Aníbal Fernández ha sido por años el vocero de cada mañana de las cuestiones de gobierno. Autor de un best-seller -Zonceras argentinas y otras yerbas- prologado nada menos que por Cristina Kirchner, Aníbal es un hombre de reconocida facilidad de palabra, a quien no le asusta frecuentar los límites del discurso. Pícaro en la tradición gauchesca, Aníbal ha sido el dirigente siempre invicto, el dueño de todas las respuestas. Quién sino él para salir a torear la cuestión de las visitas a Olivos.
Que se haya recurrido a Aníbal, hace tiempo desplazado del centro de gravedad del oficialismo, habla también de la dimensión del daño. Santiago Cafiero cumplió con lo suyo. No pasó de lo correcto, como es costumbre en el jefe de Gabinete, a quien -está probado- no se puede pedir más. Aníbal garantiza en cambio la guardia alta y hasta algún golpe bien colocado, puro ingenio criollo, habrá pensado alguien .
Sin entrar en consideraciones, esta vez sin embargo Aníbal marró el golpe, pifió. No ha terminado la tarea de deconstrucción, según parece. Asumamos sin embargo que la fiesta de cumpleaños de la primera dama en el momento más duro de la cuarentena es una empresa indefendible. Enfrentar esto demanda una imaginación incluso más desbordante que la del ex ministro. Un periodista que simpatiza con el gobierno llegó a decir que el Presidente no estaba enterado porque era una fiesta sorpresa. Menuda sorpresa para todos.
Los encuentros sociales en Olivos en la época de encierro obligatorio -fueron muchos, el de la pareja presidencial con el matrimonio Moyano incluso se propagandizó en su momento-; esos encuentros no pueden sino despertar indignación. Pero el de la indignación, como el de otras emociones, es un terreno que debería ser vedado al trabajo del periodista a la hora del análisis. Es el tipo de emociones que nublan la mirada. ¿Qué se puede decir además frente a la situación de las familias que no han podido acompañar a sus enfermos, despedir a sus muertos? Son esos familiares los que están hablando y a quienes hay que escuchar. La indignación en ellos es legítima y verdadera.
El punto aquí es la conducta del Presidente. Nos hemos acostumbrado a tener por presidente a un hombre que desmiente hoy lo que ha dicho ayer. Es un rasgo que asumimos con naturalidad. La web desborda de videos en los que Alberto Fernández descalifica por entero y en su estilo enfático la gestión de su hoy vicepresidenta y aliada por espanto. Por dar sólo un ejemplo, Fernández dio por probado en aquel entonces el delito de encubrimiento del atentado contra la AMIA, una causa que está en el umbral del juicio oral. Fernández giró y hoy cree que el acuerdo con Irán buscó “encontrar una solución” a la impunidad.
La cuestión del cumpleaños encuentra esta vez al Presidente desconociendo sus propias disposiciones y decretos, que la Constitución le confió y la sociedad masivamente respetó en el contexto de un estado de excepción como el que configuró la llegada a la Argentina de la pandemia. Fernández no ha cumplido con sus decisiones, que tuvieron alcance de ley. En ocasiones advirtió que las haría cumplir llegado el caso “por la fuerza”. Nadie sabe mejor que el Presidente que ha incurrido en un delito. Además, Fernández días atrás desmintió la existencia de reuniones sociales en Olivos. Mintió.
Fernández dañó su palabra, pero más grave que esto, dañó la autoridad presidencial.
“'La seriedad moral en la vida pública es como la pornografía: aunque difícil de definir, sabés que lo es cuando la ves'. Tony Judt”. Lo recordó en un tuit Mariano Schuster, habitual colaborador de elDiarioAr.
Sin embargo, a partir de Montesquieu, hay otro término que conmovió al siglo XVIII en materia política y que podríamos también emplear hoy. La palabra es virtud. Para el filósofo francés, la virtud es el principio propio de las repúblicas. No habla Montesquieu de virtud moral ni religiosa, sino de virtud política. Ya había sido mencionado por los clásicos. Sin virtud política, las repúblicas pueden degenerar en formas desgraciadas. Un primer paso son los privilegios y el abuso de poder.
WC