Según cómo se lo mire, Javier Milei puede ser un ridículo o un líder con un control casi total de su imagen. Es probable que sea ambas. ¿Será el afán de “hacer llorar a los zurdos” lo que ata esos cabos? Tal vez por eso posa en todas las fotos, se manda a photoshopear la cara hasta la exageración y hace todo lo que hace: porque da de qué hablar. Si generan indignación, están haciendo las cosas bien. El Gobierno y sus aliados aplican esa regla a rajatabla.
Milei es icónico por lo que tiene de raro, sí, pero también por lo que tiene de normal. Se saca fotos con figuras de renombre mundial, con líderes y gente de la altísima sociedad… levantando los pulgares. Lo que hace cualquier chabón que no sabe cómo salir bien en las fotos en él se vuelve una insignia que invita a la imitación de otros. ¿Cabe alguna duda, entonces, de que sea el más meme de todos los presidentes?
Tweet de Milei en respuesta al jingle de Gelatina “Trump no me llamó” que se burlaba de que, supuestamente, Trump no quería hablar con él.
¿Más que Trump? Sin duda. El presidente electo de Estados Unidos usa a los memes, Javier es uno con ellos. ¿Quién no posó en una foto a lo Milei? Para imitar a Trump hay que tener cierta habilidad, pero imitarlo al Javo está al alcance de todos. No hace falta ser Tarico, basta con agachar la cabeza, abrir bien los ojos y poner boca de pato. Es shitposting lejos del teclado.
¿Habrá tenido Fotolog el presidente? ¿Cómo posaba en las fotos en aquel entonces? La pregunta es más que anecdótica porque se trata de entender cómo desarrolló su estilo performático, al borde del cringe pero finalmente exitoso, en la época en la que todos nos fuimos volviendo un poco más dueños y más esclavos de nuestra imagen, preocupación que antes solo tenían los políticos, las celebridades y los adolescentes (Milei es un poco de las tres).
En la performance constante del presidente y su séquito todo es joda y todo es serio a la vez. Así son los memes: bromas hasta que dejan de serlo para convertirse en premonición, en acierto (lo que ellos dicen “haberla visto”). Como la foto de Milei con Sylvester Stallone que valida (?) el clamor del Gordo Dan por el actor en los días de la asunción. “Lo vuelve canon”, dirán con gracia (que la tiene). Son fanáticos, no solo de las “ideas de la libertad” (censurar libros, insultar periodistas, votar contra la prevención de la violencia a las mujeres) sino de las celebridades con las que evocan ese paraíso perdido de la infancia, el de sus películas y series. Nenazos.
Trump y Elon Musk aman los memes. Por eso bautizaron “Department of Government Efficiency” (DOGE, como el perrito que llora) al organismo con el que el dueño de X hará su homenaje a Federico Sturzenegger, convirtiendo a nuestro Ministerio de Desregulación en el “template” de esta nueva cartera del Estado norteamericano.
Trump y Musk aman los memes y por eso lo aman a Milei. Los memes son graciosos, pero a veces son difíciles de entender. Desconciertan, acaso como el presidente de un país que pocos saben dónde queda y que llega a un evento en el que se concentra el nuevo poder de occidente acompañado de su hermana. Que baila YMCA como un loco sin soltar la carpeta que lleva a todos lados.
Milei es raro y excesivamente normal. Milei fascina y a la vez repele. Pero lo más importante es que Milei es inevitable. Porque llegó primero, aunque Trump ya haya gobernado antes. Porque gritó más fuerte. Porque no le importa nada. No le interesa que el país que preside sea el único en votar en contra de todo lo bueno y a favor de todo lo malo, si esto le da otra forma de salir en la foto, de que lloremos los zurdos, de que hablemos de él.
Alguien que le avise a Trump, que es él quien llega al mundo de Milei y no al revés. Eso los vuelve a él y a su futuro ministro de desregulaciones y trolleo dos argentinos más: condenados al devenir de nuestro presidente.
NC/DTC