El otro día leía una nota en la que temerosamente, es decir, con cierto dejo de cobardía –porque no se lo decía de manera directa, sino que se lo daba a entender– se afirmaba que no tener hijos es un acto egoísta.
No estoy de acuerdo. Pueden ser muchísimos los motivos por los que alguien puede decidir no tener hijos y, por ejemplo, como se afirmaba en el artículo en cuestión, prefiere los viajes o comprarse cosas.
La perspectiva que juzga a las personas no me interesa, prefiero la comprensión; porque puedo estar de acuerdo en que cada vez son más las personas que deciden no tener hijos, pero decir que es porque son egoístas me resulta trivial.
En principio, creo que cabe distinguir entre el deseo de hijo y la decisión de tener hijos. A esto se agrega un tercer elemento, querer tener un hijo. Y aquí no podemos soslayar que desde hace unos años se espera que quienes van a tener hijos estén completamente seguros de lo que van a hacer, seguridad fantaseada que no hace más que ir en desmedro de la decisión –que, como toda decisión, supone un grado de incerteza.
Por otro lado, a partir de mi práctica como psicoanalista podría decir que hay personas que llegan tardíamente al deseo de hijo. Quizá durante mucho tiempo son capaces de plantear que no quieren tener hijos, pero seamos claro: no querer tener un hijo no es lo mismo que no desearlo.
También podría ocurrir que alguien quiera no tenerlo –que no es idéntico a no querer tenerlo. Sirva todo esto para situar que las cosas no son tan simples como para subsumirlas bajo una categoría sin simple (y moral) como la de egoísmo.
Quizá sí sirva la noción de narcisismo. Y podríamos pensar que tener un hijo implica una cesión de narcisismo hacia el bebé. Por cierto, hay quienes hacen del niño una propiedad narcisista y más bien se enriquecen con la llegada de un bebé. Nunca serán padres o madres, aunque tengan hijos.
No creo que haya una respuesta general para echar luz sobre el deseo de hijo, mucho menos sobre lo que implica querer tener un hijo o decidirlo
Pero tener un hijo es una pérdida de narcisismo y aquí la cuestión no es tan sencilla. Ya que podríamos pensar en la situación de aquellas personas a las que quizá les tomó tiempo la investidura narcisista en su familia de origen y quizá no se sienten en condiciones de perderla tan fácilmente. Sería poco decir que son egoístas.
Pienso en un ejemplo típico de la práctica del psicoanálisis, la del varón con severas dificultades para ser padre porque de su posición de hijo se sostiene una madre depresiva. Dar ese paso sería dejarla caer, no es tan sencillo que se decida, ni que ose querer un hijo, sea que lo desee o no.
Por otro lado, hay quienes han vivido severas privaciones en su infancia –privaciones anímicas, que no tienen por qué ser materiales–, que tal vez en la mediana edad, en un mundo en el que es muy difícil tener trabajo con seguridad y cierta previsibilidad con respecto al futuro, se sienten estables… entonces, la idea de un hijo les representa una pérdida terrible. Sin embargo, sería poquísimo decir que se trata de motivos egoístas.
El deseo de hijo es algo idealizado en nuestra sociedad, lo que obstaculiza que podamos reflexionar seriamente sobre la cuestión. Como ocurre con todo ideal, se presta más a la ideología que a la constatación de lo que ocurre en la vida real.
Hay quienes se deciden a tener hijos porque más adelante no podrían. Hay quienes lo hacen porque temen perder una relación. Hay quienes dicen que nunca quisieron ser madres y, cuando lo son, se convierten en fundamentalistas al punto de que ni la Virgen María fue tan exigente con Jesús cuando este quiso irse a vagar por el desierto.
“Tener hijos es tener miedos”, me dijo una vez una amiga. Yo creo que la maternidad es más bien una justificación de los miedos, pero no su causa. Si algo le agradezco a mi madre es la libertad. Es decir, que en chiste (quizá no tanto) varias veces me dijera “Yo ya te crié, ahora lo que te pasa hablalo con la mujer que te soporte”.
Tengo la impresión de que tener hijos se volvió una decisión especialmente difícil, ya que hoy contamos con miles de variables para sopesar y, por supuesto, cuando una decisión es extremadamente consciente, tiende a inhibirse.
Además, se agrega un segundo factor. Que las personas no terminan de dejar del todo su familia de origen. Por ejemplo, no son raros los casos de varones que tienen hijos para dárselos a sus madres –esta es la raíz inconsciente del típico conflicto entre suegra y nuera.
Si alguien no elabora que un hijo será la salida definitiva de la familia de origen, quizá no esté en condiciones para dar ese paso y lo reprima con explicaciones más o menos lúcidas y sofisticadas, pero explicaciones al fin.
No creo que haya una respuesta general para echar luz sobre el deseo de hijo, mucho menos sobre lo que implica querer tener un hijo o decidirlo. Sí estoy seguro de que, si se trata de un deseo, va a decepcionar cualquier ideal. Y si se trata de querer, no lo es en el sentido de un acto voluntario, sino de aceptación. Cuando queremos tener un hijo, no queremos un hijo, sino que queremos querer un hijo. Y así sucesivamente.
LL/MF