Me pregunto qué hubiera pasado si Carmen Mola hubiese sido de verdad, como su biografía inventada decía, una profesora de 48 años casada y con tres hijos y sin gana ninguna de revelar su identidad. Levantarse a las seis y media de lunes a viernes, prepararse para ir al instituto, lidiar con los hijos adolescentes y quizá con alguno todavía en primaria...
Una jornada laboral que se suele extender en casa para preparar clases y corregir exámenes, las 37,5 horas de trabajo semanal no pagado que, según las estadísticas corresponde a las mujeres españolas con hijos frente a las 20,8 que le tocarían a su marido, quizá una hora de terapia cada quince días para lidiar con los estragos de la carga mental, organizar de vez en cuando una comida con la familia extensa, comprar el regalo de cumpleaños de sus cuñadas...y cuatro libros publicados en tres años. Guau, eso sí da para una novela de ciencia ficción. Claramente era más plausible que fuera un señor, qué digo, tres señores que hubieran decidido hacer un trío -artístico- y lanzarse a escribir libro por año que una mujer normal y corriente con hijos para la que el tiempo escasea.
Tampoco es esa la única sustancia que escasea para las mujeres: las posibilidades también. Vamos, tanto que presentar sus obras con un pseudónimo masculino ha sido la única manera que cientos de escritoras han encontrado para que alguien se interesara por lo que hacían y las publicara. Qué paradójico oye, nosotras haciéndonos pasar por tíos para que nos tomen en serio y ellos haciéndose pasar por nosotras para ganar un millón de euros y vender tropocientosmil libros.
Nosotras intentando que no se nos etiquete -literatura femenina, flor de un día, autora de un libro pero no escritora, mujeres escritoras, jóvenes promesas- y ellos, ávidos de parapetarse tras un nombre y una identidad de mujer. Será por algo, y no parece que fuera precisamente por desear esas etiquetas que nosotras sufrimos, ni esa falta de tiempo, ni de posibilidades ni de cuartos propios. Será que los hombres juegan a ser nosotras cuando hay un interés comercial y mucha pasta detrás. Para eso sí sale rentable usurpar nuestra identidad.
Tampoco parece que ese pseudónimo femenino tuviera la intención de que los autores pasaran realmente inadvertidos, como sí afirmó la ya descubierta Carmen Mola en algunas de sus entrevistas. Para qué, decía la escritora, no tenía necesidad de revelar quién era ella en realidad. Porque ya se sabe, una mujer discreta vale por dos, dice el patriarcado. ¿Por qué querer el reconocimiento público y todo lo que eso implica cuando puedes quedarte en casa con tus tres hijos mientras el pollo se asa en el horno?
Sin duda, y a la luz de lo dicho por 'Carmen Mola' en sus entrevistas, esa identidad, la de la madre y profesora que se encierra a escribir exitosas novelas negras pero que prefiere el recogimiento del hogar a la exposición pública, les parecía a los auténticos autores de sus libros una cosa excéntrica. ¿Cómo iba una adorable mujer de 48 años con tres hijos a escribir novelas terribles, con cadáveres comidos por gusanos y cosas así? Ya se sabe que nosotras solo escribimos novelas románticas. Venga, nos ponemos un nombre de tía, porque la gente va a alucinar con que una madre y maestra sea capaz de inventar estas tramas. Loquísimo.
Más allá del enojo, a modo de conclusión pienso en dos frases. Una es una orden: “Si eres una mujer y tienes éxito, por favor, reclámalo, porque si no otros lo harán por nosotras, en nuestra nombre o aprovechándose de él”. La otra es una pregunta: ¿Un millón de euros para cuántos cuartos propios da?
ARA