Las últimas dos semanas han tenido de todo en Estados Unidos. Un atentado contra un expresidente; un presidente en ejercicio que declina su candidatura después de darla como un hecho y una reemplazante que podría convertirse en la primera presidenta mujer con orígenes afroamericanos y asiáticos al mismo tiempo. La sucesión de hechos inesperados y en ocasiones difíciles de digerir genera la sensación de estar viendo una de esas series de Netflix que para agregar capítulos empieza a incorporar giros inverosímiles, cuando no absurdos.
En ese contexto decidí leer la novela Hillbilly, una elegía rural (Planeta, 2017), del reciente anunciado precandidato a vicepresidente de Donald Trump, J. D. Vance. No la hubiera leído si no fuera porque había obtenido buenas reseñas y el New York Times la tiene ubicada en su segundo puesto de la lista de best sellers de no ficción. Tras la lectura de los primeros capítulos, no pude estar más de acuerdo. Algo, el estilo directo, la crudeza, me recordó a los cuentos de Carver y a las novelas de Faulkner.
Como fuera, lo interesante fue leer la novela al mismo tiempo que leía en los medios internacionales lo que se decía del propio Vance, ahora que se convirtió en el sorpresivo acompañante de un Donald Trump, que sigue teniendo de enemiga a la mayoría de la prensa “liberal” y “progresista” de los Estados Unidos y Europa. La mencionada novela es un recorrido por la vida de Vance desde que nace en Los Apalaches, unas extensas cordilleras que abarcan varios Estados, entre ellos el de Kentucky, hasta que se convierte en un empleado de un fondo de inversión en San Francisco.
La infancia de Vance es una verdadera pesadilla, con un padre ausente, una madre violenta y con problemas de adicción, unos abuelos que intentan sostener la familia desde una crueldad e ignorancia heredada, y un voluntarismo para sacar adelante a sus familiares que avanza sobre campo minado entre todo tipo de carencias (de las económicas a las afectivas).
El trasfondo del desarrollo familiar es el intento por salir de la pobreza de Jackson (en Los Apalaches) en su traslado a la ciudad industrial de Ohio que, tras la segunda guerra mundial, vive una edad dorada que empezaría a declinar en los ochenta y noventa hasta hoy, que los gobiernos republicanos y demócratas prueban distintas recetas para reemplazar la economía industrial y sus empleos de calidad sin hallar solución.
En pocas palabras, Vance destaca el sentido de comunidad que habían aportado las grandes empresas industriales a ciudades como las de Ohio; que contrataban a familiares y amigos de un trabajador, pagaban buenos salarios, aportaban a la infraestructura urbana. Los empleados podían permitirse, además de una buena vida de clase media, invertir parte del dinero familiar en la educación de sus hijos, con quienes aspiraban a dar un verdadero salto en la escala social. En el caso de Vance, el caso era más complejo por la violencia y la crisis reinante en el entorno familiar. Sin embargo, gracias a la ayuda de su abuela, y, posteriormente, su ingreso a los Marines, logró graduarse en una de las universidades de élite de Estados Unidos.
El testimonio de Vance suena honesto. No hay absolutos, sino reflexiones complejas, a menudo contradictorias, sobre la forma en que lo criaron, sobre las causas de la pobreza y la disfuncionalidad de su familia, que es la misma de la mayoría de Kentucky y los Estados del “Cinturón del Óxido”, y cuál es el “preocupante” panorama actual.
“La gran mayoría de los habitantes de Jackson ronda el umbral de la pobreza. Se ha producido una epidemia de adicción a los medicamentos con receta. Las escuelas públicas son tan malas que el estado de Kentucky asumió su control no hace mucho. En todo caso, los padres mandan a sus hijos a esas escuelas porque apenas tienen dinero de más, y el instituto no consigue mandar a sus estudiantes a la universidad con una regularidad alarmante. Físicamente, la gente tiene mala salud y sin la ayuda del gobierno no puede acceder a tratamientos para las dolencias más básicas. Y lo que es más importante, quieren que sea así, son reacios a abrir sus vidas ante los demás por la sencilla razón de que no quieren que los juzguen”.
En medio de esa instancia de la lectura de la novela, decidí darle un vistazo a lo que decían los medios sobre Vance. En principio, muy poco sobre la realidad de los trabajadores norteamericanos industriales (aunque las reseñas del 2017 interpretaron el texto como una explicación del voto a Trump en el “Cinturón del Óxido”), como si todo lo que se cuenta o se asocia con el acompañante del magnate neoyorquino fuera menos importante que el declino abrupto de millones de trabajadores que no encajan en el modelo de Silicon Valley.
En New York Times, por ejemplo, destacaron una entrevista de Vance en la cadena Fox, en la que atacaba a Kamala Harris y Alexandria Ocasio-Cortez por no tener hijos (lo que para Vance no cuadraba habiéndose creado en un auténtico clan familiar) llamándolas despectivamente como “mujeres gatos sin hijos”. La misma nota mencionaba un enfrentamiento de Taylor Swift y Jennifer Anniston contra Vance a propósito de declaraciones como estas. El autor del artículo afirmaba que “haber (Trump) elegido a un buller de compañero podía hacer que se arrepienta”.
En el video –aunque eso no lo menciona la nota– Vance decía que el país estaba dirigido por los demócratas y los oligarcas corporativos. El hecho de poner al frente de las “riendas del país” al partido demócrata y al sector social más elevado, me pareció sorpresivo. Sin embargo, en un artículo de este jueves titulado “Wall Street sacudido por el ascenso de Vance y Harris”, el Financial Times reflejaba el temor de la élite norteamericana de las finanzas por la nominación de Vance como precandidato a vicepresidente.
“Vance defiende ese credo anticorporativo, populista y aislacionista de que las grandes empresas, el comercio internacional, Wall Street, las fusiones, la inmigración, etc. están diseñados para perjudicar a los 'verdaderos estadounidenses'”, cita el diario inglés en referencia al comentario de un broker.
En relación a esa perspectiva, el periodista del FT señala que el mundo de las finanzas está aún valorando a quién apoyar (si demócratas o republicanos), aunque concluye que están más cerca de votar a Harris (un “demonio” conocido) que a Vance, y concluye con un testimonio de un financista: “No debería decirlo, pero implementar las políticas de Vance haría que Wall Street anhelara el regreso de Lina Khan”.
De origen pakistaní, Khan es una abogada que cobró fama cuando demandó a Amazon por monopolio, y que afirma que existe “una tendencia sistémica en Estados Unidos hacia la concentración: los mercados pasaron a estar controlados por un número muy pequeño de empresas”.
Otro artículo de El País de España incluye una extensa y detallada reseña sobre la novela, que pivotea entre la crítica y el reconocimiento de la novela y del propio Vance, aunque está escrita de tal forma que admiradores y adversarios pueden sentirse ambos a gusto. Casi al principio, el periodista incluye una observación sobre un desafortunado diálogo entre la abuela de Vance y éste por las dudas sobre la sexualidad del autor cuando era un preadolescente:
“Cuando Vance siente dudas sobre su identidad sexual, su abuela le pregunta si le gusta ”chupar pollas“, él contesta que no, así que la abuela concluye prudentemente: ”Entonces no eres gay. Y aunque quisieras chupar pollas, no pasaría nada. Dios te querría igual“, un poco antes de amenazar a la madre con plantarle ”el cañón“ de su pistola en la cara si ella volvía a amenazar de muerte al chaval”.
La escena requiere mucho más contexto para entender la falta total de pedagogía de la abuela, o por qué le había apuntado con un arma a su hija. Sobre todo porque el párrafo previo a esa mención es una declaración de Vance diciendo que su abuela era lo “mejor” que “jamás le había ocurrido”. En cualquier caso, la señora no sale bien parada en absoluto, ni es posible que el lector tenga un mínimo de empatía por alguien así. En mi caso, fue mucho más fácil tras la lectura del libro, pero también porque en Tortuguitas, provincia de Buenos Aires, donde había nacido la familia de mi mamá era moneda corriente que en cuestiones como la sexualidad, incluso con los preadolescentes y adolescentes, se expresaran discursos crueles, ignorantes y brutales.
Vance decía que su familia era una más del montón, y estoy seguro que la mía de Tortuguitas no sería la única en el conurbano de los años setenta y ochenta. Probablamente en Europa no existan esos niveles de brutalidad familiar, pero en Estados Unidos y en Argentina, más que juzgarla sería bueno comprenderla (en su origen y trayectoria).
En otro de los párrafos, el periodista hace mención a las críticas del Estado de Bienestar de Vance, que no son absolutas de ninguna manera. En su libro, observa cómo algunos vecinos que reciben vales estatales los venden o hacen negocios con ellos, y trabajan menos que el resto. El hecho en cuestión parece ponerlo en la vereda de Milei. Sin embargo, es una descripción que dice mucho más sobre el sentimiento de las clases medias y bajas de Estados Unidos que de la posición política de Vance.
Por cierto, un par de años atrás, un trabajador de limpieza de la Casa Rosada me dijo que el gobierno debía dejar de dar ayudas sin contraprestación alguna. El tipo, que era joven, viajaba dos horas diarias entre tren y colectivo para ir a dormir a la casa de su abuela en Berazategui, y tenía dos trabajos con los que esperaba generar los ingresos suficientes para estudiar programación. La reacción a las ayudas del gobierno era parecida a la de Vance: decía que vecinos y amigos de su entorno recibían ayudas pero no trabajaban y se gastaban buena parte del ingreso en fiesta.
La mayoría de los artículos de estos días en la prensa no lo pintan bien a Vance. Una historieta del Washington Post los resume bien. Muestra a un Vance enojado, de corte dogmático, entre gatos que le meten la pata en la oreja o se le cuelgan del brazo. El título del dibujo es “Vance, un hombre miserable”. En general, difieren mucho de los artículos del 2017, cuando la novela salió al mercado y se hizo famosa. En la revista New Yorker, por ejemplo, la describen como “un relato detallado y conmovedor de la lucha estadounidense”.
Para ser justo, el periodista de El País termina su nota diciendo que algo del Vance de hace ocho años debe haber en el de ahora, y que eso puede hacer que el autor de ‘Una elegía rural’ reubique al Partido Republicano en coordenadas que expulsen el trumpismo desquiciado, destructivo y demagógico“. ¿Será eso u otra cosa?
AF/DTC