Existe la superstición de que los buenos escritores no tienen vida, como si eso fuese posible; o que la que tienen es menos trascendente que su obra. Pero en los hechos, cada cual afronta con los dotes que tenga la aventura que le toca representar. Hay que vivir y hay que escribir, y el orden en que se manifiestan estas exclusividades gemelas lo impondrá el artista, o lo sufrirá.
Turco, Vida, obra y secretos de Jorge Cayetano Asís (Planeta, 2024), de Pablo Perantuono y Fernando Soriano, se hunde en los rastros del Turco Asís, una persona a la que le vemos desplegar el arte contradictorio de la existencia. Habla y escribe para vivir, entrar, salir, escapar, confesar, traicionar. Es difícil encontrar en la literatura argentina un ejemplar de la especie “persona que escribe” que le haya dado tanta acción al lenguaje. El fenómeno, que es literario pero sobre todo vital, es posible porque Asís ejecuta esos verbos en un escenario común en el que no se distinguen (ni falta que hace) la vida de la obra.
Hijo de un vendedor de buzones de Villa Domínico, es decir vendedor de lo que no se tiene, de lo que no es de uno (y, sin embargo, está ahí), Asís adquiere de su padre algunos poderes. Entre ellos, un uso no imitativo del lenguaje, lo que lo lleva a emplearlo como una propiedad personal. A falta de dones materiales en la familia, la lengua es un patrimonio soberano si quien la emplea hace uso simultáneo de un carácter.
Hay una belleza inesperada en las ambigüedades del personaje revelado meticulosamente por Perantuono y Soriano. Es algo que aparece muy pronto en el libro, apenas lo vemos lanzarse desde la plataforma sentimental de la adolescencia hacia una vida de novela, el yacimiento de profundidad que hace posible su literatura de recolección.
Turco es un inventario de actividades protagonizadas por varios personajes principales que responden al nombre de Jorge Asís, acaecidas en escenarios de varios mundos. El “canguro” vendedor de cualquier cosa, el escritor, el disertante de amaneramientos auto paródicos, el informante informado, el mujeriego de neorrealismo, el esposo compinche, el padre, el acostado y el rescatado, el afiliado comunista, el funcionario de Estado, el embajador y el paria, el entrevistado y el entrevistador, el proscripto y el indultado se pasean con el encantador sayo del individuo de multitudes interiores por las calles del Conurbano Sur, la casa materna, la Feria del Libro de Buenos Aires, las embajadas, los sets de televisión, los grandes diarios y los blogs, los aeropuertos y los bares La Paz, Florida Garden, La Biela y Les Deux Magots.
Quizás en la cuadratura de esos bares, mencionados muchas veces en Turco, puedan hallarse las orientaciones de Jorge Asís. En La Paz, se entrena como polemista; del Florida Garden, toma información “reservada”; de La Biela, absorbe un costumbrismo de clase alta y en Les Deux Magots se regodea en la ilustración francófila que, por extensión, incluye esa marca un poco tilinga conocida como “mundo”. Por encima de esas estaciones, sobrevuela la literatura entendida como la verdadera necesidad (verdadera, no única).
En Turco, Pablo Perantuono y Fernando Soriano (quizás ese sea el programa principal del libro) se entregan a una voluntad de comprensión. Lo que hace que en la medida en que crezcan los matices de Asís, decrezca a la misma velocidad la tentación del juicio. Porque hay una ley dentro de esta biografía, que es la de no condescender a darnos, tanto por elegancia narrativa como por fobia moral, un “reducido” de identidad. Como si el libro, que nace de la pregunta: “¿Quién es Jorge Asís?”, se respondiera: “Ah, no sé. Ni idea”.
Es el enigma de Jorge Asís lo que al cabo de más de seiscientas páginas se mantiene vigente. Y no porque Turco haga el trabajo sucio de un mantenimiento por el cual lo que ya se sabía de Asís se consolida y se cristaliza. El enigma se mantiene vigente porque lo que hace el libro es ampliarlo. Basta con que Perantuono y Soriano dejen correr los ríos y ríos de testimonios tomados o recogidos que bajan de la zona dura de la investigación, esa espacie de Cámara Gesell en la que se cumple el sueño dorado del chisme de hablar “por atrás”, para que Asís reaparezca ante nosotros con resplandores y oscuridades nuevas. Digamos como un hombre que, probablemente, es más asombroso que su mito.
Si por momentos Turco nos introduce a un lavado de cerebro por vía de la exhaustividad y de sus grandes momentos novelísticos, lo que deriva en tener tanta información de Asís y tanta cercanía con él como para que imaginemos que no sabemos nada, la salida es siempre el regreso a la figura del Asís escritor. Porque de él se podrá decir cualquier cosa, como se ha dicho. Lo único interdicto de esta biografía, lo único que no se puede decir es que no sea un escritor. Y no sólo cuando escribe como afiebrado en sus temporadas europeas; o como cuando, de repente, se despierta en la noche, se levanta y escribe. Cuando renunció por televisión como Secretario de Cultura de Carlos Menem, también lo hizo como escritor. Porque ¿qué es un escritor sino un problema, de él y de los demás?
La historia de cómo, cuándo y tal vez por qué escribió Diario de la Argentina es uno de los grandes momentos de Turco. La censura vitalicia de Clarín contra Asís y los libros de Asís, en tanto reacción del poder intocable damnificado, es un pozo ciego de alardeo disciplinario y ridículo editorial por el que no habría pasado el diario de pueblo más modesto. Pero así fueron las cosas. Los magnates rústicos de Clarín, con menos literatura en las venas que el Chat GPT, acusaron a su exredactor de “traición”, como si antes hubiese sido posible un pacto de hermandad entre un escritor y el holding que lo emplea. La respuesta no dicha de por qué Asís escribió esa novela, una especie de Plegarias atendidas escrita por Truman Capote con el idioma de Roberto Arlt, se deduce naturalmente de Turco: ¿Y por qué no? ¿Quién se lo iba a prohibir?
Hay también en ese ejército de conquistadores de todos los territorios que conviven en Jorge Asís, una manera incesante de andar. Si hay una incomodidad en él (o un temor), es la de tener una sola vida, la de “caer” en una sola vida como quien cae al pozo del que no va a poder salir. Por lo que de algún modo, Turco es la memoria por momentos increíble de un casting de cincuenta años en el que Asís nunca deja de manifestarse en transición hacia otra cosa. Detrás de esa presencia vibrátil, asomándose todo el tiempo como un Cuco, nunca dejan de verse las erupciones y enfriamientos de ese volcán llamado República Argentina.
El encuentro de los autores con el biografiado es inolvidable para el lector y, seguramente, para ellos tres también. Asís ha estado escurriéndoseles sin animosidad y, por fin, prácticamente con el libro en la imprenta, sucede el encuentro, en cuyo interior sólo sucede una cosa: la emoción de Asís al recordar a Haroldo Conti y, sin dudas, a su propia juventud. Son unos minutos en un bar de Recoleta, breves pero muy representativos del viaje de Asís.
Está en Recoleta, su barrio adoptivo, al que ha llegado después de un largo peregrinaje que comenzó hace sesenta años en Villa Domínico. En el raid atravesó laberintos, aros de fuego y desmoronamientos estando en la cima. Su triunfo de escritor es lo más parecido al triunfo de un boxeador que se pueda imaginar. Hay gloria y melancolía en la mirada del campeón. Una frase íntima de Mirta Hortas, su mujer durante treinta años, refrenda esta hipótesis: “Nunca bajó la guardia”.
JJB/DTC