En Avenida Varela y Castañares, Bajo Flores, hay autos abandonados, un hogar improvisado en la vereda con alacenas, una mesa, sillas, un televisor y un colchón. La avenida está rodeada a esta altura de la numeración por paredones y alambre de púa. Es la entrada al barrio 1.11.14, rebautizado “Padre Rodolfo Riccardelli” en honor a un párroco de la zona. Tras una puerta de rejas, está el comedor San Jorge. Alejandra López es la encargada, dentro está Lucía, que parece demasiado menudita para estar acomodando las 350 raciones de comida diaria que reciben del gobierno porteño. Tienen una lista de espera de 70 personas, dicen que hay muchas más, “la necesidad existe”, pero no pueden comprometerse a sumar más gente.
A la puerta cerrada del comedor se acercan personas de esa lista a pedir algo de comer, varios llevan un uniforme raído de CLIBA. Del trabajo solo les quedó la ropa, hoy limpian veredas a voluntad. Lucía les dice que vengan mañana. También pasa una mujer de 80 años que no tiene jubilación y casi no puede caminar, a ella siempre le dan algo, “no vamos a pedirle que vuelva otro día” coinciden. “A los que vienen fisura” les dan un plato de comida preparada, no pueden entregarles alimentos secos porque los venden en las ferias del barrio. Algo parecido sucede con los productos del banco de alimentos, donaciones de mercadería que las grandes empresas no pueden comercializar por estar cerca de la fecha de vencimiento y destinan a organizaciones sociales a muy bajo costo. “Pero hay que tener la plata de una para poder comprar”, dice Alejandra, “y los comedores no la tenemos, la gente que trabaja en ferias sí, entonces compran y revenden, le sacan más del 100%”.
Hoy desde el comedor están enviando una carta, junto a otros tres que funcionan en el barrio, al Ministro de Desarrollo Humano y Hábitat del gobierno porteño. Le cuentan que la gente no deja de solicitar ayuda alimentaria, que cuando “muchos se preparan para resistir, en este lugar no se puede más”. Le detallan los precios del aceite, la leche, la harina, el arroz, los fideos y el azúcar. Le dicen que comprar yerba es un lujo en un momento en que muchos adultos sólo toman mate, para poder compartir su única comida del día con sus hijos. Alejandra tiene prendida del cuello una cadenita con dijes de dos nenas, sus hijas, de 6 y 20 años. La más chica cree que Papá Noel son los padres y pide lo que sabe que pueden comprar; la de 20 votó a Javier Milei y estudia en la Universidad Nacional de Avellaneda. Alejandra creció en la zona sur del barrio, “la más pobre, que antes era un basural”. Los vecinos se dieron cuenta porque se empezaron a mover los cimientos de las casas y las paredes de material se resquebrajaban. “El norte está mucho más urbanizado” explica.
La disparidad no se relaciona con las políticas públicas –a diferencia de otros barrios de la capital, a la 1.11.14 apenas llegaron los planes de reurbanización de villas– sino con “la cultura de las distintas comunidades que ocupan las manzanas, los paraguayos son de construir en material”, cuenta Alejandra. “Tiene que ver con las familias que van viniendo, la villa va creciendo porque también acá muchos migrantes encontraron derechos que no tienen ni en su propio país” continúa. “En los momentos de crisis, el barrio contiene, pero a lo que apuntamos es a que la gente no se conforme con lo que le da el comedor, tratamos de que busquen otros recursos, que puedan aprender a trabajar”. “Hay que enseñar a pescar y no regalar el pescado”, completa Carla, la hermana de Lucía que acaba de llegar, porque vive en Mataderos y tiene que tomar dos colectivos. Está muy preocupada por el inminente aumento del precio del boleto.
Alejandra es militante del PRO, refiriéndose a la situación económica dice: “yo siempre percibí lo que se venía, con o sin Massa, esto iba a explotar. Acá todo repercute antes, el comerciante especula antes”, los precios en el barrio son mayores que los de las cadenas de supermercados. “Nos llega antes la crisis pero somos los últimos a los que miran” concluye. Ella presentó dos proyectos al Gobierno porteño durante la gestión de Horacio Rodríguez Larreta para financiar emprendimientos de sublimado de remeras en el barrio. “Por lo menos si conseguimos estos proyectos tenemos producción propia, pensaba yo. Es lo más importante, porque vos te auto sostenes, y ahí está la diferencia”, dice. No ganaron la convocatoria.
El desempleo en el barrio es creciente y hay muchos vecinos con picos de diabetes, Alejandra cree que es por el estrés. A la incertidumbre se suman los incendios provocados por las precarias conexiones de gas y tendido eléctrico, las tormentas que vuelan las chapas de las casas, la inseguridad, la circulación del paco y el costo de los alquileres. Una habitación de 5 mts2 con baño y cocina compartidos cuesta 40 mil pesos, “algunas no tienen ni ventana”, cuenta Carla. Alejandra se indigna, dice que “se agarran de lo que ven en la tele, hay mucha especulación”.
Cinco meses atrás entraron a robar al comedor, se llevaron la garrafa que usan para cocinar, el termotanque y mercadería. Pudieron evitar los recientes saqueos porque el rumor les llegó antes por Whatsapp. Las tres creen que fue “una movida política”. “Sabíamos que no era gente del barrio. Eran dos pibes al final”, dice Alejandra, “y por suerte saltó una chica y defendió a uno que agarraron los vecinos porque lo mataban”.
El cúmulo de productos que reciben por medio de donaciones decreció mucho, la semana previa a Navidad tuvieron que fraccionar la mercadería para poder responder a la demanda. Nación también envía menos, pero Alejandra, que trabaja en otro comedor en Avellaneda y en un hogar de Escobar, cree que la necesidad que hay en provincia es mayor, y que está bien que a ellas les llegue menos “si la están enviando al conurbano”.
“Yo voy, golpeo puertas, llamo, porque presiento que viene algo muy complicado, ojalá me equivoque, pero si nos están racionando los productos cuando vamos a comprar, tampoco necesito leerme todo el DNU de Milei”, sostiene. Siempre es lo mismo, exclaman al unísono. A Carla le enviaron hace poco un video de Tato Bores, se sorprendió al encontrar en esas imágenes en blanco y negro los problemas actuales. “Todo lo que ya vivimos nos enseñó a ser combativos. No está bueno naturalizar ni acostumbrarse. A mí se me da por prevenir, pero no sé si vamos a poder prevenir mucho” dice Alejandra. Están recaudando donaciones para el día de reyes “hay una demanda constante, a veces nos dejan papelitos debajo de la puerta”. Eso les pasa en el comedor pero también en casa. Milo, el hijo de 9 años de Lucia, no pide leche ni yogurt porque sabe que están caros, se lo escucha a sus papás, a los adultos cuando visita a sus amigos. “Vos te tenés que alimentar hijo, porque estás creciendo” le responde Lucía en ese rato en que está en su casa, entre el trabajo en el comedor y la venta de comida al paso. Milo también se angustió mucho el día del temporal, “si a nosotros se nos voló el techo no sé qué puede haber pasado en la casa de mi amigo” le dijo a Lucia. Milo se refería a un amigo que siempre anda descalzo y vive en un rancho de chapa. Carla está preocupada por el ajuste de su alquiler en marzo, a su cuñada le quisieron cambiar el contrato a dólares y se tuvo que ir, “igual uno se queja pero yo me puedo ir a comprar un plato de comida acá al lado si tengo hambre, puedo comprar un paquete de azúcar, yo tengo una vecina que compra el azúcar por cuarto, solo para la merienda de sus hijos. Nosotros nos quejamos pero tenemos privilegio también, pero bueno, hay que quejarse, porque si me aumentan el boleto voy a tener que venir caminando desde Mataderos”. Se ríe. Le pide a su hermana que cuente qué le regaló Papá Noel, “un azúcar y una yerba” responde Lucia, señala los paquetes, los trajo al comedor para el mate de las tres. Mientras ceban y charlan coinciden en que el Presidente sabe mucho de economía, le tienen fe, sobre todo porque es “nuevito en política”. En el circuito electoral 86 de la Comuna 7, donde vota la mayoría de la gente del barrio, La Libertad Avanza arrasó en las PASO, cayó frente a Unión por la Patria en las generales y ganó por escasos votos en el balotaje.
“Nos hicieron creer que la patria tenía que ser manejada desde el corazón. Decían que el país no es una empresa, y la realidad es que el dueño de una empresa cuida su empresa. Esta es mi visión a mis 40 años, a los 20 peleaba porque mi patria no se toca, no se vende. Hoy pienso distinto, creo que él va a hacerlo mejor si ve al país como una empresa, mejor que los que lo ven desde el corazón, como la patria y nada más” dice Alejandra mientras intenta alisar la carta para el Ministro con la mano izquierda, esa en la que tiene tatuada la palabra Maktub. En árabe significa: “estaba escrito”, señala al destino como el único responsable de todo lo que nos pasa.
MR/MG