarle a la madre que está con alguien es sinónimo de decirle que no se va a separar, que esa relación está destinada a durar. Y ni siquiera eso está tan presente en su conciencia como algo relativo a la madre, más bien es ante sí misma.
¿La relación que tiene que estar destinada a durar es con el hombre o con la madre? En realidad, van juntas.
LL