SOY GORDA (ESEGÉ)

La sala de espera

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Durante la pandemia, las salas de espera de los consultorios fueron lugares clausurados, vacíos, sin uso. Gran paradoja: en el momento de mayor necesidad de atención médica, el sitio habitual en el que se aguarda la consulta estaba vedado. No se podía acudir ni permanecer allí, ni siquiera con barbijo. Al menos, de la manera en que todos habíamos conocido hasta ese momento, esperando que un médico nos atendiera luego de concedernos un turno. Los hospitales y sanatorios reventaban de pacientes. Eran, siguen siendo, esos lugares en los que nos invade el agobio y necesitamos eyectarnos por la puerta de salida con noticias luminosas.

Como esos espacios que el antropólogo francés Marc Augé denominó no lugares, sitios de tránsito, de pasaje, la recepción de los médicos perdió entonces su sentido. Los médicos aparecían en tu casa o atendían en las salas de emergencia de los hospitales y sanatorios para diagnosticarte, ayudar a sanarte en lo posible y evitar contagiar. Ni atendedores ni atendidos se podían ver mucho más que los ojos. Los especialistas llegaban vestidos como astronautas, con esa especie de escafandra que les cubría la cabeza y todos los agujeros de la cara, envueltos en trajes inmaculados de color blanco que protegían del virus.

Antes de esa enfermedad globalizada, hubo en la mente y en la escritura de Juan González del Solar una sala de espera, el gran personaje de la novela Estudio para un gallo, de Híbrida Ediciones. Y aunque se trata de su debut en el género, el autor comenzó a escribirla hace diez años y lo hace con una precisión, inteligencia y detalle inusuales.

González del Solar tiene una gran experiencia en las lides literarias. Licenciado en letras es también corrector, publicó en 2022 el libro de cuentos Tomas familiares (Mansalva), donde desde una mirada adulta trajo reminiscencias de ese núcleo básico de relaciones amorosas que opera en la infancia. Fue, además, editor de la editorial española Lengua de trapo. También estudió música y teatro musical y anima fiestas en formato karaoke.

La gente que aparece interactuando en Estudio para un gallo es observada como un pintor que va bocetando con detalle su estudio, un fotógrafo impiadoso y comprensible a la vez, fijando el foco en la indumentaria y los pequeños gestos para luego ir buceando en lugares más profundos. El narrador los mira y los encuentra a veces patéticos, otras conmovedores en sus luchas personales y en esa mirada se va construyendo a sí mismo. “¿Para qué estás si no es para representarme?”, preguntará un personaje hacia el final.

“Algo incomoda de forma particular en la sala de espera, una especie de zumbido torpe que todos compartirán por algunos minutos; esto distraerá, en parte, de la emoción que se vive de fondo, del nerviosismo inevitable”, escribe al comienzo.

Fuera del paréntesis que significó el COVID 19 y que tantas huellas nos dejó, esa sala de espera con sus nómades ansiosos es ese sitio que sirve como excusa para indagar sobre el amor, los miedos, la muerte. “A su modo, que es siempre un poco improbable, la literatura puede estudiar y analizar la composición, estructura y propiedades de las relaciones humanas”, escribe en la contratapa del libro Guillermo Piro, marcando la forma particular que tiene la ficción de acercarse a la diversidad de temas humanos.

“Hay elementos, especies, compuestos, mezclas y sustancias que reaccionan y experimentan cambios; una química. Un día recibimos una noticia, o esperamos el resultado e un estudio médico, o nos aman o nos odian; y reaccionamos. Las relaciones entre las personas siempre deberían ser narradas en presente, el tiempo verbal que se despliega ante nuestros ojos”. Eso es lo que ve, oye y escribe González del Solar, quien tuvo la idea de este texto brillante un lejano día que tuvo que asistir por un sarpullido a una sala de espera médica.

“... están en una guardia clínica y el lugar carece de la tensión que tienen las entradas de emergencias, las salas de espera de cirugía o de terapia -salvo casos extraordinarios, acá no hay gente desmayada, y ciertamente no hay sangre, cortes o escenas de ese tipo-, pero es a la vez el terreno de lo inminente , o al menos de lo posible”.

Estudio para un gallo es un relato coral, que invita al lector a sumergirse en varias capas de lectura que a medida que se avanza, se van complejizando. Es, básicamente, una (o, mejor dicho, varias) historias de amor del (des)afecto y la soledad, donde el narrador se cruza con personas desconocidas y juega a ubicarlos fuera de los roles previsibles, proyectándoles actos y pensamientos imaginarios en mundos anteriores que modificarían el estado de las cosas.

El escritor de Estudio para un gallo eligió personajes muy disímiles y pensó universos paralelos para cada uno, trabajando laboriosamente con el espacio y el tiempo fragmentado para ponerlos al servicio de su propósito y deseo narrativo. Así se expresa la polifonía:

La primera vez llegó porque era el próximo turno libre y nunca había tenido un clínico a quien consultar sistemáticamente; para eso estaba su ginecóloga, había estado su homeópata con quien pudo “abrirse”.

Afuera de la clínica ocurre un accidente. Desde dentro se escucha el ruido de los frenos, el golpe y los gritos. Muy poco tiempo después, sirenas.

Al ver esos papeles llenos de cifras y porcentajes, ella se pregunta por qué no sacarse pronto la duda -puede ser una casualidad, pero no se siente del todo bien- No es nada que la preocupe pero prefiere insistir.

Al final, por suerte, no era nada, estrés nomás.

No hablemos de mi nariz, hablemos de la gente que me mira como si fuéramos siameses o de las tres veces que en el cine unos chicos me tiraron pochoclo a los pies; y declaro que está comprobado: ni huelo más que el resto ni consumo más oxígeno que otras personas. Y prefiero elegir yo cuándo me río de mi misma“.

Se sentirá muy nervioso, hiperventilado, el cuello latiendo mucho, un tubo de aire bajando por la garganta, el pecho, el plexo, la columna como si acarrease aceite hirviendo, las rodillas desajustadas, dolores en las plantas de los pies.

A las salas de espera médica asisten quienes imaginan tener una enfermedad física y tal vez necesiten una psicoterapia, los que tienen apenas un raspón, pero son incapaces de soportar un dolor o los que se están por morir. Es gente que se cruza sin elegirlo, como ocurre en los medios de transporte, los supermercados, los aeropuertos y que comparten un tiempo y un espacio efímero, es probable que no se conozcan ni tengan nada en común.

Singular, sin ser pretenciosa, muy diferente a cualquier moda, con capítulos cortos, la novela de González del Solar exige un pequeño esfuerzo al comienzo hasta que el lector logra identificar y diferenciar cada personaje. A modo de espejo, te va sumergiendo en el túnel de la introspección, haciéndote sentir y pensar en tus propios vínculos. En esa especie de cornisa entre enfermedad y salud, donde la palabra del médico -la autoridad- tiene tanto peso, convergen hombres y mujeres con preguntas elementales, con sus paranoias, sus dudas sobre ese amasijo de carne, sangre, pensamiento, recuerdo y emoción que somos, con sus inquietudes sin respuesta.

LH/MF