Puedo hacer una biografía de Silvina Luna de memoria. La memoria de antes, previa a Google. Puedo recordar que era modelo cuando entró a Gran Hermano, la segunda edición en la que la mayoría de los participantes eran lindos o directamente hermosos. Ella ya era una de las chicas de una publicidad de una clínica para adelgazar, famosísima en los 90s y vigente todavía en ese 2001 del fin de la convertibilidad.
Pero encerrada dentro del reality Silvina empezó a engordar. Pasaron dos cosas. La primera, esperable: el comercial salió del aire. La segunda fue insólita: Silvina se rió de su aumento de peso. Se agarraba la panza (un rollito o quizás dos) y bailaba. Resultó que era alegre y bella a pesar de estar “gordita”. Qué tupé.
Claro que Silvina no se quedó gorda ni gordita. El reality terminó y ella empezó una dieta que contó al detalle en las entrevistas de los meses siguientes.â Miles de mujeres tomamos nota. El cuerpo de Silvina fue asunto nuestro desde el día en el que la conocimos. De alguna forma ese pacto inicial entre Silvina y el público se extendió más allá de Gran Hermano. Y mucho más allá de su consentimiento.
Cuando su video sexual se volvió masivo recuerdo más debates sobre la performance de la pareja que sobre la violación a la intimidadâ. Largos debates sobre técnica, tamaño, duración. Seguramente existieron voces disidentes y a mí me traicionan los recuerdos. Insisto: no quiero googlear porque en este caso me importa más cómo se imprimió el hecho en nuestra memoria colectiva. Cuando digo que no hubo críticas a la difusión digo que programas de actualidad dedicaban largos segmentos a discutir, comentar y parodiar pormenores de un video que habíamos visto todos. Yo, por ejemplo, vi el video de Silvina.
Ella no lo había hecho para mí. No decidió publicarlo. Se lo robaron y así llegó a todos los que hicimos nuestra parte dándole playââ. Justamente ayer, el día previo a su muerte, en el Congreso dio un paso más la ley Olimpia, que busca combatir la difusión no consentida de material íntimo. Lo que le pasó a Silvina Luna.
Su madre y su padre ya habían muerto cuando las imágenes del viñedo viajaban de computadora en computadora. Ella dijo que eso, en algún punto, la había aliviado: no causarles vergüenza. Aunque ella era la víctima y no había hecho nada malo, se escondió y padeció. Creyó que se le terminaba la carrera. No era una idea alocada, ya le había pasado a otras. Pero a ella le decían que en su caso no era para tanto, que había hecho antes producciones hot, que hasta se había bañado delante de las cámaras de televisión en el reality. A muchos les costó entender la diferencia. Seguramente varios no lo entiendan aún hoy, más de diez años después. Si total Silvina estaba hermosa en el video y se volvió una fantasía sexual colectiva… Que fuera sin su consentimiento es un detalle que eligen pasar por alto.
Unos meses después de esa exposición involuntaria aceptó estar en una obra de teatro en la temporada de verano en Mar del Plata. Tenía que trabajar. La obra se burlaba del episodio y Silvina ahora se prestaba. ¿Tenía alternativa? ¿Había otra manera de seguir en los medios? Le tocó reírse de su dolor y lo hizo, pagó el precio, siguió adelante.
Silvina se había operado, inyectado, rellenado, succionado y todas las técnicas disponibles, como tantas mujeres famosas y anónimas también. Que nadie crea que esto pone la culpa en ella, que pobrecita no pudo ver lo linda que era o qué débil fue al entregarse al bisturí o elegir mal al cirujano. El médico Anibal Lotocki está siendo investigado en este caso y en otros. âY muchas mujeres que se operan con eminencias en clínicas habilitadas igual soportan comentarios sobre si es mucho o poco, suficiente o demasiado. No hay escapatoria al escrutinio.
No se trata de que Silvina y todas las Silvinas aprendan (aprendamos) amor propio y aceptación de nuestros cuerpos imperfectos. Porque la presión no es una idea nuestra: vivimos bajo la lupa. La mirada es propia, es de varones, es de otras mujeres con las que competimos. Es hasta de nuestro empleador. Hace algunas semanas The Economist publicó un artículo en el que analiza el impacto económico que tiene el peso en la carrera de una mujer. Y no se trata de carreras artísticas.
Silvina jugó con las reglas del juego de los medios pero también de la sociedad que dice que primero hay que ser flaca, linda y joven. Para siempre. A cualquier precio. “El problema no es la falta de amor propio ni elecciones erradas. El problema es esta sociedad gordofóbica que naturaliza el imperativo de la delgadez y la presión estética. El problema es colectivo, no individual”, escribió en sus redes la abogada y activista Laura Contrera, del colectivo @gordesactivando.
Las mujeres le debemos belleza al mundo cualquiera sea nuestra profesión y nuestra circunstancia.â
Sobre las circunstancias: hace tiempo ya eran públicos los padecimientos de Silvina. Dolor, diálisis, necesidad de trasplante. Pero la lupa sobre su cuerpo no iba a dejarla paz ni siquiera en los últimos meses de su vida. “Esta soy yo sin maquillaje, sin filtro, sin botox, sin rellenos”, le dice a cámara en un reel de Instagram publicado en abril en respuesta a otro que se había llenado de comentarios críticos. Quiero decirlo lo más claro posible: gente que se tomó el trabajo de ir a las redes sociales a comentar el aspecto de una persona severamente enferma por tratamientos estéticos. Silvina les respondió: “La enseñanza que tuve fue que buscando mi valía en lo exterior tome una decisión de la que hoy me hago cargo de las consecuencias”.â â
Silvina murió y se volverá lección y advertencia incluso en boca de quienes hoy no cenen más que lechuga y mañana desayunen café con botox. Porque mientras no podamos romper los patrones es lógico tratar de encajar en ellos.
MA/DTC