Mi hijo Ramón dice mucho según yo. A mí me suena raro, pero no lo corrijo. Después se lo oigo decir a youtubers, entiendo que es un modismo mejicano, o acaso ellos también lo digan mal. Lo busco en el diccionario y no, no está ni mal ni es un modismo, es algo que se puede decir perfectamente, según yo.
El pifie mío de hace dos semanas no tiene nombre. Yo que me creo conectada a algo, receptiva, abierta, siempre con la limitación de clase pero igual, ando por la calle pero claro, ¿cuál es la calle por la que ando? Es mayormente la calle de uno o varios barrios porteños bastante privilegiados, cada vez más, en los que andamos con el celular a mano alzada y no lo arrebatan demasiado, ni entran a supermercados ni apuntan con pistolas para obtener autos. O muy pocas veces. Hablamos con una amiga acerca de lo roto que está el tejido social. Se dice mucho eso ahora, creo. Yo lo digo bastante, lo siento, y seguramente lo he oído también. Tejido roto. ¿De lana, de piel? ¿Células que deberían estar unidas, hilos que se cortaron?
¿Estará efectivamente roto o será que tiene agujeros que se pueden remendar? Mi mamá no tira casi nunca, mi mamá remienda hasta las últimas consecuencias. Yo uso roto, remendado, hasta que tiro. A veces es cuestión de zurcir, otras de soltar.
Y coincidíamos con mi amiga, en que ya casi no se cruzan las clases sociales, no comparten espacio, no coinciden. Un 30% del país votó a Javier Milei. No conozco a una sola persona que haya votado a Milei, ergo no converso con ese 30% que votó a Milei. Los días siguientes en la radio entrevistan a todo tipo de gente que sí lo votó: no puedo decir que me caigan mal y de hecho, entiendo sus razones, que también son distintas entre sí. Mi amiga dice que consume mucho Rappi y Uber, y que siempre habla de política con ellos, y que el 100% vota y defiende su voto a Milei, con una vehemencia que a ella le cuesta objetar. Y no es la vehemencia de la violencia, es la de la persuasión. Mucho más que la de la gente que tengo alrededor que vota sin confianza a un candidato para combatir la posibilidad Milei.
También mencionamos que desde hace rato que sólo hablamos o interactuamos con gente que piensa igual o parecido a nosotras, gente que ahora propuso salir a convencer al otro, básicamente de que no voten a Milei. Pero si a la gente a la que le estamos hablando ya piensa toda igual. Y esa otra que no, probablemente esté harta de este progresismo porteño que no se habla más que a sí mismo. Yo estoy desorientada, desconcertada y vislumbro que acaso sea hora de saber menos (aún), mirar, oír, pensar, prestar (aún más) atención.
También desde el arte decíamos con Tamara, ¿a quién **** le estamos hablando? ¿A quién?
Coincidimos en una feria de libros en la ciudad de Paraná el fin de semana pasado. Éramos varixs autores que fuimos ahí, justamente, a hablar. De hecho, últimamente me tocó hablar bastante: en ferias, en entrevistas, en mesas redondas, hablamos hablamos hablamos, es hermoso el encuentro, entre nosotrxs, ¿pero le estamos hablando a quién? ¿Y para qué? De más joven pensaba que el arte no servía para nada y que ese era su poder. Ya no creo que no sirva para nada, creo que es tan necesario como otras cosas, no indispensable, indispensable son poquísimas cosas, aunque acaso indispensable también sea, pienso ahora, ¿quién ha pasado una vida sin música? Probablemente casi nadie, sin música no se podría estar. ¿O un cuento? A quién no le gusta un cuento, en forma de libro, película, serie, la novela de la tarde, la forma que tenga; sin historias casi que tampoco se puede estar.
De hecho, y sin ir más lejos, todo el panorama político es narrativa pura, mejor, peor, pero narrativa al fin. Y la que parece estar imponiéndose es una heroica que promete espejitos de colores pero ¿cómo no dejarse seducir por una épica enardecida y tribunera que promete un cambio radical, el fin de los tiempos, el momento de los enardecidos? ¿Quién no se sintió alguna vez oprimido, y con fantasías de resarcimiento, de vuelta de página, la de la hora de los justos? Sólo que ahí, de nuevo otra vez, justo para quién cuándo dónde en qué momento y de qué modo.
Parecería que el único modo de pensar sin equivocarse y pifiar demasiado es el de absorber y asumir la diferencia: lo que creo que es mejor para el otro no necesariamente lo sea, para ese otro. Y cada unx para sí, ¿sabe qué es lo mejor?
Anteayer entro a mi edificio con una bolsa de verduras y antes de que pueda cerrar la puerta del ascensor me arrincona mi vecina del 6D. Aunque es cierto que la que abrió la conversación fui yo cuando le pregunté si estaba bien, porque lo último que oí a la mañana es que habían cortado el agua del edificio porque salía a borbotones por debajo de la puerta de su departamento y ella sin responder. Esa pregunta que le hago produce el arrinconamiento, que sí, que por suerte está bien, pero que casi le tiran la puerta abajo, que ella duerme del otro lado, que por eso no escuchó, que le cortaron el agua, que efectivamente había debajo de la puerta suya pero que era agua que entraba en lugar de salir, a causa de un caño roto en el 6C. Que la odian, que en este edificio la odian, que la quieren dar por muerta, para quedarse con su departamento.
La chicharra del ascensor que anuncia que la puerta está abierta empieza a sonar, pero eso no habrá de detenerla. Con un pie adentro y otro afuera y su cara siempre muy cerca de la mía, sigue. Así de cerca le veo por primera vez que tiene los ojos muy azules, de un azul oscuro. Me pregunta en qué departamento vivo. Le digo. Grita. Que si conocí a las Arco, y yo que no, pero que sabía que eran las anteriores propietarias de mi departamento, Alma y Norma Arco. Pago servicios a nombre de Norma Arco. En la lista del consorcio mi departamento sigue a nombre de Norma Arco. Hace poco, sin ir más lejos, llegó una carta documento a nombre de las Arco, una intimidación del cementerio, por falta de pago.
Desde el primer día que entré a este departamento, sentí que tenía buena energía. Y, en sus escasos metros cuadrados, tenía dos bibliotecas. Dos habitaciones, dos bibliotecas. Y en ambas bibliotecas, libros. Y una copia de un cuadro de Modigliani sobre un pequeño bastidor de madera. En el balcón terraza, macetas con plantas. En el mueble del baño, que también quedó, una planta. Quien sea que haya vaciado la casa, no lo hizo del todo. Y desde el principio, siempre, me cayeron bien las Arco, trataron bien a la casa, no vivieron mal acá. Conservo sus plantas, el Modigliani, sus libros. Pero hace mucho que no pienso en ellas. Hasta que mi vecina me las trae, un día así nomás, porque sí, me las presenta. Que eran muy buenas personas, que una era psicóloga y la otra profesora, de algo social, no recuerdo su profesión, pero que daba clases y le gustaba mucho. Que ambas enfermaron, que ambas murieron, una acá mismo, por lo que puedo entender. Creo que eso ya lo sabía porque alguien me lo había mencionado, alguna otra vecina o los de la inmobiliaria. Creo que siempre lo supe y siempre pensé también, o sentí, que habría muerto en paz porque en la casa esta nada feo quedó.
Mi vecina quiere saber entonces quién es la literata en mi casa, que recibe las revistas del premio Konex, si es mi mamá, no sé que edad cree que tengo, le digo que soy yo, la palabra “literata” es de ella. Ella dice que bailaba, de odalisca, en la época de Menem y Corach. Pero que ahora está queriendo vender su departamento porque no puede vivir más acá. Que el edificio tiene exactamente la misma edad que ella, 54.
La verdadera convivencia, la desapegada, sería la de tolerar no estar pensando lo mismo y convivir, sin necesidad de que el otrx piense lo mismo, sin creer que haya que convencer. Una no tiene idea de quién es la otra persona, y lo digo en el mejor de los sentidos, en el del beneficio de la duda, de lo insondable que es el otrx e intentar ejercer siempre la empatía, y estar abierta a recibir esas historias, que todo el mundo trae, según yo.
RP