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Vaticano
Por qué fascina tanto (a creyentes y no) todo lo que rodea a la sucesión del papa

El féretro del papa Francisco, en su traslado desde Santa Marta a San Pedro.

Sofía Pérez Mendoza

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El joven papa ficticio –fumador y bebedor de Coca-Cola– que inventó Pier Paolo Sorrentino para la serie The young pope les decía a los cardenales, recién comenzado su pontificado, que la única manera de “volver a ser deseables” era “volver a ser lo prohibido, lo inaccesible y lo misterioso”. Estas palabras, salidas de un guion cinematográfico, sirven para entender algo muy real que está pasando estos días: muchas personas, creyentes o no, se engancharon a las noticias procedentes del Vaticano tras la muerte del papa Francisco.

El predecesor de Jorge Mario Bergoglio fue Benedicto XVI, que renunció al cargo antes de fallecer, de manera que desde la muerte de Juan Pablo II, hace ahora veinte años, no se repetía un evento así. Dos décadas dan para muchos cambios en la morfología social y mediática: entonces fue televisado, pero no existían ni los smartphones, ni los tiktokers ni los medios digitales que cuentan minuto a minuto lo que está pasando.

El sistema de acreditación para los periodistas, que les permite el acceso a los eventos desde un lugar preferente, está colapsado desde el lunes. Cadenas y radios de todo el mundo, públicas y privadas, cambiaron su programación y varios países declararon días de luto por el fallecimiento del pontífice.

Opacidad y hermetismo, dos claves

La opacidad y el hermetismo de la institución son, para Julia Martínez Ariño, directora del Centre for religion, conflict and globalisation de la universidad de Groningen, dos elementos clave para entender la curiosidad que despierta un proceso “arcaico muy desconectado de la vida de la gente y muy diferente a los procedimientos de los estados liberales democráticos con los que estamos familiarizados”. Lo que pasa está salpimentado con un punto “de espectáculo y chusmerío sobre cómo se producirá, cómo irán vestidos, quién asistirá”, añade.

El nivel de performance es enorme: entran, salen, tienen la Capilla Sixtina de fondo. Lo que pasa dentro es un misterio y genera una expectación que ahora podemos seguir al minuto

Rafael Ruiz Andrés, sociólogo

Al rito de despedida, modificado a petición del propio Francisco y que culminará el sábado con el funeral de Estado, le sigue el cónclave. El momento en que 134 cardenales de todo el mundo se encierran para elegir al nuevo jefe de la Iglesia. “El nivel de performance es enorme: entran, salen, tienen la Capilla Sixtina de fondo. Lo que pasa dentro es un misterio y genera una expectación que ahora podemos seguir al minuto”, explica Rafael Ruiz Andrés, profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid especializado las dinámicas sociorreligiosas.

Se da una paradoja entre la extrañeza, que desprende “misterio y encanto”, y unas imágenes que tiran “del hilo de la memoria del pasado” en un país “en vías de secularización”, analiza Joseba García Martín, investigador de la Universidad del País Vasco.

“En un mundo caracterizado por la liquidez, la Iglesia representa la quintaesencia de lo sólido: tradición, ritualidad, procedimientos. El cónclave es un excelente ejemplo de ello, muy mistificado por ese proceso que, aparentemente, conjuga lo divino y lo humano”, prosigue el sociólogo.

La belleza estética

Se dan varios elementos que “estilizan” el proceso: usar el latín, las fumatas –negras o blancas– para comunicar decisiones, las vestimentas rojas y moradas o los espacios espectaculares que funcionan como escenario. La “belleza estética” está muy presente, coincide Ruiz Andrés, y fue “explotada por el audiovisual” casi como un elemento de contemplación desde una mirada no católica. Ocurre también con la Semana Santa o con el rito de coronación de Carlos III de Inglaterra. Todo comparte el carácter performativo y códigos que están lejos de nuestro contexto secularizado“, razona.

Los rituales generan comunidad por definición, dicen los sociólogos, y en este caso no es solo la de católicos sino mucho más amplia. “Es una comunidad de espectadores. Estamos todos viendo las películas sobre papas para refrescar el tema, está ahí la conversación social”, apunta Martínez Ariño.

¿Habría pasado lo mismo con este pontífice que con otro? Francisco no tiene claros sucesores y el recambio está enmarcado en un momento geopolíticamente convulso que escoró el mundo hacia la derecha. “Aunque con Juan Pablo II y Benedicto XVI la atención mediática era considerable, con Francisco puede haberse producido un cambio sutil relacionado con los sectores más orientados a la izquierda. Parte de esa población, que tradicionalmente no participaba ni siquiera como espectadora, se asomó a mirar también”, sostiene García Martín. No son los únicos. Las filas conservadoras acaparan también las miradas en esta transición incierta: “Parecen estar esperando un nuevo giro político-religioso que retome la senda neoconservadora emprendida por la Iglesia desde la década de 1980”.

Parte de esa población más de izquierdas que tradicionalmente no participaba ni siquiera como espectadora se asomó a mirar también

Joseba García Martín, investigador

“Confirmar si habrá una línea continuista genera una expectación lógica en un contexto de movimientos ultraconservadores y de ultraderecha. Para algunas personas su influencia a nivel geopolítico será muy fuerte y para otras moderada, pero en lo simbólico es importante en unas circunstancias como las actuales y teniendo en cuenta cómo ha sido su papado”, desgrana Martínez Ariño. Aunque las transformaciones reales dentro de la Iglesia puedan ser debatibles, “Francisco abrió el campo para que surjan nuevas voces, preocupaciones y realidades que ya estaban presentes en la Iglesia, pero que no contaban con un encaje claro”, concluye el sociólogo de la Universidad del País Vasco.

Estos días en los que la atención está entregada a la ciudad del Vaticano, con líderes de todo el mundo diciendo adiós a Francisco –aunque hubieran insultado a Francisco–, recuerdan que la Iglesia sigue siendo, con picos y valles, un elemento cultural y político de primera fila en un mundo que se descubre mirándose, cuando menos se lo espera, en el espejo de la religión católica.

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