Fábula nórdica de tintes míticos, The Northman (dirigido por Robert Eggers, 2022) narra en clave de “camino del héroe” la búsqueda de venganza de Amleth, testigo siendo niño de la decapitación de su padre a manos de su tío, intertextualidad evidente con El rey león (1994). Vuelve así al leit motiv de una supuesta animalidad como sinónimo de violencia, que se trasluce en los epítetos: si el padre asesinado es “rey cuervo”, el hijo (Amleth) responde al sobrenombre de “oso lobo”, lo cual hace pensar que el nieto será “hiena pantera león” y así sucesivamente, en un in crescendo de epítetos y violencia que correspondería a estadios tempranos de la historia de Occidente (principios del siglo X, en este caso). Vuelve también a la carga la “teoría de las esferas” (cfr. Kate Millett, Política sexual, 1970): la masculinidad entendida únicamente como violencia (esfera pública) y la feminidad como tema pibis (esfera íntima): crianza y hogar, y esperar en el lugar a que perro lobo vuelva a cenar. Resulta notable en este sentido que ya de camino a una vida familiar que se proyecta pletórica de amor y armonía, Amleth prefiera responder al imperativo de aniquilación total de su enemigo (a esta altura ya bastante diezmado), incluso aunque esto signifique obturar de manera irremediable los almíbares de esa hipótesis de existencia armónica.
El mensaje es claro: la vida es un combate de nosotres contra elles en el que solo uno de estos dos polos puede quedar en pie. La erradicación del elles debe hacerse con meticulosidad molecular (Amleth asesina hasta a su primito/medio hermanito) y es un fin loable en sí mismo, digno de alabanza (y por supuesto de una película de 2 h 17 min), sobre todo si entraña grandes cuotas de sufrimiento y sacrificio para todes. Es una bipolaridad que se derrumba bajo el peso del pensamiento único: el totalitarismo.
La Lagertha de Vikings (seis temporadas, 2013-2020), guerrera y amante, madre y compañera, divorciada, inteligente, política, estadista, conductora de hombres y mujeres, se desdobla en The Northman en dos personajes femeninos que apenas se despegan del ruido ambiente: una revisitación de Penélope y su tejido siempre a medio terminar en la madre y una “bruja” que habla con la naturaleza para que le haga delivery de hongos alucinógenos, arquetipo que retoma la larguísima tradición de feminidad como naturaleza pre o irracional y emociones.
A la llamada Segunda Ola del feminismo estadounidense (décadas del 60 y 70 sobre todo, cuyas obras más importantes retoman y amplían la senda inaugurada por El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, 1949) siguió Conan the Barbarian, película que en 1982 eligió retomar el personaje creado por Robert E. Howard en 1932 para la serie de relatos pulp Weird Tales. Hoy en día, mientras en Estados Unidos la interrupción voluntaria del embarazo como derecho fundamental de las mujeres (conseguido en 1973 gracias al veredicto de Roe vs. Wade) se pone en tela de juicio, The Northman vuelve para celebrar la potencia indudable de la violencia viril consagrada por el patriarcado como faceta única fundamental y aún relevante de la masculinidad, por más que los feminismos y las disidencias de todo el mundo hayan demostrado y demuestren día a día lo contrario. Más que una coincidencia, veo la añoranza de un sistema de valores que reafirma sus preceptos básicos y se (auto)justifica, mientras organiza los argumentos del contragolpe que buscará desandar las conquistas alcanzadas por los movimientos feministas en todo el globo. Como dijo el poeta: me gusta cuando callas. O en el remix local (y actual) de un diputado nacional: “No voy a pedir perdón por tener pene”.
AO