La pobreza es producto de un fracaso colectivo
Los datos de pobreza, alarmantes, muestran la aceleración de una tendencia que no es nueva, lleva una década, funciona como una espiral descendente con breves ciclos de recuperación para caer luego en un fondo más bajo que el anterior. El gobierno de Mauricio Macri y el gobierno de Alberto Fernández dejaron el país con más pobres de los que recibieron. El gobierno de Javier Milei implementó una serie de medidas que inevitablemente darían un nuevo salto: la devaluación del 118% sin compensación y el ajuste que recayó principalmente sobre los más descartables para la mentalidad anarcocapitalista: los jubilados. Asimismo, se redujeron a su mínima expresión las políticas de inclusión social y expansión laboral, con la sola excepción de la Asignación Universal por Hijo (AUH), sobre la que hablaremos más adelante.
Todos los argentinos, en particular aquellos activos en la vida pública, tenemos que hacernos cargo de esta tragedia nacional. Hay responsabilidades diferenciadas, sí, pero compartidas. En primer lugar, se tienen que hacer cargo los funcionarios y funcionarias, desde la presidencia para abajo, que tuvieron a su cargo la gestión económica y social durante los últimos tres gobiernos. Me resulta francamente incomprensible cómo algunos tienen la cara de piedra de endilgarnos a quienes nunca detentamos responsabilidad estatal alguna los frutos de sus propias acciones. Su argumento es autocontradictorio: si existe tal cosa como los gerentes de la pobreza, es porque hay pobreza… y la pobreza es un crimen de estado.
El resto —dirigentes sociales, políticos, sindicales, estudiantiles, etcétera— debemos hacernos cargo de nuestra parte también; en algunos casos, por haber implementado de forma deficiente u opaca políticas de cogestión comunitaria. Estas son situaciones particularmente dolorosas que utiliza el gobierno para extrapolar, generalizar y manchar toda la tarea de organización comunitaria para destruirlo todo. Sin embargo, esto no es lo más grave: nuestro verdadero pecado es que fuimos débiles en la defensa de los débiles, permitimos el deterioro del poder adquisitivo del salario y prestaciones sociales… todavía lo somos. ¿Hasta cuánta indignidad estamos dispuestos a soportar?
Con todo, para enfrentarla hay que salir de las visiones reduccionistas y las acusaciones politiqueras. La pobreza argentina no la inventó Javier Milei… la pobreza no es “toda suya”. Veamos el siguiente cuadro:
Como podemos observar la trayectoria no es lineal. Hubo una etapa de desempobrecimiento entre 2003 y 2013 que constituye un dato objetivo de la realidad que ninguna crítica ideológica o contabilidad creativa puede desconocer. La devaluación de 2013 cortó esa trayectoria. La reflexión crítica sobre el problema de la restricción interna y el déficit fiscal —que en ese momento tenía como principal causa los subsidios energéticos generalizados— es un deber del movimiento nacional-popular. Esto no empaña en lo más mínimo toda la trayectoria progresiva de la etapa kirchnerista que, además, creó las condiciones para resolver el problema energético con la recuperación de YPF, la prospección de Vaca Muerta y las obras del gasoducto que ahora le permiten a Milei ahorrarse los dólares de la importación de combustibles.
En el gobierno de Mauricio Macri la pobreza se mantuvo en los mismos niveles e incluso tuvo un descenso considerable en 2017 por el descenso de la inflación y también por la aplicación de la Ley 27.345 que conquistó la clase trabajadora, en particular el movimiento de economía popular, para complementar los ingresos y ampliar los derechos de los sectores informalizados.
Pero ese modelo sostenido en un fuerte endeudamiento externo voló por los aires con la corrida cambiaria iniciada en abril de 2018 en donde Macri renegó de cualquier referencia a su slogan “pobreza cero” y reveló plenamente su verdadera esencia empobrecedora y represiva. Así, el empoderamiento del tándem represión-descarte encarnados por Patricia Bullrich y Toto Caputo, los llamados halcones, reiteraron la historia del 2001 provocando en dos años un incremento de la pobreza de casi diez puntos. Es llamativa la paradójica coincidencia entre el aluvión de dólares que ingresaron por el acuerdo Caputo-FMI con el aumento rampante de la pobreza.
El gobierno de Alberto Fernández se inició con una pandemia que —como en muchos países del mundo— provocó un aumento de la pobreza de seis puntos, llevándola a un nuevo pico. Quiero aclarar que considero que las políticas como el IFE —que junto a distintos movimientos sociales y en particular con Wado de Pedro impulsamos desde el primer día de la pandemia— se quedó corta. Fue mezquina en cantidad y extensión, sobre todo comparado con las ayudas que recibió el sector privado a través de los ATP.
La recuperación posterior a la pandemia logró reducir 5,5 puntos. Esto sucedió durante la gestión de Martín Guzmán, que tuvo virtudes y defectos. Las virtudes, jalonadas por la honestidad e idoneidad del ministro. Los defectos, caracterizados por la incapacidad política para articular consistentemente comercio exterior, política monetaria, régimen de tarifas y políticas sociales.
Martín Guzmán tuvo virtudes y defectos. Las virtudes, jalonadas por la honestidad e idoneidad del ministro. Los defectos por la incapacidad política para articular consistentemente comercio exterior, política monetaria, régimen de tarifas y políticas sociales
Todos saben nuestra discrepancia con el acuerdo que el gobierno de Alberto suscribió bajo la gestión de Guzmán con el Fondo Monetario Internacional. Nuestra fuerza no lo acompañó al igual que el sector identificado con Cristina Fernández de Kirchner. Sí lo votaron los diputados del Frente Renovador de Sergio Massa que, meses después, aprovechando la tensión que se produjo entre Guzman y Cristina por el acuerdo, se quedó con un superministerio en un patético golpe de palacio que lo perfiló como candidato a la presidencia con los resultados que conocemos.
Durante la gestión de Sergio Massa la pobreza aumentó 5,2%; esto tiene múltiples razones, no todas atribuibles al exministro, pero hay medidas que fueron claramente antipopulares y beneficiaron a los sectores más ricos del país. Por ejemplo:
1. Dólar soja: se le dio un tipo de cambio mejor al sector sojero. Ello significó no solamente mayor rentabilidad para ese sector, sino creación de dinero mayor (el BCRA emite más pesos para pagarle a los sojeros un tipo de cambio más alto), que presionó a la suba al dólar CCL/MEP y de la inflación. Ese mayor tipo de cambio también se trasladó de forma directa a todos los precios de lo que en su cadena incluye a la soja. Medida regresiva, que aumentó la desigualdad de los ingresos y la pobreza.
2. Bonos duales: se emitieron bonos que pagaban la tasa más alta entre la inflación y el dólar. Fue un seguro para los bancos, que se llenaron de plata (tuvieron balances excelentes). Eso se pagó con mayor emisión, que significó más brecha cambiaria e inflación. Lo pagó el resto de la sociedad. Medida que aumenta la desigualdad y la pobreza.
3. Suba brutal de la tasa de interés de política monetaria, tal como habían por mucho tiempo pedido los bancos: se pagó con mayor emisión monetaria e inflación, es decir, con caída del salario real.
Si hubo plan platita, la platita fue para los ricos.
En efecto, las dos únicas medidas significativas para los más pobres fueron los bonos compensatorios para los trabajadores informales que obtuvimos no sin lucha, una lucha encarada por movimientos sociales pero que desde el punto de vista político dejó a Patria Grande-Argentina Humana al borde de romper el bloque de diputados frente a la indignación por la insensibilidad social de un gobierno peronista donde la pobreza aumentaba. Es de estricto rigor reconocer que Cristina finalmente terció para que estas dos pequeñas compensaciones fueran a los más pobres.
Como vemos, no es toda de Milei. Las matemáticas dicen que del incremento de 23,1 puntos porcentuales en la tasa de pobreza desde 2015 las responsabilidades están repartidas de la manera siguiente:
Entonces hagámonos cargo todos, porque esta responsabilidad es de todos. Podría objetarse que tomo como base 2015 donde había un escandaloso 30% de pobres tras 12 años de gobierno peronista. No puedo evitar señalar que la drástica reducción que se produjo en esos años es el dato más destacable, pero es cierto que el kirchnerismo no logró penetrar en el llamado “núcleo duro de la pobreza”.
Por ese motivo, cuando los trabajadores de la economía popular -los trabajadores informalizados- organizaron su primer sindicato en 2011 su consigna principal era “somos lo que falta”. Es destacable que Cristina Kirchner en sus discursos más recientes esté planteando como uno de los problemas centrales estos cambios en la estructura ocupacional y es fundamental que todos -cada cual desde su perspectiva- asuma el desafío de pensar con rigor está cuestión nodal de la Argentina actual.
Sin comprenderlos y abordarlos, la macro puede ordenarse pero no se puede penetrar el núcleo duro de la pobreza y la indigencia. Tampoco resolverse el crimen contra el futuro que implican los elevadísimos niveles de pobreza infantojuvenil. En la próxima parte nos referiremos a eso.
JG/JJD
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