OPINIÓN

Queremos tanto a Zambra

22 de noviembre de 2024 06:43 h

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En la compilación de crónicas con el título Tema libre, de Alejandro Zambra, hay una que es hermosa y comienza con la anécdota de la primera vez que, en su juventud, una mujer le puso los cuernos. Encima con un argentino.

En ese punto, recuerda un chiste: un tipo camina por la calle y le empiezan a pegar, porque lo creen argentino. Entonces otro le pregunta por qué no les dijo que era chileno. “Con lo que me gusta que le peguen a esos weones”, responde el primero.

Es un chiste fabuloso, que funciona como una interpretación. Sitúa un mecanismo: alguien puede tolerar un sufrimiento si puede identificarse con quien lo agrede. 

Este mecanismo es más común de lo que nos imaginamos y explica, por ejemplo, el modo en que personas votan contra sus intereses de clase, pero también por qué otras permanecen en ciertas relaciones de pareja. Pero volvamos a la crónica.

Luego Zambra narra el romance con una joven de Argentina, con la que se escribía cartas. Esto se lo cuenta, en unas vacaciones, a un amigo de los padres, también trasandino y que se llama Luciano. 

Cuando se lo cuenta, Luciano entiende que Zambra le hablaba de la hija y, entonces, le dice que él –Luciano, aunque entiéndase también el desliz edípico– siempre se quiso acostar con su madre. Zambra se lo dice a su padre. Fin de las vacaciones. 

Como hijos, todas nuestras identificaciones son masoquistas, pero solo somos hombres si podemos asumir ese masoquismo como parte de la virilidad, con una identificación que nos excluya

Es bellísimo cómo Zambra relata la separación de sus padres. Sabe que no fue por lo que él dijo (Zambra no es neurótico), sino que los padres se unieron porque es lo que tocaba en cierto momento. Al poco tiempo la madre empieza a salir con Luciano y se va a vivir a Argentina.

Zambra comienza a escribirse cartas con su madre. Entiende algo que antes no: ya no es el “gorreado”, aunque su madre lo haya dejado por un argentino. Lo dice así: “Es difícil ver a tu madre a los besos con un hombre que no es tu padre (ni vos)”. Ese paréntesis indica el trabajo de la represión y también el del duelo. 

Así es que vuelve a la escena en que se escribe con la argentina y descubre por qué una canción que a ella le encanta y a él le parece muy mala, sin embargo, encubre una verdad: el amor no nace del amor, sino de una pérdida. 

Se trata de perder el lugar de hijo, para no sentirse dejado y, además, si uno va a ser hombre, más que identificarse con el padre, tiene que hacerlo con el que se acuesta con la madre. No hay otro parricidio. 

Por eso el chiste que cuenta al principio es tan efectivo. Como hijos, todas nuestras identificaciones son masoquistas, pero solo somos hombres si podemos asumir ese masoquismo como parte de la virilidad, con una identificación que nos excluya. 

El título de la crónica es el de la canción: “El amor después del amor”.

LL/MF