¿Cómo tienen que cambiar los países y las personas para atravesar la crisis ambiental? Esta pregunta estructura el gran desafío que enfrenta la humanidad en el siglo que corre. Y esa pregunta son muchas preguntas juntas, sobre el cambio climático, la transición energética y la pérdida de biodiversidad, pero también sobre el impacto de las nuevas tecnologías, barreras ambientales al comercio y reglas de mercado. Más cerca, más inmediatas, aparecen las preguntas sobre el lugar que tiene que ocupar nuestro país en este concurso de esfuerzos: ¿cómo conciliar Vaca Muerta y la minería con los impactos socioambientales que genera su explotación? ¿Qué papel juega el federalismo en la gestión de recursos naturales? ¿De qué forma financiamos la adaptación a los impactos de las sequías, inundaciones y olas de calor? Por eso, debemos hacer el esfuerzo de ensayar posibles respuestas y de ecualizar las voces en juego. Sobre todo, si tantas cosas nos hacen ruido cuando se habla de ambiente en el debate público.
Nos hace ruido la insularidad del ambiente como tema. Que se presente la crisis ambiental como una problemática aislada, reservada únicamente a la pericia de los expertos y especialistas. Desde ya no es su culpa: no ha habido oídos atentos por parte de los actores económicos y políticos para escuchar lo que se viene alertando: que lo ambiental impacta sobre nuestra calidad de vida diaria, nuestras decisiones, nuestra economía e infraestructura. Que será determinante en el devenir futuro de todos los países en el mundo, y especialmente en países como Argentina, ricos en recursos naturales, vulnerables a los impactos del cambio climático, y sin un sendero claro en el camino hacia el desarrollo.
Cuando discutimos sobre la explotación de litio o de cualquier mineral estrella del siglo XXI, tenemos que discutir sobre cómo la explotación de un recurso redunda en una vida mejor para la comunidad, para la provincia y para el país. Cuando pensamos cómo abordar el problema de la deforestación, se juega no sólo el impacto sobre personas y ecosistemas, sino también la inserción de nuestras exportaciones agropecuarias en mercados cada vez más exigentes en estándares ambientales. Cuando se planifica una obra de infraestructura con fondos públicos, debemos analizar cómo impactará sobre ella el cambio climático, y si esta ayuda u obstaculiza hacer frente a esas consecuencias. Para identificar estos y otros cruces entre ambiente y desarrollo, queremos hacer esta columna.
Nos hace ruido que al hablar de ambiente se haga hincapié sólo en la denuncia. La denuncia es necesaria, y muchas veces es efectiva en llamar la atención y movilizarnos, pero no es suficiente. Sí, la situación es dramática y sí, se puede enumerar diariamente un dato sobre la inminencia de alguna catástrofe, pero la evidencia no hace que las decisiones a tomar sean autoevidentes. El litigio sobre la verdad o no de una evidencia se resuelve finalmente en nuestra capacidad de poner en práctica políticas capaces de ir en una dirección distinta a lo que indica esa evidencia. Sí, los principales responsables del estado de cosas actuales son las potencias mundiales que protagonizaron la Revolución Industrial y contaminaron los suelos y los cielos. Y también sí, deberían llevar la principal carga de enmendar esta situación. Jugamos con las cartas marcadas, en un juego donde no pusimos las reglas. Es necesario decirlo, pero con decirlo no basta. Para que la denuncia se nutra de política pública, o las políticas públicas se nutran de la denuncia, hacemos esta columna.
Nos hace (mucho) ruido la coyuntura política. Cualquiera de las razones anteriores se podía esbozar antes del 10 de diciembre del año pasado. A esas razones, ya contundentes para escribir esta columna, sumamos una más: la llegada de un negacionista del cambio climático y de la agenda 2030 al poder en nuestro país. Como se ha dicho, su victoria es un testimonio más de la enorme decepción de la sociedad para con la política y el Estado, herramientas irremplazables para hacerle frente al desafío de la crisis ambiental y a tantos otros que tiene nuestro país por delante. Por ahora, en poco más de medio año, vemos la degradación de los organismos públicos nacionales vinculados al ambiente y el intento de modificar normativas clave para la sostenibilidad ambiental, como la Ley de Bosques. De proseguir en este camino, los impactos del gobierno de Milei sobre la la agenda ambiental serán de largo alcance, años valiosos perdidos en una carrera contra el tiempo. Hay, como no podía ser de otra manera, resistencias activas. En la política y en la sociedad civil. Resistencias que hay que alimentar y que hay que llevar al conjunto de la sociedad, para que dejen de ser resistencias y sean agenda. Para que la crisis ambiental sea una de las claves cuando se decide un voto. Como no lo fue en la pasada elección.
Uno, dos, tres ruidos y van. Por eso, queremos comunicar de manera clara y propositiva los temas vinculados al ambiente como universo ampliado. Lejos del nicho, cerca de la antena. De hacer nuestro aporte a que se vuelvan habituales en el debate público. De construir un vocabulario común para el momento que atravesamos: conceptos nuevos para una realidad movediza. Informar no basta aquí: es necesario aprender a difundir. Para esto también, vamos a hacer Ruido Ambiente, la columna verde de Fundar para elDiarioAR. Sale los miércoles, cada 15 días.