Viven en 16 países distintos de la región y aunque habitan distintos suelos, coinciden en experiencias que les hermanan desde la tristeza y la lucha. Son una coalición fraterna y solidaria.
Víctimas de violencia sexual infantil, formaron el Movimiento de Valientes de Latinoamérica y el Caribe, para impulsar cambios legales e institucionales como prevención del delito, llevar a los perpetradores a la Justicia y ayudar a que los sobrevivientes sanen sus heridas.
En su libro La niña del campanario, Sonia Almada menciona su propio padecer, tal como en el reciente lanzamiento del Movimiento de Valientes lo hizo recientemente cada uno de los fundadores. Almada creó hace veinte años la organización Aralma que impulsa la erradicación de todas las formas de violencia hacia infancias y familia.
“Pero mi posición ética siempre fue no contar detalles sobre el delito de violencia sexual intrafamiliar”, explica. “A mí me ocurrió a los 8 años y duró bastante, el perpetrador fue un tío político. Intenté avisar, no solo con síntomas y trastornos, pero no me pudieron escuchar ni comprender y tuve que guardar silencio mucho tiempo. A los 14, lo conté de nuevo y aunque me escucharon no pasó nada. Yo imaginaba que iban a salir a correr al pederasta y matarlo, pero no ocurrió”
Alrededor de 1,1 millones de niños, niñas y adolescentes fueron víctimas de violencia sexual en la región, según Unicef. El 58% de niños, niñas y adolescentes en América Latina sufrieron abuso físico, emocional o sexual en el último año, según la OMS.
Sonia me cuenta que, cuando estaba estudiando Psicología, empezó a trabajar en un merendero en Provincia de Buenos Aires y, mientras ayudaba con los trabajos escolares, “los chicos me contaron que en sus casas padecían maltrato y violencia sexual. No había sido la única a la que le había pasado. Había visto al pederasta que abusaba de mí, abusar de mis primas, pero pensaba que solo en mi familia pasaba algo tan atroz”.
Sonia encaró sus estudios desde esa perspectiva, trabajando una tematica naturalizada e invisibilizada en sus años de estudiante, entre el 85 y el 92, siguiendo los pasos de su hermano mayor, Iván, que también estudió Psicología.
“Ya recibida, trabajé muchos años en el área de Psicopatología para niñas, niños y adolescentes del Hospital Durand. Empecé a forjar una red y a convocar profesores que hubiesen trabajado con maltrato y abuso sexual. Hicimos un curso anual,empezamos a hablar del tema intrahospitalariamente, tratamos de ponerlo en la agenda”.
A Claudia Padilla, de Honduras, otra de las millones de víctimas de violencia sexual, el sistema le falló. Entre los 5 y los 11 años, su padre, quien debía protegerla, abusó de ella y de su hermana menor, e incluso las sometió a explotación sexual comercial con amigos cercanos. Cuando algunas vecinas lo denunciaron por acosar a otras niñas del barrio, cuando se descubrió los abusos a los que sometía a sus hijas, la justicia, alegando su avanzada edad, no solo lo mandó a cumplir prisión preventiva en su casa sino que envió a las niñas con él. Solo cuando el criminal murió, por causas naturales, la violencia sexual acabó.
En el país de Claudia, las tasas de violencia sexual son altas. Cada tres horas se registra una denuncia por agresión sexual y cada año 23.000 niñas y adolescentes paren, en su mayoría por violaciones.
La experiencia traumática definió su vida. A los 14 años, comenzó a activar y defender a otras víctimas. Hoy integra varias organizaciones que luchan por esta y otras causas, como los derechos de las mujeres y de la comunidad LGTBIQ+. Cada semana atiende al menos tres casos de violencia sexual, enfrentando distintos obstáculos legislativos y burocráticos, casi siempre sola.
Hace algunas semanas, Claudia conoció a otres, personas de distintas partes de Latinoamérica que también habían sido víctimas de abuso cuando fueron niños o adolescentes y luego se transformaron en líderes en sus países. Fue en Ciudad de Buenos Aires, cuando tomaron conciencia de que no estaban más solos.
Otra lideresa es Brisa de Angulo, de Bolivia, quien a los 15 años fue violada durante meses por un familiar. Su caso llegó hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que sancionó al Estado boliviano por haber vulnerado sus derechos durante el proceso judicial contra el agresor. Brisa es referente en Latinoamérica para todas las víctimas que buscan justicia.
El Movimiento de Valientes forma parte del Brave Movement, creado en 2022 por la activista Daniela Ligiero para prevenir la violencia sexual, impulsar que los agresores sean llevados ante la justicia y ayudar a que los sobrevivientes encuentren reparación y puedan sanar.
Entre otros referentes de Valientes, también se encuentran la uruguaya Victoria Marichal y Zoilamérica Narváez, hijastra del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, quien durante 13 años padeció las agresiones sexuales del dictador. Además, está el peruano José Enrique Escardó, la primera persona que denunció los abusos del Sodalicio, en 2000, en particular contra el líder de la organización católica, Germán Doig.
Según explica Almada, la situación en la Argentina alarma. No existen campañas de prevención, ni suficientes espacios de sanación y recuperación de los sobrevivientes adultos de este crimen continuo. “Las secuelas te acompañan a lo largo de la vida y tampoco hay acceso a la justicia. Al sobreviviente le demanda entre 20 y 52 años contar lo que le pasó. Algunos lo reprimen, lo olvidan. Por eso la consigna de Aralma es A nuestro tiempo, porque es el tiempo en que te podés hacer cargo de que lo que te sucedió fue un crimen”.
Aralma presentó un proyecto de ley para que estos crímenes no prescriban jamás, otro para crear una comisión de la verdad y la reparación que pueda recabar la información desde 1930 hasta la fecha. Los datos son muy fragmentarios. Hay un tercer proyecto para crear un Día Solidario con las y los sobrevivientes, que siempre son rechazados, criminalizados, no escuchados, ni atendidos.
LH/MF