Tarde de verano en 2002. Un cantante de tren entona un tema en el Mitre, ramal José León Suárez, rumbo a Retiro. Logra conmover al vagón. Ovación y buena recaudación para el artista.
Tarde de otoño en 2023. Un rapero recita una letra de tinte político en la línea A del subte que recorre avenida Rivadavia. El público no estalla, pero aplausos entusiastas se hacen sentir. Otra vez, buena recaudación.
Fin de las coincidencias.
El cantante de la crisis de 2002 era un peruano que venía caminando los vagones del Mitre hacía rato. Voz caudalosa para entonar “Resistiendo”, letra de Teresa Parodi, conocida en 2000, cuando la caldera del fin de la convertibilidad comenzaba a elevar la temperatura. A la llegada del estribillo, el vagón se hizo coro: “Nos han robado hasta la primavera, pero no pueden con nuestra canción. Parece frágil pero no se entrega, sigue cantando como vos y yo”.
El rapero del martes pasado era un pibe arquetípico de un barrio popular del AMBA. Gorrita con visera al revés, talento escénico y una letra con un blanco central: “el Presidente”, narrado como una persona corrupta, amante del lujo y los autos caros, y propenso a la represión policial, en contraposición al esfuerzo denodado e individual de quien cantaba. Entre los defectos de Alberto Fernández, el hedonismo y el punitivismo no aparecen o, al menos, resuenan bastante menos que en predecesores. Pero el rapero ya probó que su letra recoge la imagen negativa “del Presidente” y su identificación con el privilegio. ¿Resabio irremontable de la foto de Olivos? Ante cada billete que cayó en su mochila, que fueron varios, “bendiciones”.
Testimonios de pasajeros dan cuenta de que el rap antipresidencial no es una obra solista. Se repite en subtes y trenes conurbanos, con un aditamento frecuente. Tras la canción, llega un equipo con mensaje bíblico. Indicios que requerirían un estudio mayor para asegurar que iglesias evangélicas militan al mensaje ultraliberal en lo económico y ultraconservador en lo social y político, como ocurrió con el ascenso de Jair Bolsonaro en Brasil.
Son hijos de pequeños comerciantes y trabajadores a los que Milei les dio una lengua política
Shila Vilker, directora de la firma de opinión pública Trespuntozero, viene detectando en los focus groups a un núcleo de votantes de Milei de sectores medios-bajos no universitarios, sin mayores lecturas en ciencias sociales, que argumentan contra el “keynesianismo” y el “colectivismo”. Esos conceptos, enumerados pero no desarrollados, sintonizan con otras definiciones de los encuestados sobre “el peronismo, gran fracaso argentino”.
“Son hijos de pequeños comerciantes y trabajadores a los que Milei les dio una lengua política”, que les vale para expresar “el rechazo al privilegio” de la casta, explica Vilker. El territorio en el que estos jóvenes votantes viven parte del día, las redes sociales, se puebla de la narrativa libertaria que acercan los algoritmos, agrega.
La ola transita vagones, calles y redes de Argentina, y más allá.
España profunda
La comparación entre países suele ser antojadiza si prescinde de particularidades, omite tradiciones y equipara contextos con imprudencia. Tanto como que la negación de tendencias internacionales constituye un sinsentido.
España acaba de consolidar un vuelco a la derecha que se venía gestando, al menos, desde el pico de la pandemia, cuando la presidenta de la comunidad (gobernadora) de Madrid (capital y alrededores), Isabel Díaz Ayuso, lanzó la batalla “por la libertad, contra el comunismo”.
Hay rasgos similares entre el ejecutivo de Pedro Sánchez, líder del PSOE, y sus aliados de Unidas Podemos, y el Gobierno del Frente de Todos, pero también importantes diferencias. Una de ellas es que, tras una década y media entre mediocre y mala, con varios períodos de recesión, los indicadores españoles fueron mejores que lo esperado en el último año. La inflación, que alteró la vida de los europeos en 2021 y 2022, en España ya está entre las más bajas del continente. Sánchez implementó medidas redistributivas sensibles, como un aumento del salario mínimo e impuestos a las ganancias inesperadas de la guerra y la pandemia. “Peronistas” para la denuncia del PP. Lejos de afrontar una crisis financiera asfixiante como Argentina, España está cobrando los Fondos Europeos de Recuperación Next Generation concedidos por los países del norte del continente a los del sur para refundar economías devastadas por la pandemia. En el caso del país ibérico, son unos Ð 70.000 millones, entre préstamos y subvenciones.
De cara a las elecciones presidenciales que estaban previstas para diciembre, había motivos para pensar que el candidato opositor Alberto Núñez-Feijóo, dueño de una retórica moderada para el radicalizado Partido Popular, se iba a ver forzado a cambiar el chip que asociaba las penurias económicas a la gestión “del sanchismo”. Los resultados en las elecciones municipales y autonómicas, malos para el PSOE y demoledores para la izquierda, le ahorrarán el trabajo de la coherencia.
Más que Feijóo, ganó la línea de Ayuso, la líder que fascina a ambos candidatos presidenciales de Juntos por el Cambio y al mainstream mediático argentino. La presidenta de la Comunidad de Madrid compite palmo a palmo con la fiereza de Vox. Se cuida, tan solo, de los condimentos más retrógrados de la reivindicación franquista y la xenofobia, extremo que la ubicaría en los márgenes de la Europa presentable. Por lo demás, Ayuso tiene claro el camino. Ante cada desafío de la izquierda, dobla la apuesta y, por lo que se ve, gana.
Tengo a la gente más leal, ¿Alguna vez han visto algo así? Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente, y no perdería votantes
Pablo Iglesias, transformado en una espada mediática filosa de Podemos tras retirarse de la lucha por los cargos, suele explicar sus derrotas con la cita de aquella frase de Donald Trump en Iowa, durante su (¿primer?) ascenso a la presidencia: “Tengo a la gente más leal, ¿Alguna vez han visto algo así? Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente, y no perdería votantes”.
Son tiempos en que Ayuso y Vox, hagan lo que hagan, no pierden votantes.
Javier Ortega Smith, argentino-español, candidato de Vox a la alcaldía de Madrid y cofundador del partido, se paseó en la campaña en modo matón. Se hizo filmar frente a edificios supuestamente tomados por inmigrantes, a quienes amenazaba e invitaba a pelear.
Entre lo que hizo Ayuso, está el haberle pagado Ð 234.000 a la empresa de su hermano por intermediar en la compra de barbijos coreanos en abril de 2020, realizada a su vez por una importadora de un íntimo amigo, quien también obtuvo una ganancia desmesurada. Win-win. El caso es público y está documentado, potencialmente devastador en muchas democracias. Un rival de Ayuso dentro del PP, Pablo Casado, se preguntó en su momento: “La cuestión es si es entendible que el 1 de abril, cuando morían en España 700 personas, se puede contratar con tu hermana y recibir 286.000 euros de beneficio por vender mascarillas”. Casado terminó defenestrado y Ayuso, entronizada.
¿Crece la derecha del PP a costa de la ultraderecha de Vox? Todo lo contrario. Ambos suben y expanden las fronteras de sus mapas.
Chile profundo
España queda lejos, Chile está más cerca. Un registro de la consultora CERC-Mori marcó que la adhesión a la creencia de que el golpe de Augusto Pinochet en Chile “destruyó la democracia” bajó a 42% (63% en 2013), el menor porcentaje desde que la firma mide al respecto, 1995. Lo contrario ocurre con el concepto de que la dictadura “liberó a Chile del marxismo”. Allí, el porcentaje sube a 36% (18% en 2013), iguala las respuestas de 2000, máximo en las mediciones de la consultora. La suba del consenso sobre esa dictadura que secuestró, torturó y desapareció creció aceleradamente en los últimos dos años, tras alcanzar un piso durante un lustro.
El constituyente Luis Silva, el más votado individualmente en las pasadas elecciones del 7 de mayo, dijo esta semana que sentía “un dejo de admiración” por Pinochet “por el hecho de que creo que fue un estadista, definitivamente un hombre que supo conducir el Estado”. Matizó que “en su tiempo ocurrieron cosas que él no podía no conocer y son atroces”. Silva reclamó una visión “ponderada” del dictador. A tono con esta época, en la que alguien que se ubique en el término medio entre victimarios de lesa humanidad y sus víctimas es descripto como una persona sosegada y justa. No va a faltar quien valore el término medio de Silva ante un energúmeno que proponga un retorno liso y llano a la picana y la desaparición de personas.
El escándalo, un negocio
Milei ha prometido dinamitar el Banco Central, promover la venta de órganos, estudiar la venta de niños. Grita, agrede, habla con un repertorio lexicográfico elemental, cobra en dólares de fondos no identificados a la vez que legisla para el Estado argentino. Propone como vicepresidenta a una negacionista del terrorismo de Estado, Victoria Villarruel, quien hasta hace poco mantenía un campo de acción acotado a actos de fanáticos, agitación en círculos de militares retirados, cartas de lectores de La Nación y algún despacho oficial que se dejó abrir durante el Gobierno de Mauricio Macri. Hoy es diputada nacional y mañana puede presidir el Senado.
Los enemigos del libertario se escandalizan ante un repertorio que hasta encendería alguna alerta entre sus socios internacionales de Chile, España y Brasil. Cabe preguntarse si la popularidad de Milei no se da por —y no pese a— las aberraciones que propone, no tanto —o no sólo— en adhesión al contenido, sino por su mensaje implícito de que, en la lógica derrotista, mejor que explote todo.
Cabe preguntarse si la popularidad de Milei no se da por —y no pese a— las aberraciones que propone
El consultor empresarial navega con pericia una ola fermentada durante el trauma psíquico y económico de la pandemia, tras una sucesión de dos gobiernos, uno de derecha, otro peronista, que analizados por los números brutos de pobreza que dejaron, sin entrar en detalles, fracasaron.
Son los medios los que deberían entrar en detalles. Explicar causas, contrastar datos, analizar puntos de partida y de llegada, desmenuzar la hojarasca y exponer a farsantes. En un sistema periodístico volcado a la derecha y polarizado por una no derecha que replica decibeles y prácticas; de propiedad turbia, propensión al insulto, al zócalo estridente y a una voz ramplona del oyente, la actuación de Milei los últimos cuatro años calza como anillo al dedo. La cámara televisiva y el libertario vivieron un amorío, y a toda la industria le pareció divertido.
Ahora, algunos medios que le abrieron las puertas de par en par juegan a la confrontación. Les parecía que los insultos y las amenazas a la izquierda y el kirchnerismo estaban bien, pero la expresión “Juntos por el Cargo” no contribuye al diálogo y al consenso. Que eso de vender un riñón para pagar el gas, en el marco del libre albedrío descripto por algún autor que Milei leyó en las universidades privadas que lo formaron, puede resultar chocante. ¿Mirá si el niño que el ultraderechista estudia vender cuando madure el capitalismo justo es el hijo del televidente victimizado que mira para pasar el rato y descargar su bronca?
Los márgenes de Milei
A esta altura, el sketch en el que Milei y los conductores de La Nación+ se pelean, le conviene. Shila Vilker evalúa que el candidato de La Libertad Avanza ya cosechó gran parte de lo que podía de Juntos por el Cambio, y que todavía tiene campo por recorrer sobre el peronismo o el no macrismo. En ese plan, cuestionar duramente a la alianza conservadora puede ser una estrategia, antes que para convencer de que no la voten, para atraer a quienes nunca la votarían.
A esta altura, el sketch en el que Milei y los conductores de La Nación+ se pelean, le conviene
Las encuestas vuelan. La mayoría exhibe una carrera entre tres cuartos de lo que quede del Frente de Todos, Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza. Según cómo se formule la pregunta y los candidatos que se incluyan, el orden varía, aunque por lo general, las derechas son ubicadas un escalón por encima del peronismo. Un último cuarto se reparte entre indecisos, la izquierda, el peronismo antikirchnerista.
En un escenario en el que Milei es el único candidato firme y el resto está en veremos, una aseveración sobre el resultado electoral luce prematura. Una encuesta presencial de Synopsis realizada entre el 6 y el 13 de mayo ubicó a la suma de candidatos peronistas en 30%, a los de Juntos por el Cambio en 28,9% y al libertario en 24,4%, con oscilaciones leves según se agregan o sacan nombres de postulantes.
Lucas Romero, director de Synopsis, registró el avance de Milei, pero advierte una hipótesis de estancamiento por cuestiones sociodemográficas. ¿Cuánto más puede crecer entre los jóvenes entre 16 y 29 años, segmento en el que su ventaja ya es abrumadora? ¿Qué espacio tiene para ampliar su base todavía más en ciertas zonas geográficas y socioeconómicas con décadas de comportamientos electorales en un sentido?
El analista advierte otro aspecto, vinculado a la densidad de la decisión del voto. Una cosa es nombrar la preferencia por la persona que vehiculiza el enojo en las redes y las pantallas televisivas, y otra es elegir una boleta en el cuarto oscuro y depositarla en la urna, un acto con consecuencias directas en la vida del votante.
2003, 2023, tan lejos, tan cerca
El cantante peruano del tren Mitre supo transitar el tiempo de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Las inmediaciones de las estaciones ferroviarias eran un punto propicio para las asambleas de clase media surgidas en diciembre de 2001, que convivían y ayudaban a las familias de cartoneros que se volcaron a las calles para sobrevivir.
Sin embargo, las lecturas unívocas no son útiles para el pasado ni para el futuro. Aquellos años fueron también los del auge de la primera Radio 10: xenofobia, ultraliberalismo económico, antipolítica y mano dura. La narrativa de que a los piquetes se los debía reprimir, sostenida en público por banqueros y empresarios (“cárcel o bala”, en los términos de José Luis Espert, el diputado que viene pidiendo pista en JxC), terminó con la ejecución de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en la estación Avellaneda del tren Roca, junio de 2002.
Por unos pocos puntos porcentuales, el país no terminó en un ballottage entre Ricardo López Murphy y Carlos Menem cuando el lacerante legado del neoliberalismo estaba a flor de piel
Nuevas y viejas centroderechas y derechas vieron el campo propicio en ese mapa inestable que dejó 2001. Uno de quienes se sintió llamado a interpretar “lo nuevo” se llamó Mauricio Macri, y casi gana la Capital Federal en su primer intento.
Por unos pocos puntos porcentuales, el país no terminó en un ballottage entre Ricardo López Murphy y Carlos Menem cuando el lacerante legado del neoliberalismo estaba a flor de piel. El economista de origen radical, que sacaba chapa con la promesa de que él llevaría a cabo las reformas a las que Fernando de la Rúa no se había animado, terminó tercero en la primera vuelta de abril de 2003, a seis puntos de Néstor Kirchner y a ocho del expresidente riojano. Con el perfil de Menem y López Murphy en ese momento, Jorge Rafael Videla, más que amargarse al ver su cuadro descolgado de una escuela militar, habría observado su rostro adornando más pinacotecas en aras de la unidad nacional, y capaz que se hacía ver en misa.
Menem, en particular, tenía ideas tan locas como sacar al Ejército a las calles para combatir la protesta y la delincuencia, postular a represores como Luis Patti y dolarizar la economía. La historia le cerró la puerta.
SL