Ruido ambiente

¿Está en riesgo la primavera?

Fundar —

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“Una sociedad se define no solo por lo que crea, 

sino también por lo que se niega a destruir“

John Sawhill

La primavera marca el despertar de la naturaleza tras el invierno: es un período con días más largos y temperaturas más cálidas, en donde brotan nuevas hojas en los árboles y florecen las plantas. En esta estación solemos disfrutar más la belleza de los ecosistemas y nos da ganas de estar en mayor contacto con ella. Hacemos más planes en parques, decoramos nuestros hogares con flores y saboreamos aún más una buena bocanada de aire. Sin embargo, su importancia va mucho más allá. Los ecosistemas desempeñan funciones cruciales que a menudo pasan desapercibidas. Su verdadero valor suele reconocerse sólo cuando ya están degradados. Si no reconocemos pronto ese valor, ponemos en riesgo futuras primaveras.

En un ecosistema suceden en simultáneo muchos procesos e interacciones complejas que son esenciales para su automantenimiento, como la polinización de las abejas, la descomposición de la materia orgánica por bacterias y hongos y la fotosíntesis de las plantas. Es a partir de ese funcionamiento que surge una variedad de servicios ampliamente utilizados e indispensables para la sociedad: los servicios ecosistémicos.

Los servicios ecosistémicos son variados y generan distintos beneficios para las sociedades. Algunos son tangibles y perceptibles, como la biodiversidad (plantas, animales, microorganismos), o la capacidad de los ecosistemas de generar alimentos, combustibles y agua dulce. Son el marco para el turismo y las actividades de recreación (quién no quedó maravillado con la belleza de algún rincón de la Argentina), así como también representa la cultura y tradición de la población que habita en un determinado lugar. Otros servicios ecosistémicos son menos visibles para el ojo humano, pero no por ello menos esenciales. La fotosíntesis que realizan las plantas, por ejemplo, no es algo que notamos en nuestro día a día, pero cumple un rol central dado que a través de ese proceso las plantas capturan y almacenan dióxido de carbono de la atmósfera, aportando a la regulación del clima global.

Un servicio ecosistémico tiene la peculiaridad de que lo da la naturaleza y de forma gratuita. Por eso, nos cuesta verlo como un “servicio”: damos por sentado que siempre estuvieron allí, y que siempre lo estarán, pero la realidad es que los desequilibrios relacionados con la degradación de los ecosistemas y los impactos del cambio climático ponen en riesgo la capacidad de la naturaleza de proveerlos. Además, a diferencia de los servicios económicos tradicionales, como un corte de pelo, la instalación de un aire acondicionado o una suscripción a Spotify, los servicios ecosistémicos no están completamente integrados en los mercados ni adecuadamente cuantificados. Si se reconociera el valor económico de estos servicios, los ecosistemas serían como una gran empresa, competitiva y con presencia en todos los mercados del mundo. Tienen escaso peso en las decisiones políticas y a menudo su importancia recién se vuelve evidente cuando ya no los tenemos: ¿cuánto vale la sombra de un árbol en un día de calor? ¿Cuánto vale una lluvia después de varios días de sequía? ¿y el aroma de las flores en primavera?

El valor de los ecosistemas es enorme. Si bien es difícil cuantificar su valor, podemos de algún modo dimensionar su contribución económica en los procesos productivos. El World Economic Forum estima que más de la mitad del PIB mundial depende en forma directa de la naturaleza y sus servicios. La polinización, realizada principalmente por las abejas, es crucial no sólo para la reproducción de las flores en primavera, sino también para el desarrollo de distintos cultivos con importancia económica. En Argentina, se estima que la contribución económica de las abejas a la producción de soja es de 3300 millones de dólares anuales, cerca del 24% del valor que exportó el complejo sojero en 2023. Por otra parte, un ecosistema boscoso, además de proveer madera, intercepta parte de la lluvia, ayudando a prevenir inundaciones en zonas urbanas cercanas ¿Cuánto se podrían ahorrar evitando estos fenómenos naturales extremos en Argentina con la ayuda de los bosques? Si somos modestos, hasta 500 millones de dólares: un número cercano al monto que se anunció desde el gobierno nacional destinado a la construcción de un puerto en las orillas del Paraná para la exportación del sector agroindustrial. 

Parece evidente que hay una dependencia directa de la economía y la sociedad con los servicios ecosistémicos, y eso da motivos para avanzar hacia prácticas de conservación y restauración de los ecosistemas. En ese sentido, el concepto de los pagos por servicios ecosistémicos (PSE) ha ganado importancia tanto a nivel internacional como local. 

El valor de los servicios ecosistémicos 

Por más extraño que parezca asignar un valor a un servicio que ofrece un ecosistema y pagar por ello, es algo que está sucediendo tanto en países desarrollados como en países en vías de desarrollo. De hecho, ocurre en la Argentina, aunque de forma incipiente. 

Una de las primeras experiencias en Latinoamérica sucedió en Costa Rica en 1990. A través de la recaudación del impuesto a los hidrocarburos y de otros recursos financieros, el Gobierno centroamericano ha realizado pagos a propietarios de tierras con bosques para que los protejan. Así como suena: el Estado redirecciona parte de los ingresos fiscales generados por el consumo de combustibles fósiles, que tiene consecuencias ambientales negativas, para preservar y proteger el conjunto de la naturaleza. A 2023, se registraron un total de 206.000 hectáreas de bosques beneficiadas. Un poco más de diez veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires. 

México, al igual que Costa Rica, es considerado un país líder en el desarrollo de pagos por servicios ecosistémicos (PSE) en Latinoamérica. El Gobierno federal mexicano cuenta desde 2003 con un programa de PSE que promueve acciones integrales para la conservación de los ecosistemas forestales. Al año 2022, se mapean un total 3.221proyectos beneficiados, de los cuales el 8% fueron para pequeños propietarios dueños de terrenos forestales, equivalente a 2,3 millones de hectáreas boscosas. Es como si la provincia entera de Tucumán estuviera completamente cubierta de bosques.

En Argentina el desarrollo de PSE está un poco más rezagado, aunque existen incentivos, realidades y capacidades que están impulsando estos esquemas. Respecto a los primeros, está bastante claro que abundan: tenemos una variada gama de ecosistemas, y la dimensión ambiental y económica que pueden tener los servicios ecosistémicos para nuestro país es enorme. Con respecto a las realidades, existen distintas normativas ambientales tanto nacionales como subnacionales, que propician el desarrollo de PSE: la más importante es la Ley 26.331 de Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental de los Bosques Nativos (también conocida como Ley de Bosques), que marcó un hito  al institucionalizar el concepto de servicios ecosistémicos. También introdujo dos elementos claves: el mandato para las provincias de realizar un Ordenamiento Territorial de los Bosques Nativos; y creó el Fondo Nacional para el Enriquecimiento y la Conservación de los Bosques Nativos, con el fin de fortalecer a las autoridades nacionales y provinciales de aplicación y apoyar económicamente los planes de manejo forestal sostenible de los propietarios de tierras. Todos pasos correctos en la dirección  de reconocer el valor de los servicios ecosistémicos (de allí que sea inquietante el intento —evidenciado en la malograda Ley Ómnibus de comienzos de este años—  del gobierno nacional de derogar esta Ley o de minar sus alcances.

Otro reflejo de las capacidades en Argentina es el caso de Misiones, considerada la “Amazonía argentina”. La provincia, que también cuenta con su Ley XVI-7 de Bosques y un vasto marco normativo orientado a la protección y conservación de la biodiversidad y los recursos naturales, está planeando valorizar el aporte de los bosques en la captura de carbono y comercializar ese servicio a través de créditos de carbono en el mercado internacional voluntario de carbono. 

Reconocer el valor de los servicios ecosistémicos no es solo un ejercicio teórico: es una necesidad urgente para asegurar la sostenibilidad de sociedades y economías. Más allá de las experiencias de los países mencionados, la pérdida de servicios ecosistémicos es un problema del planeta, no de una, dos o diez naciones. En última instancia, si no preservamos y valoramos los servicios que la naturaleza nos ofrece, podríamos enfrentar un futuro en el que las primaveras no sólo sean menos exuberantes, sino también menos seguras y prósperas.

Franco Mendoza es analista de Recursos naturales de Fundar.

María Fernanda Villafañe es analista de Economía de Fundar.